Langon continúa su crítica en otro artículo:
Reflexiones para una educación filosófica en tiempos de globalización
Así que... hora de indagar en él...
Nuestra época es un tiempo patético como dice Langon, pero no porque el conocimiento se mueva en la incertidumbre pues estamos en los años más fuertes de la literalidad, justamente a la falta de elaboración que hay en las producciones de las personas, lo que en otras palabras podría verse como una sobredosis de instantaneidad. La metáfora de buen sabor requiere profundidad y espera.
A lo mejor Langon no ha podido apreciarlo, pero desde hace décadas no hay filósofos intempestivos, lo intempestivo ya nada tiene que ver con la Filosofía (si es que alguna vez lo tuvo, este mortinato de Platón), cuando además el relativismo de nuestra época se ha resignado a no aprender nada de otros tiempos, los cuales nunca están desligados de enseñanzas que pueden aprovecharse dentro de nuestros contextos; algo que se resbala sin gracia en el texto del autor.
Entonces, ¿qué será para Langon un filósofo desubicado y qué un filósofo utópico? ¿Por qué le teme a las raíces de donde se alimenta una época? No pude inferir otra cosa que su temor, debido a su rechazo a quienes son siempre críticos, siempre insatisfechos, siempre en su inquieto querer ¿Acaso son realmente características de seres paleolíticos y astronautas, o no será la nauseabunda herencia kantiana paseando en la llanura de sus afirmaciones la que lo lleva a darse cuenta que la isla no es todo lo que había, y que a pesar de eso, por temor a embarcarse, señala con rechazo a quienes son capaces de ir más allá de la orilla?
“Vivimos tiempos de ganadores. Vivimos tiempos de perdedores” nos dirá Langon, por lo que con más razón es necesario ir a la raíz, pero él no quiere “un pensar radical” como buen acomodado entre premios y reconocimientos, anexo conveniente de instituciones que validan su burocrática existencia. Pero los ganadores son los que mejor surfean con las lógicas del dinero, son los que mejor se adaptan a los moldes que propone el capitalismo; a pesar de los millones que padecemos luego por esas relaciones de poder. Pero es inexacto dividir el asunto en perdedores y ganadores, pues las masas desean el fascismo, y hasta el más prescindible de los esclavos actuales es capaz de apoyar poderosos decretos en contra de sus pocos beneficios.
Los filósofos actuales no están “soplando en las grietas del sistema” sino que son engranajes del sistema y se pelean para seguir siendo parte del sistema, es decir, compiten con quienes les pueden hacer la contra-propaganda a sus discursos por la superviviencia de esa labor burocrática.
¿Eso significa que están mal los filósofos? No necesariamente, frente a la patronal siempre del lado del obrero, pero no parecieran honestos los filósofos sobre sus funciones dentro de la máquina capitalista; así como los asistentes sociales no parecieran percibirse como la variante policial dentro de los procesos de orden social: evitando fugas, derrames, manteniendo la máquina en funcionamiento a favor de los ganadores.
Con otras palabras el intempestivo Nietzsche, hablaba del “último hombre”, ese que Langon supo describir como una “expansión masiva de un tipo de subjetividad sumisa, que no se espanta, que no se asombra, que no se conmueve y no se mueve”, son también los filósofos de hoy día, quienes llaman lucha a los trámites que el sistema les ha ofrecido para resistir como obreros que podrían perder su trabajo, pero, fuera de los moldes esperables sencillamente no luchan ¿Será por el mismo temor a esa radicalidad de la que habla Langon? Pero ya no un pensamiento, sino una praxis vital capaz de ofrecer algo que pueda escapar de lo esperable o asimilado, justamente una subjetivación intempestiva y verdaderamente crítica.
Es lo que veo en las filosofías de nuestra década, en los filósofos, ésto que Langon describe como “...subjetividad apática, incapaz de sorprenderse por nada, de dudar, de cuestionarse, de advertir problemas, de preocuparse, de tomar posición, de pensar”, pero también “una pasión pasiva, una afectividad a la que nada afecta, nada conmueve, nada es capaz de poner en movimiento”.
Aunque el autor cite a Vaz Ferreira, sólo puede defender una filosofía etérea que sobrevive en la impotencia de no tener encanto, pues a diferencia de otras culturas que podemos revisar en la historia -que no sólo tenían pensamiento mágico sino también del encanto- estamos como latinoamericanos en sociedades que sólo pueden sostenerse del pensamiento mágico (como por ejemplo cuando creemos que votando hacemos algo valioso e importante, sin encanto); es un detalle no menor, pues vivimos en sociedades que están erradicando a lo poco que queda de las culturas que sí tienen de ambas cosas.
Así que, nuevamente, puedo estar a tono con su defensa de aquellos que podrían perder su trabajo, pero edulcorar la labor de los filósofos como lo intenta con sus piruetas rimbombantes, me es imposible, no tengo el suficiente privilegio y comodidad que él deja a la vista en sus ornametadas oraciones como para lograr inflarme el pecho con ese amoniaco retórico.
Habla de una educación que la Filosofía no puede ofrecer, pues no es desestabilizadora sino afín a las necesidades de nuevos mercados que compone el cognitariado capitalista. La democracia también le ha impedido a la Filosofía cuestionar dentro del mundo educativo, pues así como hoy día le llamamos “lucha” a panfleterismos inertes, también le llamamos “cuestionar” o “transformar” a seguir siendo funcionales al sistema pero sosteniendo un discurso que demuestre que somos conscientes de ello, y a veces añadiendo axiomas que mejore el poder de asimilación del mismo, para que nada quede afuera para que nada inesperado suceda; el antídoto contra todo acontecimiento. La belleza de confundir las palabras y las cosas, para que hasta un docente pueda ser visto como subversivo en su rol actual de ser otro funcionario dentro de una jerarquía más, gracias a las ilusiones de confundir el mero acto enunciativo con prácticas revolucionarias.