Yo no creo en el destino. Pero sí que creo en lo poco que podemos controlar nuestras vidas, debido a la complejidad del entorno, su dinamismo, la imposibilidad de predecir cualquier suceso aleatorio que, en el momento menos esperado, puede cambiar tu vida.
Lo que quiero decir es que, existe o no el destino, tú no tienes control sobre tu propia vida. Nadie lo tiene. Somos esclavos de las azarosas visicitudes de las circunstancias.
Y esto sólo significa una cosa: preocuparse no sirve de nada. Lo que tenga que ser será.
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