Sábado por la mañana. He conseguido dormir seis horas. No está mal, teniendo en cuenta el promedio de las últimas semanas.
Salvo la lluvia en la ventana, el silencio es total. Me pongo a escucharlo, pero dura poco. Suavemente, pero con decisión, algo está rascando la puerta. No tengo perro que quiera salir a mear. No tengo gato aburrido que busque comodidades mórbidas en esta triste mañana de noviembre.
"Dios mío", me digo, "no tengo nada..." Nada. Y brota una lágrima de estúpida autocompasión. Me acuerdo de Nietzsche. También de Poe. Estoy enloqueciendo. Me levanto y abro la puerta de golpe: Nada al otro lado, salvo la angustia, con sus garras de arpía y su sonrisa de medio lado.
Después de desayunar, no sin desgana, os leo. Me dais fuerza. Me devolvéis a la lógica. Me arrastráis a la razón.
De nuevo, gracias a tod@s, compañer@s.
Llueve, pero qué mas da. Voy a salir. Pero antes, abro el cajón. Allí está el móvil, durmiendo su sueño mudo. Lo enciendo. Busco su número. "¿Está seguro de que quiere borrar éste número?" La máquina es implacable, obediente. No es humana. No conoce el dolor.
Pulso: "SI"
Y el número se evapora para siempre.
Lo he hecho. Despacio, me alejo bajo la lluvia.
GAME OVER.