Foro de Amor > Foros de Temas de Amor > Foro General sobre Amor
 
Abrir Hilo Responder
 
ads
Antiguo 10-Apr-2012  
Usuario Intermedio
Avatar de SirFrancis
 
Registrado el: 03-February-2012
Ubicación: Madrid
Mensajes: 84
Agradecimientos recibidos: 19
Buenas tardes, usuarios de ForoAmor. Soy consciente de que llevo unos cuantos días desaparecido en combate, como quien dice, pero me han acontecido una serie de visicitudes (ninguna de ellas malas, no os preocupéis) que me han mantenido demasiado ocupado y alejado de estos lares. Para rematar la faena, cuando en Semana Santa podría haber aprovechado para seguir escribiendo, mi ordenador decidió tomarse unas vacaciones y hube de llevarlo a arreglar. Así que ahora, con el pc como nuevo y bien limpito de virus, suciedades varias y demás, retorno al foro con ganas redobladas de continuar con mi historia. Espero que sea de vuestro agrado


Entrada 12 Castillos en el aire

Pasaron unos cuantos días en los que me limité a seguir con mi vida normal, charlando con ella cada noche por el Messenger. A pesar de que ya sabía que ella estaba comprometida con otro, eso no me desanimó a la hora de recuperar una antigua amistad. Lo que, a pesar de todo, no podía evitar era el hecho de que con cada pensamiento y anécdota que compartíamos, mas sentía aquél dulce calor dentro de mí. Ya en el pasado he sentido esa sensación otras veces, y cuando el objeto de tus miras es una chica que no está a tu alcance, no lo pasas lo que se dice bien. Sin ir más lejos, con mi anterior novia, Esther, me había pasado algo así. Supongo que a todos os habrá acaecido algo similar. Te intentas convencer a ti mismo, en un primer momento, de que lo que deseas no está a tu alcance (bien porque tiene pareja, bien porque solo te ve como un amigo o, a veces, un simple conocido), de que tienes que aprender a verla como lo que es, una persona más, una amiga más. Algunas veces el autoconvencimiento funciona, y de tanto repetírtelo acabas por verla tal cual es. Otras, tienes mejor suerte y en ese lapso de tiempo se cruza en tu vida otra persona aún más fantástica que la anterior, desviando toda tu atención hacia ese nuevo objetivo que bien puede, porqué no, salir bien.
Otras veces decidimos que conservar esa amistad nos va a hacer más daño que bien, dado que es tal el sentimiento que va creciendo en nuestro interior, que no estamos seguros de poder controlarlo. Con la idea de no sufrir, preferimos cortar por lo sano y alejarnos de esa persona. Esto conlleva que dejemos amistades por el camino de la vida en nuestro provecho sentimental; puede sonar un poco cruel, y de hecho creo que lo es, pero sabemos que es lo mejor para los dos.
Lo peor de todo, sin duda, es cuando a pesar de saber que esos sentimientos crecen en tu interior, sin poderlos controlar (o, a veces, sin quererlos controlar), deseas seguir al lado de esa persona, sufriendo en silencio o confiándote a personas cercanas. Pero jamás, por su bien, consientes en hacerle llegar lo que sientes por ella. Piensas que es lo mejor, dado que por nada del mundo desearías causarle daño. El dolor se vuelve un ruido sordo, como una vieja herida que se hace recordar con la llegada del mal tiempo, y poco a poco aprendes a convivir con ello o, hasta que en su defecto, tomas alguna de las determinaciones que he citado anteriormente.
¿Cuál fue mi caso? Obviamente, el último. El más tortuoso y difícil de los caminos. No podía alejarme de ella, no quería hacerlo, y pese a que mis sentimientos se caldearan más cada día que pasaba, los mantenía a raya en mi interior.
Quedamos un par de veces más en los siguientes días, una de las cuales me vino a buscar a la salida del trabajo. Nos dimos una vuelta por el centro de Madrid, disfrutando de la noche, y nos sentamos a cenar en una hamburguesería. Allí tuvimos lo que juzgo como una divertida conversación casi de pareja (o lo era a mis ojos, tales eran los sentimientos que cada día cobraban fuerza en mi interior). Nos pusimos a “discutir” sobre quién pagaba la cena. Yo insistía, como buen caballero que soy (y ganando un sueldo a final de mes) en invitarla. Ella refutaba mis razonamientos alegando que debía compensarme por el juego que le había regalado hacía unos días. Finalmente, viendo que el tira y afloja continuaba y ya casi nos tocaba hacer el pedido, decidí dar mi brazo a torcer (no pude resistirme a aquél rictus de enfado bromista que mostraban sus labios mezclado con el alegre brillo de triunfo en sus ojos).
Aquella cena fue amenizada por un crío cercano que cada dos por tres se asomaba al respaldo de su asiento y nos hacía carantoñas. Al principio el chaval tenía su gracia, pero llegó un momento en que se volvió demasiado cansino (como todos los niños cuando se empecinan en seguir hasta la saciedad con el mismo juego, vaya). Bastó una sola de las miradas de Elena para que el mocosillo en cuestión dejara de gamberrear. Y es que, al ser la menos de varios hermanos, fue tía a edad muy temprana. Está acostumbrada a tratar con los niños, a jugar con ellos y entender su forma de ser, pero a saber ponerlos en su sitio si se desmadran demasiado. Me encanta esa mezcla que tiene tan agridulce, sabiendo la forma de comportarse dependiendo de la situación. También me gusta el hecho de lo correcta que es. Es decir, puede ser divertida, charlar sobre todo y no cortarse un pelo a la hora de dar su opinión, pero nunca pierde las formas.
Tras aquella cena, la volví a acompañar a casa, como tengo por costumbre. A pesar de estar al lado, en nuestro barrio (una de las zonas más apacibles que he conocido jamás), no me quedo tranquilo si no la veo subir las escaleras de su portal. Puede parecer que soy un anticuado, pero ese tipo de vínculo, de caballerosidad y deferencia hacia la mujer, me parece una de las mejores cosas que puedo sacar a la luz. No se trata de machismo o feminismo, simplemente de galantería al más puro estilo victoriano. Cosas como acompañarla a casa, llevarle las bolsas cuando va cargada, retirarle la silla cuando se va a comer o cenar… son pequeños detalles que conforman la forma de ser de cada uno. Y yo hace mucho tiempo que entendí que me sentía a gusto siendo cuanto más caballeroso, mejor.
Ella insiste todo el tiempo en que no hace falta que haga ese tipo de cosas. Como ya comenté, es una chica autosuficiente, no le gusta depender de nadie para sacar las castañas del fuego. Siempre ha sido así, desde que la conocí hace tantos años, y eso no se ha rebajado con el tiempo, sino más bien a la contra. Es por eso que, a veces, tengo la impresión de que se siente algo incómoda con este tipo de situaciones (siempre tenemos una buena diatriba cuando me ofrezco a acompañarla a casa, por ejemplo). Ella insiste en que no es necesario, que vive al lado, que no corre peligro alguno… y yo le rebato sus razonamientos haciéndole saber que soy consciente de todo ello, pero que así me quedo más tranquilo. Lógicamente, aparte de ello, me gusta acompañarla porque así paso más tiempo a solas con ella, disfrutando de su compañía.
Mientras caminábamos a su casa por enésima vez, no pude evitar fijarme en cómo había cambiado su físico durante aquellos años. Nunca me he considerado una persona que le de demasiada importancia a la apariencia, a pesar de que soy consciente de que alguien te tiene que entrar primero por los ojos, aunque sea mínimamente. Por primera vez en mi vida, me fijé en algo en lo que nunca he tendido a prestar atención: las piernas. Tiene unas piernas fuertes, bien torneadas, y aquella noche los vaqueros se le ceñían prietos en torno a sus muslos. Cada vez que daba un paso, su suéter se le subía un poquito, lo justo para atisbar un pequeño trozo de su ombligo. Puedo afirmar que aquella visión me supuso más sensualidad que cualquier catálogo de modelos en lencería. Incluso llegué a sonrojarme cuando, al mirarme, casi me sorprende contemplando su vientre (de lo rápido que giré la cabeza, me dio un chasquido el cuello xD).
Son ese tipo de detalles los que conforman el hecho de que te guste de verdad una persona, creo yo. Que ante la mínima visión de cualquier parte de su cuerpo (no tienen porqué ser siempre partes íntimas) se te quite el aliento y el corazón se te acelere un poco. Me gustaba todo de ella, y cada día que pasaba me daba más cuenta de ello. Tanto su forma de ser como su físico, el conjunto para mí era maravilloso. Tras despedirme de ella en su portal, di media vuelta regresando en soledad a mi casa. Pasé frente al banco que tantos años antes nos había acogido durante nuestros primeros besos. Sonriendo, decidí sentarme un rato, rememorando aquella tierna escena de la que había sido partícipe hacía tanto tiempo. Tan sólo el hecho de imaginarme una vida a su lado, comprendiéndola, escuchándola reír y llorar, amándola a cada instante, alegrándome por sus logros, compartiendo nuestro futuro juntos… era lo más bonito que se me podía antojar.
Fue entonces, dejando que mi mirada vagara por el cielo nocturno hasta encontrar la luna, cuando la realidad de la situación hizo acto de presencia en mi mente. Por mucho que yo sintiera por ella, por muchos días que pasara a su lado, por mucho que se inflamaran aquellas antiguas brasas, seguiría viéndome tan sólo como un amigo más, un viejo conocido con el que había retomado el contacto. Su corazón ya tenía dueño, eso era un hecho, y con todas aquellas ilusiones y pensamientos sobre un posible noviazgo a su lado, no hacía más que hacer crecer los castillos que yo mismo me montaba en el aire.
Es curioso cómo podemos pasar de la felicidad a la desilusión en apenas unos segundos. Bastan un par de pensamientos que nos traigan de nuevo al mundo real para que nuestras ilusiones se vengan abajo. Me miré las manos, recordando cuando en su día había lucido aquél anillo que le había regalado a ella. Una señal que nunca había llegado a ver, y que lo más seguro jamás contemplara. Un profundo suspiro me salió del alma, mezclándose con el viento nocturno, de repente antojándoseme demasiado frío, demasiado desesperanzador.
Negando con la cabeza me incorporé y eché a andar entre los árboles de ramas desnudas, con la luna como único testigo de mi amarga desdicha, y los huecos latidos de mi corazón precediendo a mis pasos.


Y hasta aquí por hoy, mañana más y mejor si me da tiempo. Un saludo y que paséis una buena tarde, gente!
 
Antiguo 12-Apr-2012  
Usuario Intermedio
Avatar de SirFrancis
 
Registrado el: 03-February-2012
Ubicación: Madrid
Mensajes: 84
Agradecimientos recibidos: 19
Buenas tardes, lectores de ForoAmor. Un día más vuelvo a vosotros con la siguiente parte de mi historia. Estoy algo molido de llevar ya varios días yendo al gimnasio (y yo que pensaba que jamás pìsaría uno xD), pero siempre logro sacar algo de tiempo que dedicarle a la escritura, desde luego. Como viene a ser costumbre, espero que disfrutéis de la lectura de hoy.


