Una de mis arias de ópera preferidas es “Un bel di vedremo”, de Madame Butterfly, que se debe escuchar con los ojos cerrados y el corazón abierto para que las lágrimas no se derramen a toneladas, un aria que invita a soñar con ese horizonte en los confines del mar donde, efectivamente, “un bello día veremos” aparecer la nave de la esperanza.
Decía Calderón de la Barca que la vida es en el fondo un sueño y que, por tanto, todo es irreal e ilusorio.
Lo cierto es que a menudo resulta difícil conciliar lo real con lo quimérico, la existencia positiva con las entelequias que fabrica nuestra propia razón estimulada por el deseo, lo que lleva a que la vida se asemeje en efecto a un sueño en el que no sabemos a ciencia cierta quiénes somos, sacudidos por misterios insondables que guían nuestra existencia a menudo por senderos inesperados.
Pero, en fin, siempre nos quedará “Un bel di vendremo” para poder desahogarnos y llorar a gusto, y soñar, por supuesto, siempre soñar.