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No se podía esperar gran cosa de Iñaki Urdangarín, un individuo que dejó a su prometida por casarse con una mujer de la familia real. Un trepa con todas las letras, como bien ha dejado claro su historial a lo largo de los años. Y ahora está en los brazos de otra mujer, vasca como él, y deja a la realeza con dos palmos de narices. Cuando todos sabemos que, de no haberse casado con la hermana del rey, por haber cometido un delito semejante de estafa y acumulación indebida de capital, estaría todavía en prisión y no precisamente solo como ha estado estos pocos años, sino entre presos comunes dados a las riñas y violencia en general. Cierto que la soledad es muy mala y puede conllevar a la melancolía y depresión, pero es mucho peor estar entre malas compañías con quienes no se puede convivir tranquilo.
Sobre los matrimonios en general, algunos parece que se llevan bien, pero es sólo de puertas hacia fuera. De puertas hacia dentro sólo ellos conocen verdaderamente sus problemas y diferencias.
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