Entrada 13 Sentimientos enfrentados

Aquél domingo no me levanté demasiado bien. Llevaba días durmiendo mal a causa del colchón, sin apenas salir de casa, y todo ello me pasó factura (así como las ingentes cantidades de tiempo frente al ordenador con una silla de salón demasiado incómoda). Notaba la parte baja de la espalda dolorida, como si tuviera lumbago, sin poderme agachar, me molestaba al caminar… en fin, todo un suplicio que llevé lo mejor que pude. Por tanto, cuando Elena me dijo de quedar para dar una vuelta por el centro de Madrid, tuve que negarme lamentándolo mucho. Me apetecía volver a verla, como siempre, pero no me encontraba demasiado bien para estar toda la tarde caminando. Lógicamente, le dije el porqué no podía quedar, y para sorpresa mía ella me echó la bronca.
Me dijo que se lo tenía que haber dicho antes, y que al igual que yo me preocupaba por ella, ella también se preocupaba por mí. No contenta con ello, enseguida dijo de venir a mi casa a pasar la tarde conmigo y hacer de “enfermera”. Todo aquello me volvió a subir a la nube de la que me había caído hacía un par de noches. Accedí y colgué el teléfono, cuando girando en derredor contemplé mi habitación. No soy una persona descuidada en la limpieza y el orden, sobre todo de mis cosas. Pero ya sabéis que cuando la chica que te gusta va a tu casa, tienes la sensación de que todo está mal: ves polvo y suciedad donde apenas si se nota o, directamente, no hay; las cosas que tan colocadas te parecían, ya no te lo parecen tanto; incluso tu aspecto deja mucho que desear a tu juicio. Son detalles que en un día normal no tendrías en cuenta, que en una situación corriente apenas si te preocuparían, pero aquello era de todo menos corriente. Ella, en mi casa, conmigo, a solas, en mi casa, en mi cuarto, cuidándome, ella, en mi casa, ¡Elena iba a venir a mi casa, a verme!
Como si un resorte se hubiera activado dentro de mí, me convertí en un huracán de ajetreo y nervios. La adrenalina del momento debió de paliar el dolor de mi espalda, porque dejó de hacerse notar en el acto. Iba de un lado a otro de la casa, limpiando aquí, colocando allá, cambiándome de ropa, afeitándome la barba de menos de dos días, echándome colonia y desodorante, avisando a toda mi familia de que comenzaba el zafarrancho de combate.
Apenas si pude estarme quieto hasta que sonó el telefonillo de la entrada. Con el corazón latiéndome a mil por hora, fui a abrir, encontrándomela en el umbral de la puerta con una bolsa de chucherías y patatas. Pasamos una de las mejores tardes que llevaba tiempo sin disfrutar, sentados en mi cama, viendo series de anime en mi ordenador mientras picoteábamos de lo que había traído. En un par de ocasiones, nuestras manos se rozaron al coger chucherías, como la típica escena de película en la que la pareja se toca al ir a coger palomitas en el cine. Aquellos gestos, simples roces con sus dedos y la suave piel de su mano, hacían que un ligero rubor se extendiera por mis mejillas, un leve acaloramiento me subía por el cuello cuanto más tiempo pasaba con ella. Apenas si podía concentrarme en lo que estábamos viendo, el perfume de su pelo me embriagaba, el sonido de su respiración junto a mí colmaba mis oídos, la delicadeza con la que comía, propia de toda una dama… El conjunto en sí me hizo entrar en un estado de éxtasis constante.
Al cabo de un rato nos pusimos a jugar a la PSP, enfrentándonos en un par de partidas. Siempre ha sido muy competitiva, y no le gusta que le dejen las cosas fáciles, así que me empleé a fondo, ganándola en las tres ocasiones. Me encantaba oírla quejarse y pedir la revancha, pues eso significaba más tiempo disfrutando de su compañía.
Finalmente, la tarde dio paso a la noche y ella tuvo que marcharse a su casa a cenar. Decidiendo que un dolor de espalda no me alejaría de ella, me puse el abrigo y, haciendo oídos sordos a sus quejas, la acompañé a su casa. Elena estaba preocupada por mí y por mi espalda, y aquello era la mejor medicina que podía tomar para mis dolencias. La dejé en la puerta de su casa y me volví de nuevo, evitando pasar por el parque y el banco, no fuera a ser que los recuerdos y los funestos pensamientos de la última vez me aguaran la perfecta tarde/noche que había pasado.
La semana siguiente empecé a notar a Elena más triste de lo normal. La razón era que el novio la estaba evitando, cada vez discutían más y le costaba más esfuerzo quedar con el. Pese a todo, en ningún momento intenté aprovecharme de la situación. Para mí era más importante ayudarla a estar bien, aunque fuera en los brazos de otro, que meter baza para deshacerme de la competencia no deseada. Como ya he vivido unas cuantas relaciones, pude aportarle mi punto de vista a la situación. Ella no es una mujer celosa, pero llevaba tiempo sin verle a causa de los exámenes, para los cuales el chico estudiaba junto a una compañera de la universidad de la que no le dejaba a hablar a Elena.
Algunas chicas necesitarían menos que aquello para montarle un buen espectáculo a sus parejas (yo bien lo sabía por experiencia propia), pero ella no. Nunca pensaba mal del otro, y mantenía toda su confianza puesta en él. Así pasaron varios días en los que la cosa no avanzaba, y yo la animaba por medio del Messenger, quedando y mandándonos sms al móvil. Aprovechaba cualquier ratito que tenía para estar a su lado, físicamente o por medio de escritos.
Una mañana recibí un mensaje suyo confirmándome lo que se veía venir desde hacía varios días: su novio la había dejado. Intenté quedar con ella para escucharla y que tuviera un hombro sobre el que llorar. Pero precisamente allí estaba el problema: como dije anteriormente, es una chica fuerte. No le gusta que la gente la vea en su debilidad, y por ello rechazó de plano mi propuesta. Ni siquiera quería salir de casa, y mucho menos para que la vieran llorar. Había pasado, como me dijo, por varias rupturas con anterioridad y sabía cómo superarlas. Durante unos cuantos días, pues, no iba a salir de casa. Necesitaba tiempo para ella sola, para pensar en lo ocurrido y recuperarse. Así las cosas, solo me quedaba animarla por Internet y por el móvil, un pobre consuelo bajo mi punto de vista (soy una persona que, cuando está deprimida, agradezco más el hecho de salir por ahí a distraerme con amigos que quedarme en casa comiéndome la cabeza a cada segundo que pasa), pero consuelo al fin y al cabo.
Me pasé todo el día pensando en aquello. Fue entonces cuando tuve consciencia de los sentimientos enfrentados que brotaban de mi corazón. Por un lado, estaba muy preocupado por ella, dado que no me gusta verla triste, como es de razón. El hecho de romper con la pareja es algo bastante duro, y más si como era su caso, llevas varios años a su lado. No podía imaginarme el dolor que se ha de sentir en esos momentos, dado que lo que más he durado yo con alguien ha sido cuestión de año y pico, pero me hacía una idea del asunto en cuestión. Lo que quieres oír, lo que no, lo que necesitas desahogar y sacar de dentro antes de que te abrase por la pena. Toda una serie de cosas en las que deseaba ayudarla y que sabía que podía conseguir. Aunque fuera el hecho de permanecer a su lado, escuchándola y abrazándola, o secando sus lágrimas. Pero, de momento, no existía aquella posibilidad. Yo la conocía y, por tanto, respetaba esa decisión. Estaría esperando al momento en el que ella me necesitara a su lado, ya fuera para tratar el tema o para buscar alguna distracción dando una vuelta por ahí.
Sentía, pues, tristeza por la situación en la que se estaba viendo envuelta. Por otro lado, sin embargo, sentía cierta alegría. Felicidad por el hecho de que volviera a ser una persona libre y sin compromiso. Aquél túnel oscuro en el que me había visto sumido ante la ausencia de posibilidades amorosas con ella comenzaba a mostrar una pequeña luz a lo lejos. Aquellos pensamientos me hacían mirarme al espejo y considerarme un auténtico monstruo sin corazón. ¿Cómo podía estar alegre de que la hubiera dejado el novio? ¿Qué clase de persona egoísta se sentiría así? Con aquél batiburrillo de pensamientos, me fui al trabajo un día más. Gracias a todo, aquella tarde tocaban tareas de limpieza en la tienda, por lo que pude trabajar de forma mecánica y seguir dándole vueltas a mis pensamientos.
No obstante, mi estado anímico serio y taciturno, alertó a mis compañeros de que algo no iba bien. Finalmente, a la hora del cierre, les confesé lo que me pasaba y cómo me sentía. Me hicieron ver que era normal que pensara así, pero que ante todo se me notaba la preocupación por ella. Era lógico que, en cierta medida, sintiera algo de felicidad por saber que no tenía pareja, aquello era algo común al ser humano. Cuando queremos estar con una persona, cualquier paso hacia esa meta, por lejana que esté, siempre es un aliciente que le da viento a las alas de nuestro amor.
Gracias a aquella charla, volví a casa algo más animado. En el trayecto, anduve enviándome mensajes al móvil con Elena. Me contaba qué tal había pasado el día, que apenas si tenía apetito, así como me agradecía el hecho de que estuviera tan encima de ella a cualquier requerimiento, y me interesara por su estado emocional. Aquellas conversaciones me ayudaron a darme cuenta de que, pese a todo, me seguían importando más sus sentimientos que los míos. Pese a todo, estaba seguro de que si en aquél momento hubiera regresado a ella su novio, arrepentido, habría hecho todo lo posible para ayudarla a recuperar a alguien tan querido para ella.
Es duro, pero es así. Cuando se quiere a una persona de verdad, lo que más te importa es verla feliz. Ya anteriormente en mi vida he conocido lo amargo que resulta hacerte a un lado o ayudar a una persona a ser feliz con otra, quedándote tú al margen de tus sentimientos. En el amor no se puede ser egoísta, reflexioné sentado en el metro, clavando mis ojos en la oscuridad del túnel al otro lado de la ventanilla. De momento, pensé, lo más importante es que ella recupere la felicidad perdida. Luego, con el tiempo, todo se verá.
Sonreí asintiendo, satisfecho con la resolución que había tomado. Saqué el mp3 dispuesto a desconectar el cerebro un rato escuchando música clásica. El canon de Pachelbel se introdujo en mis oídos, trayéndome un poco de reposo mental al fin, mientras seguía mi camino hacia casa, con la firme resolución de ayudarla a superar aquella ruptura, costase lo que costase.



Y hasta aquí por hoy. Espero que os haya gustado la entrada. Os dejo con la canción que escuché aquella noche volviendo en metro a mi casa, para que aquellos que no la conociérais, lo hagáis, y los que sí, volváis a disfrutar de ella. Un saludo y nos vemos pronto!

 
Antiguo 12-Apr-2012  
No Registrado
Guest
 
Mensajes: n/a
Me encanta el canon yo tmb lo llevo en el mp3, y tmb tu historia la he descubierto hoy, y acabo de terminar de leerla del tiron, espero nuevas entradas pronto!! No nos hagas esperar mucho!!
 
Antiguo 09-Jun-2012  
Usuario Intermedio
Avatar de SirFrancis
 
Registrado el: 03-February-2012
Ubicación: Madrid
Mensajes: 84
Agradecimientos recibidos: 19
Buenas noches, abandonados lectores de mi historia incompleta. Como sabréis, he estado unos meses ausente del foro en general, debido en su mayor parte a que... bueno, prefiero no dar explicaciones al respecto. Baste decir que todos/as lo entenderéis cuando llegue el final de esta historia. Historia que continúo hoy, aquí, para todos vosotros. Así que, seáis nuevos en su lectura o viejos conocidos, ponéos cómodos y disfrutad del siguiente capítulo, agradeciendo de antemano vuestros comentarios al respecto.

