Pocos pensamientos hay más famosos que aquel de Heráclito que venía a decir que todo cambia a cada instante y que, por tanto, nunca somos los mismos: sí, ya sabéis, aquello de que “
no podemos bañarnos dos veces en el mismo río”
Hay también un verso en el conocido poema 20 de Neruda que viene a exponer esa idea: “
nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”, verso en sí más desesperado que la propia canción desesperada que sigue después, ya que no en vano nos restriega en toda la cara ese inclemente cambio al que no podemos sustraernos y que en sí mismo sabe a pérdida, a abandono, a derrota, a quebranto.
Y es que todo fluye, avanzamos y a cada paso que damos dejamos algo atrás, algo que ya nunca volverá a ser lo que fue, que nunca volverá a ser nuestro, idea que asimismo embelleció otro eximio poeta, Antonio Machado: “
al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar”…
No, nunca seremos los mismos, por más que a veces pueda envolvernos la ilusión de inmutabilidad, de que quienes cambian son los otros, no nosotros. Pues no, amigos, cambiamos a cada instante, y lo hacemos hasta el último momento, ese en que seremos llevados a esos “
vastos jardines de la aurora” “
allá, allá lejos, donde habita el olvido”, contundentes versos de Cernuda que no pueden sino provocar escalofríos cuando son leídos.
Y allí, en el cementerio, una mano cruzada por encima de la otra, la palidez de la muerte blanqueando el semblante, camino de no se sabe dónde, no podremos ya reflexionar sobre este continuo devenir, sobre lo que hicimos y lo que dejamos por hacer, sobre lo que amamos y dejamos de amar, sobre si en definitiva, como ya apuntara Jorge Manrique, “
toda la vida es sueño y los sueños, sueños son”.
P.D.: ¿Se nota demasiado que hoy la melancolía y yo hemos hecho manitas?