No sabes que mal me siento
porqué te has hundido otra vez.
Rayos, columnas de fuego,
atraviesan mi cuerpo,
toda una conjunción de ira
me nubla el entendimiento.
Ha sido en otra noche fría,
acosado por la lluvia,
te has puesto el freno a tí mismo
y has gritado basta
en el umbral de la locura.
Ahora no sé que hacer,
donde poner las manos,
si fumarme otro pitillo,
si transitar esas calles
que nos vieron abrazados.
No sé si irte a buscar
a la casa de tus padres,
o dejar que te duermas triste
en la habitación de cuando niño.
Luego reprocharás a todos
los que torcieron tu voluntad,
a quienes llamaron la ambulancia,
a los que te lavaron el estómago,
los que te vigilaron cada minuto,
a quienes te recuperaron con sedantes.
Llorarás solo y perdido,
en un rincón de nuestro cuarto,
gritándome que no me acerque,
escupiendo sobre mis manos.
No sabes que desarmada,
que desnuda y fatigada,
soporto esas crueles horas,
en que una debe decidir
y yo no decido nada,
mientras la cobardía me aplasta.
No sabes de que modo amargo
asumo en nuestra casa
tus deseos de morir
y dejarme así, sin nada.
Todo es cruel y dañino,
las fotos donde ries,
las que me tomas de la mano,
las de nuestros mejores días...
son instantes clavados
de cuando fuímos felices,
que ahora me desgarran el alma,
que me tiran al suelo,
que gritan: nunca más te levantes,
y ojalá que él se muera.
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