Entrada 14 Una seta adorable

Pasaron un par de semanas más en las que Elena comenzó a animarse poco a poco. Al principio evitábamos cualquier tema en relación a su ruptura, dejando que la recién abierta herida se cerrase un poco. Siempre he respetado las decisiones de cada cual, sobre todo en el ámbito personal, y con ella no iba a ser menos. Le dejaba su espacio, pendiente de cualquier cosa que necesitara compartir conmigo, esperando que fuese ella la que me diese pie para hablar de lo ocurrido. Así, me enteré de que las cosas con su ex no habían salido precisamente bien.
Habían tenido problemas, como en todas las parejas, pero a mi juicio el chico había sido un poco posesivo. Si algo he aprendido de ella en tantos años, es que Elena es como el viento: puede ser gentil y dulce, arrancándote una sonrisa de satisfacción de lo más profundo del alma; pero también puede soplar con fuerza y determinación, derribando los obstáculos que surjan en su camino. No puedes atrapar al viento. Puedes aprender a volar con el, a sentirlo, a que te ayude, a que se pose sobre tu cuerpo, acariciándote con unas manos invisibles capaces de rozarte el alma cuando más necesitas de su contacto. ¿Pero atraparlo? Imposible.
Aún a pesar de todo, no podía dejar de tenerle envidia. Aquél chico había conseguido algo que yo jamás había tenido: el corazón de Elena. Después de todo, por muchos fallos que tuviese (y era normal que ella los sacase a la luz después de una ruptura tan dolorosa), era algo digno de admiración.
El dolor de la pérdida fue remitiendo poco a poco. Elena volvió a sonreír, a comer bien, a secarse las lágrimas que había derramado, a dormir mejor por las noches… Toda una serie de cambios que no hacían más que alegrarme por ella. Para mí, el hecho de que estuviera bien era una extensión de mi propio estado anímico. Me preocupaba por ella más allá de la amistad, pues hacía tiempo que había aprendido a dejar de hacer oídos sordos a los sentimientos que yacían en mi interior. De todas formas, mantenía aquél incipiente amor cautivo, controlado. No hay nada peor que dar alas a tu corazón para luego estrellarte, así que por el momento admitía que estaba enamorado de ella, pero no inflamaba más de lo necesario la cosa.
Llegó el Japan Weekend, un pequeño evento friki que se celebraba en Madrid. Personalmente, nunca he sido muy amante de éste en concreto, dado que lo veo como algo metido con calzador entre el expomanga y el expocómic, una especie de escusa para sacarnos un poco más de dinero a aquellos aficionados a los cómics, juegos, anime y demás (ya solamente la entrada suele ser bastante cara, pese a que te regalen un tomo de manga o una serie con ella). Pero, como a pesar de todo era una fantástica oportunidad para pasar un día con Elena, animándola en un sitio que a ambos nos gustaba, decidí hacérselo saber.
Así pues, el domingo la esperé como siempre en la parada del autobús de nuestro barrio, dispuesto a pasar un gran día junto a ella. Por raro que pareciera, aquella vez no llevaba cosplay alguno. Había decidido pasar de ello a favor de poder disfrutar más del tiempo que pasaría en el salón. No es que con un disfraz no se disfrute (más bien todo lo contrario), pero quieras que no, siempre está el tema de las fotos que te hacen o te haces, de que la gente suele pararte (como es normal, y de agradecer) cada dos por tres, etc… Había decidido que aquél día iba a ser para Elena, y cuantas menos oportunidades pusiera en medio capaces de distraerme de ella, mejor. Mi objetivo, sobre todo, era seguir animándola y que levantara la moral, se echara unas risas y frikeara a mi lado durante unas horas.
Radiante, aquella era la palabra que mejor podía describirla durante aquél salón. Risueña como una colegiala, había recuperado el antiguo espíritu que siempre la había caracterizado. Allí nos encontramos con uno de mis mejores amigos, Paco, y su novia Noelia. Era como juntar el agua con el aceite en aquella prueba, y ambos chicos lo sabíamos.
No es que pensáramos que ellas dos se llevarían mal, ni mucho menos. Simplemente, chocaban sus formas de ser: ambas eran muy tímidas. Paco y yo, de carácter alegre por naturaleza, las juntábamos a cada rato que pasaba para que hicieran migas y hablaran de sus cosas. Hasta que, finalmente, para mutua sorpresa, las dos se pusieron a hablar, bromear e, incluso, meterse con nosotros dos. Llegó un punto en el que las dos se fueron al baño y allí que nos quedamos los dos amigos contándonos nuestras impresiones respecto de ambas mujeres. Aquella escena tenía su gracia, dado que en mi cabeza se me asemejaba a como si, en lugar de una pareja de novios y dos amigos, fuéramos dobles parejas. Era como el típico momento de película en el que, chicas por un lado y chicos por otro, se dedican a cotillear respecto del grupo contrario. Paco, como es natural, quería verme feliz, y de hecho lo estaba viendo. Según el, ambos pegábamos mucho como pareja, y sus ánimos no hacían más que hacerme sentir que mis sentimientos por Elena no estaban equivocados. Así pues, durante el resto del día nos dedicamos a dar vueltas por el lugar, a comprar alguna que otra cosa y, en resumen, a disfrutar del ambiente que nos era tan grato. De camino a la salida, a eso de las siete de la tarde, un vendedor amigo mío me convenció para que me comprara un enorme peluche de la seta roja de Super Mario. Tirada de precio, no pude por menos que aceptar. ¿Y por qué, os preguntaréis, esto tiene importancia? Porque aquel peluche protagonizó uno de los momentos más adorables que he tenido la ocasión de ver en mi vida.
Esperando el autobús, esta vez los dos solos, Elena me pidió que le enseñara el peluche. Para mi sorpresa, en cuanto lo tuvo entre las manos, lo presionó ligeramente un par de veces como para comprobar su dureza y, acto seguido, se puso a achuchar el peluche contra su cuerpo. Debido al gran tamaño de la seta y a que Elena, como sabéis, es pequeñita, era una escena sumamente adorable. De su boca escapaban chillidos alegres y monos mientras estrechaba aquél peluche contra su pecho, apoyando la cabeza en él. La lástima fue que, contra mis deseos, no dejó que le hiciera una foto durante aquél momento de ternura para guardar como recuerdo. Su imagen de puertas para afuera es la de una chica dura e independiente, y según ella aquella monería no haría más que minar la fachada que tantos años le había costado levantar en torno a sí. Con el corazón henchido de alegría por haberla visto bien y habérmelo demostrado en aquél último gesto, volvimos a nuestro barrio comentando las experiencias del día.
Estaba preciosa, sentada junto a la ventana mientras el sol del atardecer jugaba con sus cabellos, haciéndolos brillar con una tonalidad cobriza de lo más embrujadora. Sus mejillas aún aparecían arreboladas por el “achuchamiento setil” que había hecho hacía unos minutos, y sus ojos volvían a tener aquella mirada de ilusión, de felicidad, de que todo iba como debería ser. No hay nada mejor que ayudar a un amigo cuando está de bajón, sacándolo de casa y llevándotelo a algún sitio para animarle. Pero, si ese amigo además es la chica de la que estás enamorado, la satisfacción es todavía más grande de lo normal. De vez en cuando su mano se deslizaba hacia la bolsa que tenía apoyada en mi regazo para apretar el peluche, y su rostro volvía a iluminarse, hasta tal punto que llegados al barrio de nuevo me pidió que la dejara abrazarlo una vez más. Cabe decir que intenté regalársela por activa y por pasiva, pero ya dije que es una persona endiabladamente difícil de convencer para que acepte un regalo. Yo, válgame mi cabezonería y buen uso de la persuasión, ya lo conseguí en varias ocasiones. ¿Qué cambió respecto a esa para evitar que el peluche se fuera con ella? Sencillamente, una frase que me dijo al despedirla en las escaleras de su casa.
- Quédatela tú, Fran, y así cuando vaya a verte a tu casa podré achucharla de nuevo.
No podía estar más de acuerdo con ella. La perspectiva de volver a tenerla en casa conmigo, ser testigo de aquél momento de adorabilidad… era argumento lo suficientemente fuerte para que no insistiera más en el tema de regalarle la dichosa seta.
Pasaron unos cuantos días y, como todos los años, llegó San Valentín. Una fiesta comercial, dicen algunos, la inventó el Corte Inglés para lograr vender chorradas a las parejas. Mi opinión en el caso, es totalmente distinta. Ante todo, soy un chico que no necesita que sea San Valentín para tener un detalle romántico con la chica que me gusta, eso está claro. Pero, si a eso añades que es una ocasión especial, siempre es bonito celebrarlo, y más si se trata de algo como el amor. Claro que, soy consciente de que no todos/as opinan como yo, y así lo descubrí cuando hablé con ella la noche anterior a la festividad por el Messenger.
Elena me confesó que no le gustaba aquella fiesta. Era de la opinión de que no le gustaba seguir con unas “normas” establecidas por la sociedad, que quien era romántico, lo era todo el año, y quien estaba enamorado de alguien también. Por eso, me dijo, nunca había celebrado San Valentín con nadie, y no pensaba hacerlo.
Así las cosas, mi plan de un detalle romántico con ella debía esperar. Pero mientras me moría de envidia por ver todo tipo de detalles amorosos de mis amigos a sus parejas, de ver escaparates de tiendas llenos de corazoncitos, peluches y todo tipo de regalos, mi cerebro bullía con la indecisión.
¿Regalarle algo valiéndome de la excusa de Valentín, o no hacer nada? ¿Cómo conseguir quedar bien con el hecho de que ella no celebrara aquella fiesta y, a la vez, valerme de ese día para conseguir tener un detalle especial con ella?
La respuesta a mi dilema la tendría, como pronto lo iba a saber, una de las personas más sabias y en la que más confío de todo el mundo: mi madre.


Y hasta aquí llega la cosa. Mañana me temo que tendré un día bastante ocupado, a ver si pasado puedo subir el siguiente capítulo del relato. Hasta entonces, disfrutad de la vida en general Un saludo, gente, y volvemos a vernos pronto!!
 
Antiguo 11-Jun-2012  
Usuario Intermedio
Avatar de SirFrancis
 
Registrado el: 03-February-2012
Ubicación: Madrid
Mensajes: 84
Agradecimientos recibidos: 19
Otro día más, y otra entrada de mi historia, escrita en cuanto he tenido tiempo (dado que ha sido un fin de semana bastante ajetreado entre el trabajo y la celebración hasta altas horas de la mañana del cumpleaños de un colega). Sin más dilación, os presento la siguiente parte. ¿Seré o no capaz de dar un importante paso? Descubridlo más adelante

