Tendría unos 23 años la primera vez que escuché la voz de Sara Atán. Había ido a casa de un amigo de mi universidad para repasar el examen de Termodinámica que teníamos esa semana, y de paso me puso un disco de techno y electrónica que había mezclado, ya que por aquel entonces dedicó un tiempo a hacer de DJ.
Uno de nuestros referentes musicales era Aleix Vergés, alias DJ Sideral, un verdadero gigante de la escena nocturna barcelonesa que tenía residencia en The Loft, de Razzmatazz. Aleix Vergés había grabado un disco inolvidable llamado
Schizotronic & Techno, un CD-mix muy original en el que hacía unas grandes mezclas de pop electrónico y techno. Una de las canciones que sonaban en ese disco era
Agosto esquimal, de Maga. El disco era una mezcla impresionante de estilos, ritmos e idiomas. La mayoría de canciones eran en inglés, alguna en alemán y, el momento onírico en el que sonaba
Agosto esquimal en castellano era lo mejor del disco. Una canción pop lenta y muy alternativa que contrastaba con el techno trepidante del resto del disco y provocaba unas sensaciones musicales muy extrañas y hasta inquietantes.
Mi amigo, emulando el estilo de Aleix Vergés, eligió para su disco una canción pop de la escena indie española,
Incendio #3. Nunca la había escuchado, y me encantó. Así que le pregunté acerca de ella y me dijo que se trataba de un tema de un grupo gallego, Nadadora.
Aquella tarde salí de su casa con un CD lleno de música nueva, incluyendo el disco
Todo el frío del mundo. Y aquel invierno quemé el disco, vaya si lo quemé. Lo escuchaba a todas horas. Una verdadera obra de arte. Canciones intimistas, inimitables y rebosantes de sensibilidad y simbolismo.
A partir de aquel día, Nadadora me acompañó frecuentemente en lo que sería la banda sonora de mi vida. Conseguí sus trabajos anteriores,
El cielo de antenas y
Aventuras dentro de cajas, y más adelante, su disco
Hablaremos del miedo, que tenía un estilo algo más luminoso y menos melancólico, pero era igualmente un disco excelente.
Su último disco,
Luz, oscuridad, luz, que salió a la venta en 2010, me lo llegué a comprar en la tienda de discos - ¡algo inaudito en los tiempos que corren! -, pero me gustaba tanto este desconocido grupo gallego que quería hacer mi pequeña contribución a su continuidad.
Esta noche me acabo de enterar que el grupo se ha dispersado. Normal, dirán algunos. Son cosas que pasan en el mundo de la música, ¿no te parece? Y lo cierto es que sí. Sin embargo, me ha dolido leer los motivos de la separación: no pueden continuar debido a que residen en ciudades distintas por motivos laborales.
Es decir, a pesar de ser unos músicos extraordinarios, para mí uno de los mejores grupos de la escena indie en este país, no pueden vivir de la música.
Hablamos de un país en la que gente como Belén Esteban o Rafa Mora, que son personas inútiles que no saben hacer nada, salen por la televisión y viven de eso. Hablamos de un país que costea la vida a todo tren de un Rey que tiene un nieto que se dispara en el pie y un yerno que roba al mismo pueblo que lo mantiene millones de euros. Hablamos de un país gobernado por unos políticos que desvían dinero público a sus cuentas bancarias para disfrutar de buenas cenas, jet privado y escorts de lujo.
Y, no obstante, gente con verdadero talento tiene que hacer sus proyectos durante el tiempo libre que le quede al salir de un trabajo que muy probablemente detesta o, como mínimo, no le hace sentir tan plena como su verdadera pasión: la música.
¡Cuánto talento queda silenciado para siempre por la falta de oportunidades!
Nadie dijo que viviéramos en un mundo justo.
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