Entrada 15 Alea jacta est

San Valentín pasó y no me decidí a regalarle nada, tal fue la lucha contra mí mismo durante la celebración. Un pequeño detalle sí que tuve, más una pincelada de cariño que se pudiera interpretar de varias formas que una verdadera muestra inequívoca de amor. Me metí en una red social y colgué el enlace de un vídeo que me había mostrado hacía unos días y me había encantado. La canción se llama Mr Right, del grupo a rocket to the moon. Un pequeño comentario rezaba que dedicaba esa canción a una persona especial en agradecimiento por haber regresado a mi vida y retomado una antigua amistad.
Con aquello, tenía una pequeña muestra romántica con ella por ser el día que era, pero a la vez no dejaba a las claras mis incipientes sentimientos. Podía ser tomado solamente como una muestra de cariño especial por parte de un amigo, a pesar de que algunas personas que llevan años a mi lado sabían de que pie cojeaba con aquella historia al leer el detalle (qué le vamos a hacer, siempre he sido bastante transparente, y conociendo mi forma de ser se me cala pronto en este tipo de cosas, jajaja).
En fin, sea como fuera, y después de las consabidas gracias que me dio Elena por aquél gesto tan bonito, llevaba varios días comiéndome la cabeza de si regalarle algo a pesar de que San Valentín ya se había pasado. Llegó el domingo y fui a una manifestación por la mañana con mi madre, mi hermano y su novia. Tras aquello, nos fuimos a un bar por el centro a tomar algo, momento en el que nos pusimos a hablar de todo un poco. Al verme tan sumido en mis pensamientos, pues de normal soy una persona bastante dicharachera, indagaron sobre lo que me pasaba. Finalmente, tuve que contarles la causa de mis desvelos.
La respuesta, como dije, vine de la mano de mi madre.
- Sencillo, Fran. Regálale algo- dijo como si fuera la cosa más natural del mundo.
- ¿Perdón?- no podía creer lo que oía. Hacía que todo pareciera tan simple que, por un momento, me planteé la posibilidad de que, si me estaba complicando la existencia con ello, era porque estaba idiota perdido.
- Claro, Fran, llevas ya mucho tiempo detrás, esperando, aguardando… ¿no crees que ya va siendo la hora de dar el siguiente paso? ¿De que ella sepa lo que sientes?- mi cuñada no ayudaba mucho con aquello, y mi hermano asentía con la cabeza dándole la razón.
¿Pero qué demonios pasaba? ¿Se habían vuelto todos locos? Hablaban tan a la ligera de dar un paso tan importante que estaba totalmente descolocado. Desde fuera las cosas se veían muy simples, desde luego, pero desde dentro… eso era otro cantar. Había muchas variantes, muchas opciones y consecuencias de cómo podía salir todo, y en todas me veía metiendo la pata a base de bien. Mi cara debía de ser un auténtico poema, porque guardaron silencio durante un buen rato mientras acababa con mi segunda coca-cola de dos tragos, tales eran mis nervios.
- Míralo de este modo- se pronunció mi madre al fin- Dices que a ella no le gusta San Valentín, ¿no? Pues eso es perfecto. La festividad ya hace casi una semana que ha pasado, y tú puedes tener un detalle bonito con Elena para hacerle ver lo importante que es para ti. No es como si le estuvieras declarando tu amor incondicional, sino más bien para que ella sepa que te sientes a gusto a su lado.
Había de reconocer que la explicación comenzaba a cobrar sentido.
- Bueno, entonces la semana que viene, si eso, compro algo y…- lo sé, era una forma cobarde de salir del atolladero en el que yo mismo me había metido, pero en aquél momento no se me ocurría ninguna mejor. Lo que presentía es que mi madre no iba a dejar que me fuera de rositas después de aquello. Y tenía toda la razón.
- No, de eso nada. La semana que viene ni hablar. Hoy, ahora, esta tarde. Ahora mismo vamos a comprar algo y esta tarde quedas con ella y se lo das- conocía aquella mirada. A lo largo de mi vida la he visto infinidad de veces. Es la mirada por la que a mi madre, enfermera de profesión, la apodan “doctora House” en su centro de trabajo. Una mirada de determinación, de no cejar en su empeño a pesar de tener a todo el mundo en contra… y ser capaz de tirar de todos hacia el lado que ella cree correcto, el cual suele serlo. Sabía que cualquier intento de razonar con ella sería inútil.
Prácticamente volamos hacia el Corte Inglés al acabar el aperitivo, en busca de un regalo para Elena. Como acababa de terminar San Valentín, tenían saldo de sobra de detalles románticos como flores, peluches y demás. Tras un rato de dar vueltas y discutir los “pros” y “contras” de cada regalo, opté por un regalo clásico, sencillo y, sin duda, apetitoso: una caja roja de bombones Nestlé con forma de corazón. Tras pagarla, regresamos a casa. Durante el trayecto en el bus, envíe unos cuantos sms a Elena para ver si podía quedar aquella tarde y veíamos alguna serie juntos, como solíamos hacer los domingos por la tarde. Naturalmente, mi interés era distinto en aquella ocasión, pero eso sería algo que ella sabría a su debido momento.
Llegamos a casa y mientras esperaba que viniera Elena, y mi padre envolvía el regalo (siempre he sido un negado para envolver cosas, y más si tienen formas extrañas como un corazón. Si aún hubiera sido cuadrado, podría haber tenido un pase, pero así era imposible del todo), yo pensaba en qué ponerle en una pequeña nota pegada a la caja.
- ¿Te quiero?- pregunté alzando la vista a mi madre, con una sonrisa divertida en los labios. Los nervios me hacían estar más chistoso de lo habitual, era como un mecanismo de defensa.
- No seas bobo- fue la respuesta de mi madre. Eso y una suave colleja, claro, como para darle más énfasis a la cosa- Sé directo, pero tampoco tanto. ¿Cómo te sientes cuando estás con ella?
- Como el hombre más afortunado del mundo, la verdad. Me hace sentir realmente bien aunque sólo seamos amigos- respondí en el acto. Tenía las cosas demasiado claras, me había pasado muchas horas pensando en lo que me hacía sentir.
- Pues entonces, haz que lo sepa. Pero dejando las puertas abiertas. Una invitación sutil para que pueda leer entre líneas y actuar en consecuencia.
- No te sigo, mamá- lo sé, debe de ser frustrante a veces parecer tan lerdo. Pero habéis de entender que en aquellos momentos mi cerebro estaba tan embotado con lo que iba a hacer, que no daba para más.
- Resúmelo en una frase. ¿Y tú eres el escritor? Venga, Fran, tú puedes. Algo sencillo, práctico y que tenga varias lecturas.
Algo sencillo… práctico y que tenga varias lecturas. Mis manos se movieron solas, aferrando el bolígrafo y comenzando a escribir sobre la nota. Finalmente, examiné mi obra: “Estar a tu lado me hace muy feliz”
Simple, directo, una verdad como un templo y, lo mejor de todo, es que podía ser interpretada de varias formas. En su simplicidad radicaba su grandeza, sin lugar a dudas. Por la sonrisa satisfecha de mi madre tras leer el papel por encima de mi hombro, supe que había acertado. Doblé cuidadosamente la notita, mirando bien que no se transparentara, y la pegué con celofán al papel de regalo que envolvía la caja de bombones. Lo metí todo en una bolsa justo cuando sonó el timbre. Elena había llegado, y con ella, comenzaba la gran batalla contra mi conciencia y mis miedos.
Tras una tarde de lo más tranquila, aparentemente, puesto que mi interior no dejaba de bullir con lo que estaba a punto de hacer, cayó la noche, y como venía siendo habitual, me ofrecí a acompañarla hasta su casa. Antes de irme, mi madre puso en mi mano la bolsa con el regalo y me deseó suerte y ánimos.
El camino hacia su casa se me hizo más corto de lo habitual. Mientras que ella hablaba y yo respondía, mi mente vagaba libre, abriendo las puertas de mis temores. ¿Y si no le gusta? ¿Y si se ríe de ti? ¿Y si te lo tira a la cara? Por supuesto, Elena jamás habría actuado así, pero en esos momentos de inseguridad todas esas cosas horribles toman una lógica aplastante en tu torturada mente. Notaba como el corazón se me aceleraba un poco más con cada paso que dábamos hacia su casa, pasando por el consabido parque de los bellos recuerdos. Se acababa el tiempo, las rodillas me temblaban y sentía las asas de la bolsa donde llevaba el regalo resbaladizas a causa del sudor de mis manos. Era ahora o nunca. ¿Me atrevería a llevar a buen término la situación? ¿O los miedos e inseguridades que sentía me jugarían una mala pasada y harían que todo el plan se fuese al traste en el último momento?
Ella abrió la puerta de su edificio y me sonrió, a punto de darme las buenas noches y marcharse. En aquél momento, tragué saliva, agité la cabeza desechando mis temores y, armándome de valor, dí un paso al frente alzando la bolsa delante de mí.
- Elena, yo… tengo algo especial que darte. Acéptalo, por favor- dije evitando mirarla a los ojos. Sabía que si lo hacía me subirían tan rápidamente los calores que a mis ojos, quedaría todavía peor de lo que ya estaba quedando.
Por primera vez desde que nos conocimos, no rebatió mi regalo, echándome la bronca por ello. Simplemente alargó los brazos y cogió la bolsa.
- Fran ¿qué…?- comenzó a preguntar mientras miraba dentro. Mi mano se lanzó como un rayo, cerrando la bolsa para evitar que viera su contenido.
- No- alcé la mirada, encontrándome con aquellos preciosos ojos que me habían conquistado aquella mañana de hacía tantos años. Mi voz sonaba más segura ahora que había dado el primer paso, mis miedos habían desaparecido. Pasara lo que pasase, me había atrevido a hacer algo así- Aún no es el momento. Sube a tu casa, tranquila, y cuando estés sola en tu habitación, ábrelo. Pero antes lee la nota que te he dejado pegada a él ¿de acuerdo?
- De acuerdo- asintió ella, sonriéndome suavemente.
- Que pases una buena noche. Luego hablamos por el Messenger si quieres- murmuré sonriéndole, retirando la mano.
- Buenas noches- se despidió y desapareció escaleras arriba.
Suspiré mirándola marchar, como tantas otras veces, mientras me venía a la mente una de mis frases en latín favoritas. “Alea jacta est”, la suerte está echada.


Y mañana, como siempre, si puedo más. Espero que hayáis disfrutado de la lectura. Nos vemos pronto!
PD: Dejo el link de la canción que le dediqué por el facebook a Elena por San Valentín. Espero que os guste tanto como a mí desde la primera vez que la escuché
 
Antiguo 17-Jun-2012  
Usuario Intermedio
Avatar de SirFrancis
 
Registrado el: 03-February-2012
Ubicación: Madrid
Mensajes: 84
Agradecimientos recibidos: 19
Aprovechando que estoy de vacaciones y tengo tiempo, continuaré más de seguido la historia. Os dejo con la siguiente parte de mi relato, animándoos a comentarla si queréis. Un saludo, gente!!

Entrada 16 Todo un caballero

Aquella noche me conecté de nuevo a Internet con la esperanza de verla en el Messenger. Era consciente de que no sería lo mismo una charla a través del ordenador que cara a cara, y yo no iba a sacar el tema de lo que le acababa de regalar, pero por otro lado sabía que ella sí que me respondería algo a todo aquello. A veces, estás tan ansioso por saber una respuesta que, pese a que el medio no sea el más ortodoxo, te es indiferente. Ese era mi caso al encender el ordenador. Podría haberme dedicado a cualquier otra cosa, echar una partida a la consola, leer, escribir, ver alguna serie… pero mi corazón anhelaba algún tipo de respuesta, por breve o poco esclarecedora que fuera, y no iba a estar tranquilo hasta obtenerla. Además, dudaba mucho que pudiera dormir con ese desasosiego encima. Muchos de vosotros entenderéis a qué me refiero si os habéis visto en una situación similar.
Por tanto, como esperaba, Elena se conectó a la hora que solía hacerlo siempre por las noches. Al principio, como si no hubiera pasado nada, nos saludamos y estuvimos hablando de trivialidades durante un rato: su familia, la mía, qué habíamos cenado… en fin, lo típico para “romper un poco el hielo”.Pero ambos sabíamos que acabaríamos llegando al tema crucial de aquella noche. Finalmente, ella abrió la conversación agradeciéndome el regalo, y a modo de pequeña “broma” me dijo que le iba a resultar muy difícil controlarse para no comerse todos los bombones de una sentada.
- ¿Y qué opinas de lo que te he dejado escrito?- mis dedos formularon la pregunta sobre el teclado de mi ordenador, pasando a la acción directa. Ya no había vuelta atrás, yo mismo lo había reconocido en el momento en el que me había decidido a entregarle los bombones. Llevaría aquello hasta sus últimas consecuencias, para bien o para mal.
Ella estuvo callada un buen rato, como pensando la mejor forma de responderme a aquello. Ese tipo de indecisión a la hora de contestar a algo así es lo que nos mata por dentro a aquellos que esperamos la respuesta. Y, en el fondo, sabemos qué clase de contestación va a ser, a pesar de que no queramos dar la batalla por perdida. Pero eso es así en la mayor parte de los casos. Me explico.
Cuando quieres estar con una persona y dicha persona da un paso tan importante como es declarar que hay algo más que amistad por medio de algún gesto (como la notita que le dejé anexa a la caja de bombones); soy de la opinión de que la respuesta, en tanto y cuanto sea positiva, no se hace mucho de rogar. Es obvio que has estado esperando que la parte contraria dé el primer paso, y una vez hecho esto, siempre es más fácil dar tú el siguiente.
Fue entonces, debido a la situación, mis nervios, mis inseguridades, mi mente divagando con una y mil posibilidades cuando ocurrió un craso error. Pese a que ella debió de ser muy explícita al respecto, tan sólo pude sacar unas ligeras conclusiones de su respuesta.
El detalle de la nota la había emocionado sobremanera, admirando el valor que le había echado a la hora de escribir algo así. Ella también se sentía muy a gusto conmigo, y desde que habíamos recuperado el contacto, a cada día que pasaba estaba más y más feliz en mi compañía. Respecto a si habría algo más, lo único que logré extraer de sus palabras (ya digo que, con lo nervioso que estaba y el embotamiento mental que tenía desde hacía más de una hora, no era capaz de leer entre líneas) es que hacía poco que lo había dejado con su novio, que todavía había de recuperarse y que no sabía lo que nos depararía el futuro. En resumen, que no logré comprender si quería estar conmigo o no cuando pasara algo de tiempo. Lo único que me había quedado claro era aquello, que necesitaba más tiempo. Después de eso, no sabía si tendría posibilidades de salir con ella o no. Y así me quedé, con aquella reflexión, cuando ella se desconectó al cabo de un rato más.
Intenté por todos los medios repasar la conversación, pero cosas del destino, mi ordenador decidió reiniciarse, por lo que no pude encontrar lo que acababa de hablar con ella. Frustrado por no recordar sus palabras exactas para poderlas analizar más detenidamente en busca de significados ocultos o algo así, decidí irme a la cama y que al día siguiente fuera otra historia. Mi mente necesitaba un buen merecido descanso, y por entonces ya había hecho cuanto estaba en mi mano sobre aquella historia. Estaba, ante todo, orgulloso de mí mismo por haberme atrevido a dar aquél paso, por haber logrado vencer la timidez y el miedo al rechazo a favor de un posible futuro feliz juntos.
Pasaron los días y llegó un fin de semana en el que mis padres se fueron al pueblo. Normalmente, como me toca trabajar también los fines de semana, suelo montar todo tipo de fiestas de temática friki en mi casa, que es bastante grande. Consolas, series, música, alcohol y buena compañía. Son las claves, el sello por antonomasia de las reuniones sociales que monto, y como tal, mucha gente suele apuntarse a ellas. Así, aproveché que Elena y yo volvíamos al cauce de siempre tras varias noches hablando con ella, para invitarla a venir aquella noche del viernes. Sería la primera vez que nos veíamos desde que le había regalado la caja de bombones, y estaba algo nervioso al respecto.
¿Cómo actúas con una persona a la que, sutilmente, te has declarado sin conseguir todo lo que esperabas de la situación?
Si la trataba como siempre, puede que ella se lo tomara mal porque pensara que el hecho de haberme declarado era una rutina más. Si le daba demasiada importancia, quizás quedara como un pesado obsesionado con el tema, sin darle tiempo a la cosa para que se calmara. Lógicamente, todos esos pensamientos te vienen a la cabeza en momentos así. La mente, acompañada del estado anímico que tengas eentonces, hace que parezcan totalmente razonables y, cuando pasa el tiempo y te detienes a pensar sobre ello, te das cuenta de que todo ello no eran más que tonterías. Lo sé porque es así como me siento yo ahora, recordando lo que pensaba aquella tarde, horas antes de que Elena y algunos de mis colegas se presentaran en mi casa.
Finalmente, decidí hacer “oídos sordos” a mi conciencia, como quien dice, e intentar pasar una buena noche junto a mis invitados. La mejor forma de llevar aquello adelante, cada vez lo tenía más claro, era tratar a Elena como siempre: una amiga más. Reír con ella, charlar, jugar a algún juego de mesa… lo de siempre, que tan bien se nos había dado hasta entonces. Sorprendentemente, conseguí hacerlo, y aquello funcionó a las mil maravillas. Pronto, los nervios que me llevaban torturando durante días y el cansancio de mi mente, que seguía intentando descubrir la respuesta que ella me había dado aquella noche, se hicieron a un lado. En su lugar quedaron unas cuantas partidas al “New Super Mario Bros” de Wii, algo de picoteo, un par de películas y, como no, unas cuantas botellas de alcohol que trajeron un par de colegas del curro.
Normalmente soy una persona bastante comedida en lo que se refiere a beber cuando estoy de fiesta, pero si llega el punto en el que me sobrepaso, jamás me pongo malo como he visto muchas veces a personas de mi entorno. A lo sumo, me río con todo, me siento eufórico, desinhibido… en fin, todo un espectáculo. He protagonizado un sinfín de anécdotas graciosas al respecto que, al día siguiente, mis amigos suelen contarme entre carcajadas. Supongo que si ya de por sí soy un poco alocado, si le sumas algo de alcohol a la mezcla para soltarme el pelo, más alocado todavía.
Pero aquella noche no. Estaba Elena presente, y ante todo quería disfrutar de su compañía. Además, no iba a dejar que se me soltara la lengua a causa de haber bebido en exceso y acabara diciendo algo de lo que arrepentirme al día siguiente. Lamentablemente, el alcohol actuó aquella noche por otros medios para hacerse el “alma de la fiesta”. Hacía mucho que Elena no salía de fiesta a ningún lado, según me había confesado cuando la invité a pasar la noche en mi casa. Así pues, aquella noche estaba decidida a recuperar el tiempo perdido, y cuando quise darme cuenta ya llevaba en la mano el tercer cubata. Sumemos al hecho que, como dije, no es una persona excesivamente alta ni corpulenta, y acabamos a las tres de la mañana con Elena medio amodorrada en mi sofá. Al principio la cosa parecía que no pasaría de allí, pero conforme avanzaba la noche comenzó a sentirse mal. Finalmente, acabé preocupándome por ella en serio, viéndola acudir al cuarto de baño cada dos por tres. El alcohol no le había sentado nada bien, como me decía entre muecas de dolor y constantes mareos desde el servicio a unas almohadones que había en el suelo de mi cuarto, donde se sentaba un rato a hablar conmigo, a solas, antes de que le volvieran las arcadas.
Aquello me hacía sentirme muy preocupado. Quería hacer algo, cualquier cosa por ella. Le ofrecí unas cuantas veces mi cama para que durmiera, alegando que yo podía dormir en el sofá con los demás invitados a mi casa (los cuales ya había distribuído por las demás habitaciones. En aquellos momentos, tan sólo quedábamos despiertos ella y yo). ¿Algo de café con sal, quizás, como había visto hacer varias veces a mis colegas para esos casos? No creía que fuera una buena idea, puesto que a la pobre ya le costaba de por sí controlar su estómago.
Finalmente, al cabo de una hora y pico más en aquella situación, decidió que se encontraba lo suficientemente bien como para regresar a casa a, según ella, “dormirla” (no pude evitar sonreír divertido, gesto que ella me devolvió. Aquello confirmaba el hecho de que mejoraba de su malestar). Sin más dilación, la ayudé a ponerse el abrigo y la acompañé hasta su casa. Por el camino tuvo que apoyarse en mí. Mi brazo rodeó su cintura suavemente, apretándola contra mi cuerpo mientras la guiaba ayudándola a caminar.
- Prométeme que nunca jamás me dejarás volver a beber tanto, “onii-chan”- me pidió con voz lastimera, empleado el término cariñoso en japonés de “hermano mayor” que usaba conmigo.
- Te doy mi palabra- respondí. Notarla tan cerca de mi cuerpo era una de las mejores sensaciones que había experimentado desde hacía tiempo, y ahora que ella parecía encontrarse mejor, se me iba pasando la preocupación en la que había estado sumido durante varias horas.
Al fin llegamos a su casa, tras tropezar varias veces con piedras en medio del parque. Suerte que la aferraba contra mí, atento a cualquier eventualidad, dado que más de una vez había estado a punto de verla caer al suelo. Pero no iba a permitir que aquello sucediera, naturalmente.
- ¿Quieres que te acompañe hasta tu puerta?- ofrecí mientras abría el portal- Me sabe mal que subas sola tantas escaleras, no vaya a ser que te pase algo.
- Eres todo un caballero, Fran- respondió mirándome de reojo, con una sonrisa agradecida- Tú si que sabes tratar a una dama. Pero no, no hace falta. Ya puedo yo sola, no te preocupes. Me encuentro mucho mejor.
- ¿Cómo no voy a preocuparme? A fin de cuentas, somos amigos ¿no?- me costaba en el alma decir aquella frase, desde luego.
- Sí. Muchas gracias por todo lo que has hecho por mí esta noche- dándose la vuelta, me abrazó antes de entrar en su edificio- Que duermas bien, “onii-chan”.
Contemplé cómo subía los escalones aferrándose al pasamanos. Después de todo, parecía que lo iba a conseguir. Mucho me temía que aquella noche le pasaría factura al día siguiente, pero como no tenía que trabajar, bien podía pasarla en casa recuperándose de la consabida resaca.
Regresé a mi casa mientras el cansancio caía sobre mis hombros. Solo entonces, sabiéndola a salvo en su casa y habiendo pasado lo peor, la tensión acumulada se hacía notar. Era curioso, puesto que siempre supuse que el que acabaría bebiendo de más ante la cercanía de Elena, estando aquél tema tan reciente, habría sido yo. Pero me alegraba de no haberlo hecho, porque así podía haber cuidado de ella durante toda la noche. Y aquello, para mí, justificaba con creces cada renqueante paso de agotamiento que daba entre bostezos hacia mi casa.
 
Antiguo 22-Jun-2012  
sofi23
Guest
 
Mensajes: n/a
cuando terminas la historia...ya quiero saber lo que pasa
 
Antiguo 25-Jun-2012  
Usuario Intermedio
Avatar de SirFrancis
 
Registrado el: 03-February-2012
Ubicación: Madrid
Mensajes: 84
Agradecimientos recibidos: 19
Buenos y calurosos días, lectores/as. Llega el verano pegando fuerte y, un año más, hemos podido disfrutar de la mágica noche de San Juan. Dicen que durante esa noche especial flota un poder ancestral en el ambiente, y se pueden realizar multitud de rituales para asegurarnos un buen año en el amor. Como tengo la cabeza en las nubes, no fue hasta pasada la medianoche que caí en la cuenta de ello (o sea, que supuestamente, la magia ha de hacerse en vistas a las doce de la noche). Así que tendré que confiar en mi propia suerte un año más, jajaja. Eso sí, la noche fue productiva, creativamente hablando. Así que aquí os traigo una nueva entrega de mi relato que, espero, disfrutéis.

Entrada 17 Protegiendo del miedo

Siempre me han gustado las películas, digamos, casposas (por definirlas de algún modo) Soy amante del buen cine, no me entendáis mal, y mas si son películas de género fantástico, ciencia ficción o terror. Pero el mundo de las películas de serie Z me resulta fascinante. Hay veces en las que, junto a un grupo de amigos y creadores de una de las más famosas webs de cine de este estilo, he asistido a todo tipo de eventos donde nos han proyectado semejantes aberraciones cinematográficas. No es de extrañar, pues, que en cuanto me enteré de que se iba a proyectar la película “Lobos de Arga” en el cine de Callao, comenzara a mover hilos para ver quien se apuntaba a asistir a aquello. Se trataba de un pre-estreno de lo más adelantado (pues ahora, en pleno Junio, todavía ni se ha estrenado en cines). Y, como plan diferente que era a los habituales, se lo comenté a Elena por si se quería venir.
Para mi sorpresa, ella aceptó encantada. A pesar de que yo le dije que, por el argumento, pretendía ser una buena magra de película, ella accedió de mil amores. Resultó que a ella también le gustaba aquél género de películas, y más si, como era el caso, íbamos en grupo (puesto que todos saben que, cuantos más sean, mejores carcajadas te echas). “Mandanga de la fina” fueron sus palabras tras explicarle de lo que iba el argumento. Aquello me tocó dentro, porque eran exactamente las mismas palabras que usaba yo para definir a aquél género. Decididamente, cuanto más descubría cómo era, más cosas teníamos en común, y aquello me encantaba.
Hay veces en la vida, pocas, pero las hay, en las que al encontrarte a una persona e irla conociendo te das cuenta de coincides bastante con ella. Es en ese entonces cuando te preguntas si, en verdad, hay un destino moviendo los piezas detrás de nuestra existencia. Parece todo tan fantástico, tan bien amoldado, que no quieres creer que se trate del fruto de la mera casualidad. Lógicamente, hay varias cosas que no tienes para nada en común con esa persona, pero enfrentadas al otro bando son tan nimias que te resultan indiferentes. Es más, llegas a agradecerlo bajo esa premisa de “los polos opuestos se atraen”, porque cuando quieres estar con una persona, cada particularidad de su forma de ser te llama la atención, te resulta en cierto modo atractiva, hasta tal punto que necesitas seguir conociéndola, que te vaya mostrando más aspectos de su vida que hasta entonces no sabías que existían.
Eso me pasaba a mí con ella. Que a pesar de los años transcurridos y de los meses que llevábamos compartiendo todo tipo de palabras y vivencias, seguía descubriéndola poco a poco. Era sencillamente delicioso.
Así pues, llegó el domingo y nos juntamos con varios compañeros de trabajo para asistir a la película. Se trataba de la proyección que cerraba un festival de sci-fi de todo el fin de semana (al que, lamentablemente, no había podido acudir tanto como me habría gustado). Pero aquella película era la que más me había llamado la atención de todas, y tenía unas ganas locas de verla. Aunque unas ganas menores que las que tenía de verla junto a Elena. Pensándolo en aquél momento, mientras aguardábamos la cola para entrar, me di cuenta de que era la primera vez desde hacía muchos años que íbamos juntos al cine. Mi mente comenzó a divagar sobre luces apagadas, la chica que se asusta y aferra la mano del chico, rocecillos de manos a la hora de coger palomitas… Escenas románticas que todos hemos visto en series y películas, como no. Contemplé una vez más el cartel publicitario tras las marquesinas de cristal. En él se veía a los protagonistas a bordo de un coche con un licántropo subido al capó. Esperaba que, aparte del puntito casposillo de la película (una película de hombres-lobo “made in Spain” con toques de humor. Sencillamente brutal) tuviera alguna que otra escena de susto para ver si mis deseos se hacían realidad. La pregunta era ¿Elena, con su carácter de mujer hecha y derecha, se asustaría con facilidad? Lo iba a descubrir muy pronto.
El primer problema vino cuando me di cuenta de que no había palomitas para comprar. El mostrador de los aperitivos permanecía cerrado al público, sus luces apagadas como mi ilusión. Había pensado que eso de compartir palomitas era la excusa perfecta para rozar de vez en cuando la mano de Elena en la oscuridad. Menos mal que siempre he sido una persona optimista, y no dejé que aquello me arredrara más de lo necesario. Buscamos nuestros asientos y nos acomodamos, casi toda una fila para el grupo que íbamos, junto a varios chicos con más pinta de friki que cualquiera de nosotros. No me costó apenas esfuerzo sentarme junto a Elena, a su derecha. No sé si alguna vez habréis estado en un cine del centro de Madrid. Cómodos, lo que se dice cómodos, no lo son demasiado. En una época en la que, lo que se lleva, son los multicines, los del centro se quedan algo anticuados. En lugar de los consabidos escalones que te permiten quedar a buena altura de la fila de delante, las butacas estaban distribuidas por una rampa que descendía hacia la pantalla. Aquello era un problema, dado que si delante de Elena se sentaba alguien alto, tendría dificultades para ver. Afortunadamente, la chica que se sentó en la fila de delante era de la misma estatura.
La segunda molestia son los asientos, demasiado estrechos e incómodos para mi gusto, pero nada a lo que no puedas acostumbrarte. Al menos los brazos de las butacas quedaban a una altura baja, por lo que si ella se llevaba algún sustillo, siempre podría buscar mi mano para apretarla. Sí, ya sé que eso suena algo desesperado, soy plenamente consciente de ello. Pero cuando estás enamorado de una persona, cualquier gesto, por pequeño que sea, supone un mundo. Sabía que las posibilidades eran pocas, ella siempre ha sido una chica valiente y autosuficiente, como he recalcado en este escrito. Era más probable que el que saltara en su asiento fuera yo a aquél paso. Pero como lo último que se pierde es la esperanza, me arrellané en mi asiento esperando a que los hados del destino me fueran propicios durante aquellas casi dos horas de filme.
Tras el discurso del director y los actores principales de la película, los cuales agradecían que, palabras textuales, “una panda de frikis como nosotros hiciéramos el esfuerzo de estar allí un domingo a las casi doce de la noche para ver su película”, se apagaron las luces entre aplausos y vítores. Pude reconocer algún que otro comentario de las últimas filas del cine por parte de algunos colegas que no sabía que también estuvieran allí. En tanto y cuanto llevo muchos años en el mundillo friki y que soy una persona bastante sociable, suelo conocer a muchas personas aunque sea por medio de eventos como aquél.
La película transcurría en un pequeño pueblo de Galicia sobre el que pesaba una maldición de licantropía. Al cabo de una media hora de risas, comenzó a salir la bestia, acechando en la oscuridad para montar una orgía de sangre y aullidos. En una de las primeras escenas en las que se las veía con un aldeano en su casa, Elena metió un chillidito y se aferró a mi brazo. Los cielos se abrieron ante mí. Mientras en la pantalla el licántropo descuartizaba a aquél hombre, el cuerpecillo de Elena tan cerca del mío mientras se aferraba a mi brazo con las manos crispadas me hacía estar en la gloria.
- Onii-chan, ¿se ha pasado ya?- me preguntó con una voz adorabilísima, con los ojos cerrados.
- Sí, ya se ha pasado- respondí con una sonrisa bailándome en los labios.
Elena abrió los ojos justo a tiempo para ver como el lobo caminaba hacia la aterrada mujer del aldeano, todavía manchado de la sangre del marido. Un nuevo chillido y sus manos se volvieron a apretar en mi antebrazo, mientras me decía lo malvado que era por haberla engañado.
Sí, reconozco que había sido un poquito cabrón al decirle que ya podía abrir los ojos. Pero sumada a la picardía de gastarle aquella pequeña broma estaba el hecho de que sabía que se volvería a aferrar a mí, y era un placer indescriptible. Además del contacto físico, el hecho de que la persona de la que estás enamorado confíe en ti de esa manera, como para abrazarse cuando pasa algún susto, es algo que no se puede describir con palabras. Yo siempre me he considerado todo un paladín, un caballero consagrado a proteger a los demás y evitar que sufran. Así que, que Elena, de natural tan firme e independiente, tan dura e inamovible, se aferrara a mí buscando protección de los sustos que le causaba la película, hacía que el corazón se me hinchara de orgullo. Vamos, que si en aquellos momentos el licántropo hubiera saltado de la pantalla hacia fuera, rugiendo, me lo habría cargado con las manos desnudas si hubiera hecho falta con tal de protegerla.
Pasaron las dos horas de la película, en las cuales hubo varios momentos más de tensión, sustos, adrenalina, explosiones y, como no puede faltar en una película así, risas, por supuesto. Salimos de la sala y, de camino a las puertas, nos encontramos al director y al actor protagonista, así que me paré un momento para felicitarles por la película. Mis agradecimientos eran sinceros, desde luego, porque por un lado soy de los que opinan que hace falta más cine de ese tipo en España, y dejarnos de tanto Almodóvar y demás. Por otro lado, me encantaba la oportunidad de “proteger” a Elena que me había brindado aquella película de terror.
Nos despedimos de mis compañeros y amigos, yendo a coger el autobús nocturno que nos llevara de vuelta al barrio. Eran más de las dos de la mañana cuando llegamos a la parada. Las tripas me rugían de lo lindo, dado que entre haber quedado con Elena y demás, no había podido cenar. Aquellas palomitas que habrían supuesto mi condumio nocturno me habían fallado a base de bien. Pero estaba feliz, realmente feliz. Había ido al cine con ella y se había aferrado a mí como había visto hacer en tantas series y películas. Aquello era, sin duda alguna, impagable. Con gusto hubiera visto de nuevo el filme con tal de sentir sus manos aferrando mi brazo y escuchar aquella voz tan adorable, como si de una niña pequeña se tratase, otra vez. El resto del viaje conversamos de todo un poco, como siempre. Las luces de Madrid iluminaron el Manzanares mientras pasábamos sobre él, cruzándolo, de camino a casa. Realmente era un paraje muy bello, como hice caer en la cuenta a Elena al cruzarlo. Desde que lo habían remodelado, había quedado precioso, siendo un lugar ideal para un paseo romántico a la luz de la luna. Si el destino quería, a lo mejor en unos meses me hallaba caminando por allí de la mano de aquella chica que, en aquél momento, sonreía sentada a mi lado.


Y hasta aqui llega la cosa por hoy. Os dejo con el tráiler de la película que fuimos a ver aquella noche, para que veáis a qué me refiero. Recomiendo encarecidamente que, si os gusta ese género con humor a la española y un puntito casposo que nunca viene mal, vayáis a verla cuando tengáis la ocasión. No creo que "Lobos de Arga" os deje indiferentes. ¡Hasta la próxima!
 
Antiguo 08-Jul-2012  
Usuario Intermedio
Avatar de SirFrancis
 
Registrado el: 03-February-2012
Ubicación: Madrid
Mensajes: 84
Agradecimientos recibidos: 19
Buenas noches, lectores/as. La verdad es que llevaba tiempo pensando en si subir o no el próximo capítulo de mi historia, dado que es el capítulo final, el último capítulo de mi historia. ¿La razón? Digamos que, el modo en que acaba, dado que seguramente muchos de vosotros, que me habéis seguido fielmente escrito a escrito esperaréis que acabe de una forma, y a lo mejor esta no es por la que apostábais. Seamos sinceros, yo tampoco apostaba por esta resolución, pero llegó de ese modo hace ya varios meses. En fin, será mejor que lo leáis y comprendáis el porqué.

Entrada 18 La última confesión

Pasaron un par de semanas más en las que salimos por ahí, nos divertimos junto a amigos, reímos, vimos anime, charlamos de todo un poco… Hasta que, finalmente, hubo dos desencadenantes que me hicieron tomar la decisión que tomé, la cual me llevaría a la conclusión de esta historia.
La primera razón me la dio mi amigo Paco. Sucedió en la celebración de su cumpleaños, para lo cual Elena y yo fuimos invitados a su casa para comer tarta, ver películas y, en general, frikear un poco. Allí nos esperaban Paco y Noelia, su novia. Pasamos una agradable tarde viendo “Zombies Party” y “Los caballeros de la Mesa Cuadrada”, tras la cual acompañé a Elena a la parada del autobús que la llevaba a casa. Aquella vez decidí quedarme un rato más casa de mi colega, al que hacía varios días que no veía. Tras un rato más, Noelia hubo de marcharse también y nos quedamos Paco, su compañero de piso Álex y yo. A eso de las tres de la mañana, viendo la hora que era, decidí quedarme a dormir allí invitado por ambos, de tal modo que Paco y yo acabamos hablando hasta las tantas tumbados en su cama. Así fue como, tras darle muchas vueltas, le confesé aquél gesto que hacía tantos años había compartido con Elena, cuando le había cedido mi anillo de El Señor de los Anillos en la esperanza de que en el futuro significara una prueba de amor hacia mí. Conforme se lo iba diciendo, temía más y más que aquello le sonara ridículo, que Paco me dijera que eso era una auténtica gilipollez (puesto que así me sentía yo en aquellos momentos compartiendo aquél detalle con otra persona ajena). Pero, para mi sorpresa, fue todo lo contrario. Me dijo que había sido un detalle muy romántico y bonito por mi parte, y que me entendía muy bien. Además, me animó a que volviera a confesarle mis incipientes sentimientos a Elena para ver si, tras un último empujoncito, conseguía sacar algo más en claro que la noche en la que le regalé la caja de bombones.
El segundo desencadenante me llegó al día siguiente, por la noche, cuando me conecté a Internet. A raíz de ciertos tweets que había ido poniendo con el móvil, narrando un poco (metafóricamente hablando) cómo me sentía respecto a aquello, tres amigos míos me cogieron por banda aquella noche: Pedro, Miriam y María. Estuvimos hablando del tema, de todo un poco, de mis aventuras y desventuras con ella, de lo de la caja de bombones, de los sentimientos sin confesar, de las respuestas que no me habían quedado claras… hasta que, finalmente, me dieron un segundo empujón que, sumado al que Paco me había dado la noche anterior, supusieron el paso que necesitaba dar para lo que estaba a punto de hacer al día siguiente. Necesitaba respuestas, no convenía seguir dándole vueltas a las cosas sin ton ni son. Debía ser valiente una vez más.
Como de costumbre, quedé con ella para dar una vuelta por el centro, pasear, tomar algo, ver tiendas… vamos, el plan que a ambos tanto nos agradaba desde que habíamos retomado el contacto.
Al final, acabamos llegando al barrio algo tarde. Recuerdo que caía una suave llovizna, el cielo estaba encapotado, y todas aquellas señales que el mundo me estaba dando no me hacían sentirme especialmente esperanzador al respecto de lo que estaba a punto de averiguar. Pero ya había tomado una decisión, e iba a llevarla hasta sus últimas consecuencias, pasara lo que pasase. Aquellos sentimientos por ella estaban presentes, y debía saber la verdad, debía afrontarla para saber si podía aventarlos y hacerlos crecer o extinguirlos definitivamente, quedándome con aquella sana amistad que habíamos recuperado con el paso de tantos años y experiencias juntos. Debía aclarar las cosas pero, sobre todo, debía aclararme yo mismo. Es importante matizar estos puntos, conocer la verdad cuanto antes para poder actuar en consecuencia, antes de que nuestra cabeza vuele muy alto, nuestra imaginación y esperanzas despeguen con demasiada velocidad y más dura sea la caída a la realidad, en el caso de que la haya. Así pues, respiré hondo y, de camino a casa, nos sentamos en un solitario parquecillo a hablar. La miré a los ojos y volví a decirle lo que le había dicho aquella noche, para saber de nuevo su respuesta, la contestación que no se había quedado grabada en mi mente a causa de los nervios que tanto me habían traicionado. La última confesión estaba dicha.
Tras un rato, ella me miró apesadumbrada y, pidiéndome perdón una y mil veces, me dijo que yo había hecho las cosas más románticas y bonitas que nadie jamás había hecho por ella: presentarme aquella mañana de hacía más de diez años, acompañarla casi siempre a casa, regalarle el anillo, escucharla, quedar con ella siempre que podíamos, invitarla a todos los planes que hacía, animarla cuando su novio la dejó, los bombones y la confesión de después de San Valentín, cuidar de ella cuando se puso mala durante la fiesta en mi casa, calmar su temor durante la película de cine y, finalmente, volver a echarle valor a la cosa para sincerarme una última vez. Admiraba aquél valor más que nada en el mundo; lo que había hecho, según ella, pocas personas se atreverían a haberlo hecho.
Pero, lamentablemente, ella solo me veía como un amigo. Durante todo aquél tiempo, no había brotado nada más que la sincera y tierna amistad de su corazón, amistad que se había hecho fuerte con el paso de los años. Algunos diréis, o pensaréis que en aquél momento, viéndola disculparse por no poder sentir por mí más que amistad, noté como mi corazón se quebraba en mil pedazos.
Y la verdad es que no fue así, ni mucho menos. Bien es cierto que me llevé una desilusión, un pequeño mazazo amortiguado por el hecho que durante aquellos meses había logrado refrenar esa ilusión que no se veía correspondida. Había logrado mantener los pies en el suelo durante todo aquél periplo hasta su desenlace, por lo que la caída no había sido tan terrible. Sí, dolía, claro está (a quien no le duela mínimamente algo así es que no tiene corazón, y en tanto y cuanto somos humanos, todos lo tenemos) pero no había sido tan terrible como me esperaba que fuera. En el fondo, mi “yo interior” sabía desde hacía tiempo que estaba viviendo de ilusiones que no encontraban respuesta en el otro lado. Era como jugar al ping pong contra una mesa doblada a la mitad. Lanzaba la pelota y mi propia ilusión me la devolvía, no Elena, si no yo mismo. Y aquél hecho siempre había estado presente en mi mente, pese a que con mis pequeños anhelos lo había hecho callar constantemente.
Sonreí suavemente, notando como aquellas brasas se apagaban poco a poco, antes de que hubiera ardido tanto como para hacerme daño. Me apenaba, pero así era la vida. Ella solo me vería siempre como un amigo, y eso era algo que yo agradecía. Y que tendría que aprender a aceptar, naturalmente. Parecía que aquella no iba a ser mi historia de amor, después de todo.
- ¿Y ahora, qué quieres que haga?- me preguntó mirándome con unos ojos cargados de tristeza y arrepentimiento a partes iguales- ¿Me alejo de ti un tiempo, desaparezco totalmente de tu vida? Dime qué es lo mejor para tu estado de ánimo y lo haré, onii-chan.
- ¿Cómo podría querer que te alejaras de mi vida, canija?- contesté, sonriendo pese a todo. Sentía una enorme paz, extrañamente, en mi interior. La paz de saber que todas mis tribulaciones habían tocado a su fin tras tantos meses de darle vueltas al asunto una y otra vez- Lo que quiero es que permanezcas a mi lado, siendo mi fiel amiga y dejándome ser tu amigo. ¿Podrás concederme ese deseo?
Su mirada fue iluminándose de ilusión poco a poco hasta que, finalmente, me abrazó fuertemente por el cuello, por lo que hube de agacharme.
- Pues claro- murmuró a mi oído- Estaré aquí para ti y para ver cómo, tarde o temprano, encuentras a tu verdadero amor. Eres una persona fantástica, de verdad, un chico de los que ya apenas quedan, y algún día una chica excepcional se dará cuenta de ello y te dará todo el amor que tú podrás darle a ella. Estoy segura de eso.
Y, tras aquellas palabras de despedida y dos besos, cada uno nos fuimos por nuestro lado. Me detuve un momento a contemplar cómo se calmaba la lluvia, y cómo entre las nubes asomaba una preciosa luna creciente. Reflexioné sobre todo cuanto me había pasado, todo cuanto había vivido con ella y todo cuanto me quedaba por vivir junto a una amiga así. Porque al fin me empezaba a hacer a la idea de que sólo éramos amigos, y así seríamos por siempre, pasara lo que pasase. Pensaréis que la amistad es un pobre consuelo en comparación a encontrar el amor. Nada más lejos de la realidad. Hay veces, en la vida, en la que una buena amistad es un gran consuelo que nos ayuda a seguir adelante. Además, ahora que todo había quedado aclarado con Elena, mirando aquél cielo nocturno que se empezaba a abrir sobre mí, volvía a palpitar la esperanza dentro de mi corazón.
- Ahí fuera, estés donde estés en estos momentos- susurré a la noche- este mismo cielo te está iluminando. Tardes lo que tardes en llegar, pasemos las pruebas que pasemos, sé con total certeza que algún día nos conoceremos y estaremos juntos. Te espero, como te he esperado siempre. Y algún día podré decírtelo a la cara, mirándote a los ojos. Te doy mi palabra.
Puede que a algunos os suenen cursis estas palabras, o demasiado esperanzadoras. Puede que estéis en una situación en la que no veáis esa luz que hay al final del túnel, en la que no creáis en el amor, en la que no queráis saber nada de eso… en fin, cada persona es un mundo y un servidor no puede hablar por todos vosotros. Pero lo que sí sé es que la esperanza es lo último que se pierde, es el viento que da alas a nuestras ganas de seguir caminando por la vida, día a día, paso a paso, sueño a sueño… Porque el ser humano no es nada sin sueños que cumplir y metas que lograr. Y aquella noche, con la paz que cubría mi corazón, sanando la pequeña desilusión que me había llevado al saber la verdad que mi corazón se negaba a admitir desde el principio, aquellas palabras se me antojaron llenas de esperanza. Puesto que, pasara el tiempo que pasase, mi camino seguía ante mí. No sabía lo que me depararía el destino, no sabía el tiempo que me llevaría. Pero, si de algo estaba seguro, era que tarde o temprano vería mi sueño hecho realidad.



¿Y qué me ha hecho subirlo ahora, os preguntaréis, tras tantos meses que han pasado de que viviera esta situación? En primer lugar, que costó tiempo olvidarla. Aquí está un poco suavizado, pero todos entenderéis que cuando no se lleva a cabo lo que esperas con alguien, supone una buena decepción (más después de todas las vivencias con esa persona). Afortunadamente, siempre mantuve mis sentimientos rebajados, a la espera de si poder aventarlos o no, por lo que el mazazo del rechazo no fué tan terrible como cabe suponer.
Pero yo creo que el principal motivo de haber tardado tanto es que no me gustaba este final, así tan inconcluso, tan con ganas de decir: Bueno, vale ¿y ahora qué? Nos has dejado un poco fríos, Fran. Afortunadamente, hace una semana y pico, ocurrió algo en mi vida, gracias a este foro, precisamente, que me dió pie a escribir el siguiente capítulo de mi historia. El Epílogo, por así decir. Un Epílogo que cuelgo a continuación para que todos vosotros podáis compartirlo. Un Epílogo que me llenó de esperanza y... bueno, vedlo vosotros mismos.
 
Antiguo 08-Jul-2012  
Usuario Intermedio
Avatar de SirFrancis
 
Registrado el: 03-February-2012
Ubicación: Madrid
Mensajes: 84
Agradecimientos recibidos: 19
Epílogo Dos nuevos comienzos

Han pasado varios meses desde aquella noche en la que Elena y yo aclaramos todo. Varios meses durante los cuales me he centrado de nuevo en mi vida, en mis amigos (ella entre ellos, naturalmente), mi trabajo, mis aficiones y, como no, mis escritos. Entre ellos, está este mismo que tienes ante los ojos, querido lector. Pues, a pesar de que la historia llegó a su final, pese a que me costó olvidarla en ese sentido y más aún ponerme a escribir los últimos capítulos, era algo que os debía a todos vosotros y, como no, a mí mismo. Porque una buena historia tiene un buen final. Pero, en este caso, también tiene un buen enlace para la que espero será una historia aún más bonita. ¿Queréis saber a qué me refiero? Prestad, pues, atención y seguid leyendo.
Como algunos de vosotros sabréis, la gran mayoría (puesto que la habéis estado leyendo día a día y mes a mes), esta historia fue creada y publicada regularmente en la página web de ForoAmor (desde aquí os mando un saludo a todos aquellos lectores/as que, fielmente, me habéis seguido y dado ánimos para continuarla). Pese a que, normalmente, estoy feliz y siento esperanza en el corazón, no puedo evitar volverme melancólico de vez en cuando. Y aquello fue lo que me pasó una mañana de hace unos cuantos días. Una mañana en la que ForoAmor, una de mis reflexiones y un mensaje privado, comenzaron un nuevo capítulo de mi vida.
Había pasado una mala noche, las cosas como son. Debido a unas conversaciones con unos amigos míos y a que me sentía especialmente sensiblero, sumando canciones de Celine Dion y Bryan Addams, no estaba en mi mejor momento. Me sentía algo decaído, añorante, con ganas de encontrar a alguien especial en mi vida. Ganas de cumplir aquél juramento hecho a la luna creciente aquella noche. Lamentablemente, las cosas no me iban muy bien en aquello de encontrar el amor verdadero. Por mucho que salía por ahí, me apuntaba a mil cosas, quedaba con muchas personas, reía, bailaba, bromeaba y me lo pasaba estupendamente, parecía que aquella chica en cuestión no terminaba de aparecer en mi vida.
Así que, decidí que la escritura me echara una mano y mis dedos volaron sobre el teclado buscando una forma de desahogarme. Lo que creé, como viene siendo habitual, lo publiqué en ForoAmor bajo el nombre de “Ya llegará, cuando menos te lo esperes”. Una reflexión en la que procuraba alentarme a mí mismo, a la vez que a los demás, de que mantuvieran viva la esperanza pasara lo que pasase, puesto que algún día todos aquellos que lo quisiéramos, encontraríamos el amor. Cuando acabé y le di a publicar, me sentí bastante mejor casi instantáneamente. Sonriendo satisfecho, cerré el foro y cogí mi móvil dispuesto a quedar con mi colega Pedro, que venía a Madrid desde Murcia, de camino a Vitoria a ver a su novia.
Dimos una vuelta, andamos de tiendas frikis, vimos películas, series, cómics, juegos de rol… charlando de todo un poco. El tenía sus problemas y yo los míos. Y como hace más de diez años que nos conocemos, nos pusimos a aconsejarnos mutuamente. En lo referente al hecho de que no encontraba a esa chica especial, me dijo que algún día no muy lejano me llegaría. No debía perder la esperanza, pues tarde o temprano aparecería alguna chica que se complementara perfectamente conmigo, que coincidiera en un montón de cosas y, a la vez, ampliara mis horizontes en muchas otras, obteniendo el mismo tipo de respuesta por mi parte. Lo describió como una balanza, cada uno en un lado, compartiendo el centro, en constante equilibrio, complementándonos y sujetando y ayudando a sujetar a la otra parte. Un símil bastante acertado, la verdad, que contribuyó un poco más a animarme. Volví a casa de nuevo esperanzado, decidido a no dejarme vencer por ese puntual desánimo melancólico que me asaltaba de vez en cuando. Encendí el ordenador y me conecté al foro, por la curiosidad de ver si alguien había dado su opinión a la reflexión que había llevado a cabo aquella mañana. Cual no sería mi sorpresa al encontrarme un mensaje privado parpadeando en la barra de opciones. Lo que leí a continuación, me dejó gratamente sorprendido.
Se trataba de una chica que hacía tiempo que no se conectaba, autora de un post de “Busco Pareja” en dicha sección del foro. Aquel post me había llamado la atención, desde luego, dado que ambos buscábamos exactamente lo mismo. Pero encontrarme aquél mensaje privado sin que yo me hubiera dado a conocer, era fantástico. En el mensaje me confesaba que había leído mi reflexión y que coincidía totalmente con ella, hasta tal punto que parecía como si la hubiera escrito de su puño y letra. A lo cual, le contesté si le apetecía que charláramos y nos conociéramos un poco, dado que ella también me había llamado la atención a mí. Fue la mejor decisión que pude tomar. Acabamos dándonos el Messenger y aquella misma noche, a las doce, empezamos a hablar y conocernos. Teníamos muchas cosas en común, tantas que, medio en broma medio en serio, daba algo de miedo xD Era sorprendente que todo cuanto dijéramos, todos los gustos y aficiones, la manera de ser y de pensar… fueran si no las mismas, prácticamente iguales. La noche se hizo corta, chateando y chateando, el reloj marcó las cinco y media de la mañana sin poder despegarme de la pantalla del ordenador, escuchando música clásica de fondo. Para rematar, dado que ambos teníamos que madrugar al día siguiente y el sueño comenzaba a hacer mucha mella en nosotros (cosa que no nos agradaba, puesto que podríamos haber seguido hablando encantados de la vida), nos dimos los móviles para poder hablar por whasapp y, de paso, compartir alguna fotito (no nos era esencial, puesto que ya habíamos quedado en que a ninguno de los dos nos importaba demasiado el físico, dándole mas peso a la forma de ser de la persona), pero que, indudablemente, siempre era bonito ponerle cara a una persona con la que de buenas a primeras habías congeniado tan acertadamente.
He de decir que, pese a que ella insistía en que no salía muy favorecida en las fotos, me pareció una auténtica monada. Así que aquella noche me fui a dormir con una sonrisa de felicidad en los labios, habiendo conocido a una persona tan especial como ella gracias a uno de mis escritos.
Al día siguiente, seguimos chateando por whasapp siempre que su trabajo se lo permitía, y así continuamos hasta la noche. Seguíamos coincidiendo en todo, desde nuestro carácter bromista y alegre, hasta nuestros gustos, pasando por cosas tan insignificantes como momentos chistosos favoritos de Padre de Familia, por ejemplo. Hasta en la mínima cosa. Cada vez llamaba más y más mi atención. Tanto ella como yo confesábamos que era increíble encontrar a alguien tan parecido y, a la vez, tan complementario. Alguien con tanta facilidad para hablar de todo, pues sabíamos qué pensaba el otro respecto a algo, o cual iba a ser su reacción al hablar de algún tema. La extrañeza de este hecho que nos había ayudado a congeniar tan deprisa, dio paso a cierta calidez y, según palabras textuales suyas, “sentir buenas vibraciones” al respecto. Llegó la final de la Eurocopa y descubrí que a ella tampoco le gustaba el fútbol. ¿Qué hicimos? Pasar del partido y seguir hablando. Muchos se alegraron de que ganara España, a mí me dio absolutamente igual (como siempre, la verdad) pero, si hay algo de lo que me alegré aquél día mientras sonaban las trompetas por todo el barrio, era de el hecho de poder estar hablando con ella. Por el contenido de sus mensajes y el de los míos, comenzaba a ver cierta atracción entre nosotros. Sí, era muy pronto, no nos conocíamos todavía en persona y apenas llevábamos unos días charlando. Pero era tal la familiaridad que sentía hacia ella y ella hacia mí, que me sentía como si la conociera de hacía tiempo.
Sé que puede sonar raro si nunca os ha pasado algo parecido, pero os aseguro que es maravilloso encontrar a una persona así por la más fortuita de las casualidades (aunque ambos creíamos que el destino también tendría su parte de culpa en aquello).
Finalmente, aproveché que librábamos el mismo día para ofrecerle la posibilidad, si ella también quería, de que quedáramos para conocernos en persona. Ella aceptó. Quedamos en Sol para dar una vuelta, charlar, quizás ir al cine… lo que nos diera la gana, según fueran surgiendo los planes. Allá que fui bastante nervioso, procurando que no se me notara demasiado. Solo iba a conocerla, nada más, pero mis miedos e inseguridades hacían mella en mí ¿y si no le caía bien en persona? ¿Y si nos quedábamos sin hablar, cortados por el momento? Había tantas cosas que en ese momento piensas. Tantas estupideces que se desvanecieron cuando la vi acercarse a mí entre la gente, con una cálida sonrisa en los labios. Estaba preciosa, mucho más que en la foto en la que ya me había resultado guapa. Tras dos besos, comenzamos a charlar de todo un poco, como si ya nos conociéramos en persona. Ninguno de los dos se cortaba, fluyendo la conversación fácilmente mientras íbamos a la Fnac a ver desde series y películas, hasta cómics y libros de animales. Después, ofrecido por ella, decidimos dar un paseo por el Retiro en aquella bonita tarde de verano. Y allá que fuimos perdiéndonos un poco por el camino, teniendo que usar el googlemaps de mi móvil para encontrarnos (en mi defensa diré que estaba tan a gusto con la conversación y prestándole toda mi atención a ella, que no me dí cuenta de que no íbamos en la dirección correcta xD) Paseamos por el Retiro, nos sentamos en un banco a tomar una coca cola y, tras un rato más de charla y bromas, decidimos ir al cine. Así que nos pusimos a caminar de nuevo, en dirección a Príncipe Pío. Cuanto más tiempo pasaba con ella, más me atraía. Ella ya sabía que incluso antes de conocernos, comenzaba a sentir “aquellas buenas vibraciones” por ella, sentimientos que eran recíprocos. Pero entonces, cara a cara, la cosa iba a más. Seguíamos coincidiendo constantemente, reíamos a cada rato, nos seguíamos las bromas mientras nos poníamos al día de nuestras respectivas vidas. Me lo estaba pasando genial, y sabía que ella también. Somos dos personas muy francas, sinceras, sin intenciones ocultas y maldad en el corazón. Y de vez en cuando, sobre todo cuando me miraba a los ojos, notaba que el mío se aceleraba un poquito. La cosa marchaba francamente bien, y no podía creer la suerte que tenía de haber encontrado a una chica así.
Tras la película, la acompañé en el metro hasta la parada de autobús que la llevaría a su pueblo (no vivía en Madrid capital). Durante el viaje, la conversación se tornó un poco más seria, más íntima, momento en el cual le estuve dando mis impresiones respecto a ella y la relación que llevábamos. Coincidía con ella en que debíamos ir poco a poco, conociéndonos, pero no podía negarle que desde las primeras palabras que habíamos cruzado, había sentido algo dentro de mí. Algo que crecía con cada momento que pasábamos juntos. Sus ojos, su sonrisa y sus gestos me daban la respuesta que su timidez no lograba sacar a relucir: a ella le pasaba lo mismo.
Aquellas buenas vibraciones que sentíamos durante nuestras primeras charlas por Messenger y whasapp estaban yendo a más desde que nos habíamos conocido, si bien es cierto que aún quedaba camino por delante. Decidido a no dejar la conversación a media y, sobre todo, a comportarme como el caballero que soy, me subí al autobús que nos llevaría a su casa, pese a que eran las dos menos cuarto de la mañana. Durante el trayecto, seguimos hablando del tema, y le confesé que me gustaba. Que iríamos todo lo despacio que ella quisiera, puesto que no tenía ninguna prisa ni intención de agobiarla o estresarla. Ante todo, deseaba que ella estuviese bien, feliz, y que fuera marcando los pasos a seguir. Nos tomaríamos el tiempo que hiciese falta para seguir conociéndonos, pero pese a que ella ya lo sabía, expresé en voz alta mi intención de, si la cosa seguía así de bien, en el futuro salir con ella como pareja. Mientras hablaba, sincerándome poco a poco, veía cómo brillaban sus ojos de la emoción.
- Nunca he conocido a nadie como tú- me confesó en una tierna voz baja, en la penumbra del autobús- Y nadie me ha dicho jamás unas cosas tan bonitas.
Aquello sonó como música para mis oídos, desde luego. Al igual que el hecho de que ella sintiera lo mismo por mí, y que su intención de salir conmigo en el futuro si la cosa seguía así de bien fuera la misma. Decididamente, la resolución de subir al autobús había redondeado una maravillosa tarde/noche junto a una chica tan especial.
Tras una charla más en su pueblo, esperando que el mismo autobús diera la vuelta para llevarme de nuevo a Madrid, le hice una foto con el móvil. Quería tener un recuerdo físico de que todo aquello no había sido solamente un sueño, de que al día siguiente cuando me levantara aquello habría pasado de verdad. Tras un par de besos y una suave sonrisa, nos despedimos por el momento, hasta nuestro próximo encuentro, pese a que seguiríamos hablando activamente por whasapp y demás. Me senté en la última fila del vacío autobús y suspiré feliz, completamente feliz por primera vez en varios años, puesto que sabía (tanto en mi mente como en mi corazón) que esa vez mis anhelos encontraban respuesta al otro lado.
¿Y a qué viene lo del título del epílogo? ¿Qué pasó con Elena? Aquí va su historia. Una historia que acaba de empezar, que ahora mismo está en un pequeño bache que, espero, se arregle y que, desde luego yo voy a hacer todo lo posible por ayudar. Para empezar, diré que Elena sabía que iba a quedar con la chica del foro y me había dado muchos ánimos al respecto, deseándome que todo saliera bien. La noche siguiente a conocer a la chica del foro cara a cara, cuando le comenté un poco cómo se había dado la cosa, no pudo por menos que llorar de la emoción y alegrarse mucho de que hubiera encontrado a alguien tan especial. Pensé que se trataba tan solo de la alegría de una muy buena amiga, pero como descubrí unas horas después, había algo más detrás.
Al día siguiente, tras acabar mi jornada laboral, y como tenía que esperar a que abrieran la tienda de cómics de unos amigos míos, decidí ponerme en contacto con un gran colega y amigo del curro, Ricardo, para comer con el (dado que vive en pleno centro de Madrid). Allá que fui, comimos juntos y vimos un capítulo de alguna serie que otra. Después, me acompañó hasta la tienda en cuestión, momento en que pude compartir con él las novedades acerca de la chica por la que sentía algo que crecía día a día. Le notaba algo… digamos, apagado. Como si me estuviera ocultando alguna cosa. Finalmente, acerté cuando no pudo más y me confesó que se había enrollado con alguien hacía unos días, pero no me lo quería contar por si me sentía mal y me enfadaba. Tras un rato de tira y afloja, finalmente, me lo contó. Había sido con Elena.
Al parecer llevaban ya tiempo hablando por Internet, y habían quedado. Ella ya sentía algo por él, y finalmente había dado rienda suelta a aquello hacía unos días. Lamentablemente, a raíz de que pensaba que a mí me sentaría mal aquello, había cortado por lo sano, causando que discutieran la noche anterior.
¡No me lo podía creer! Sin duda, me pilló por sorpresa. Pero lejos de sentirme enfadado o traicionado, como ellos pensaban, me sentía muy feliz por ellos. No lograba entender porqué pensaban que me sentaría mal, dado que ambos sabían que estaba muy ilusionado con la chica que había conocido por el foro, de la cual me estaba empezando a enamorar. Pero supongo que pensaban que donde hubo fuego, cenizas quedan. Y nada más lejos de la realidad. Elena ya era para mí desde hacía tiempo solamente una amiga, buena amiga, pero nada mas. Y Ricardo uno de los mejores amigos que tengo, por añadidura, al que conocí cuando empecé a trabajar en la empresa en la que sigo a día de hoy. Por tanto, no podía creer que, indirectamente porque no me quisieran hacer sentir mal, su incipiente relación corriera peligro. Además, en aquellos momentos Ricardo se sentía mal, como si me hubiera traicionado.
Lo primero era lo primero. Hablamos larga y pausadamente sobre el tema, haciéndole entender que al contrario de lo que el había pensado, me sentía feliz por ellos y les deseaba lo mejor. Ambos son personas muy queridas para mí, y pensaba que serían muy felices juntos. Así que de aquello estuvimos hablando durante casi hora y pico, hasta que, no sin antes prometerle que haría lo que estuviera en mi mano para ayudarle a superar la discusión que habían tenido por no querer defraudarme, me despedí de él con un emotivo abrazo. Por tanto, volví a casa dándole vueltas al tema, hasta que mi añorada dama me habló por whasapp, momento que aproveché para charlar un rato con ella, contándole también lo de mis dos amigos. Finalmente, hubo una frase muy bonita que ambos compartimos, poética y muy reveladora sobre lo que sentíamos. Y sobre lo que yo sabía que sentían Ricardo y Elena, cosa que les ayudaría a ver, a solucionar y a llevar a cabo con todo lo que en mi mano estuviera. Yo espero, sinceramente, que pueda ayudarles a arreglarlo y que nazca una bonita relación de la que, estoy seguro, disfrutarán enormemente, dado que ambos lo merecen.

En cuanto a mí, deseo seguir conociendo a la que, espero de todo corazón, tarde o temprano sea mi pareja, puesto que cada día que pasa cobra más sentido el hecho de que ya se ha convertido en mi sueño hecho realidad. Como dijimos aquella misma tarde:

“El amor es como una planta. Hay que regarlo, poco a poco, para que crezca alta, con raíces fuertes y acabe dando los frutos más dulces que hayamos probado jamás”

Y, desde luego, eso es lo que tengo toda la intención de hacer.



FIN



Y aquí termina la historia que comencé hace muchos meses, después de un largo recorrido. Como véis, la principal moraleja que puede extraerse de todo esto es que a veces, en la vida, por muy bien que creamos que nos está yendo una historia o experiencia, siempre puede terminar de una forma que no nos esperábamos. Pero con ello no debemos dejar que nos venza el desánimo, cerrarnos al amor, a conocer gente nueva y a mirar con esperanza un nuevo amanecer. Precisamente, ante mí se halla ese nuevo amanecer, como he dicho. Y todo gracias a que una mañana decidí ponerme a reflexionar en este foro. Y mi escrito, cual faro, atrajo la atención de cierta chica maravillosa a la que sigo conociendo a día de hoy y con la que tengo la sincera esperanza de que, algún día, nuestras historias se entrelacen en una sola. Nunca dejéis de creer y de soñar, queridos lectores, puesto que ahí radica la grandeza del ser humano. En que podemos mantener viva la esperanza de que hay algo mejor para nosotros el día de mañana. Como véis, un servidor ya lo ha encontrado. Y así os deseo a todos los que sigáis esperando que, algún día, hayéis esa felicidad que a todos nos llega. Un saludo, muchísimas gracias por leer y, animándoos a dar vuestra opinión de la historia en general, se despide por el momento el paladín del foro.

Sir Francis
 
Antiguo 10-Jul-2012  
Usuario Intermedio
Avatar de SirFrancis
 
Registrado el: 03-February-2012
Ubicación: Madrid
Mensajes: 84
Agradecimientos recibidos: 19
jaja, una lástima que no pares por Madrid, Invincible, porque cuantos mas frikis seamos en esos eventos, mejor nos lo pasamos (aunque llevar buena economía también es importante, la verdad jajaja) Me alegro mucho de que te haya gustado, pero lo mejor de la historia está por llegar, sin duda. Y gracias por los ánimos, algo dentro de mí me dice que esta vez si que voy a tener suerte La mejor suerte de toda mi vida, sin duda, jejeje Un saludo!
 
Antiguo 05-Sep-2012  
No Registrado
Guest
 
Mensajes: n/a
Hola.

Me encantó tu historia, te deseo éxitos en tu vida y, en especial, con el amor que has hallado. Soy una apasionada de él, creo en él, pero en lo que no creía es que existiera alguien que lo conociera. Tengo que confesar que nunca me he enamorado pero, pese a ello, me gustaría hacerlo, de la persona indicada. Siempre pongo barreras porque veo, en los hombres que me gustan, no una total sinceridad y del que me parece que lo es, termina no gustándome por su débil personalidad.

Espero haberme hecho entender, jejeje. Bueno, Dios te bendiga siempre.

Bye.
 
Antiguo 08-Sep-2012  
Usuario Experto
Avatar de sergiales
 
Registrado el: 09-August-2012
Ubicación: barcelona
Mensajes: 213
Agradecimientos recibidos: 16
Hola Sirfrancis, me ha encantado la historia, he de reconocer que mas de una lagrima se me ha escapado...y eso en un engendro como yo que tiene un callo en vez de corazon, pues es de admirar.
Lo que mas me ha gustado es que eres capaz de captar y expresar muy bien las sutilezas o esos detalles del amor y los sentimientos y eso hace que te metas dentro de la historia, sigue asi, eres muy buen escritor.
Me ha gustado mas la parte del principio que la parte del final, creo que es porque con la historia del principio te puedes sentir mas identificado y mas hacia el final la historia se centra mas en ti (normal ya que es autobiografica) pero se pierde creo yo esa magia o climax que tenia la historia del principio.
Bueno espero seguir leyendo tus obras..un abrazo
 
Responder

Temas Similares
La historia continua La historia continua... Mi historia continua La historia continua La historia continua


La franja horaria es GMT +1. Ahora son las 06:51.
Patrocinado por amorik.com