Foro de Amor > Foros de Temas de Amor > Foro General sobre Amor
 
 
 
Prev Mensaje Previo   Próximo Mensaje Next
Antiguo 24-Jul-2015  
Usuario Experto
 
Registrado el: 29-January-2007
Ubicación: ninguna
Mensajes: 65.805
Agradecimientos recibidos: 3587
Foreros y foreras, yo fui una de las que "arrastró" a su pareja a ver esa película, que por cierto no le pareció demasiado mala aunque a mi tampoco es que me parezca demasiado buena, pero como me gustan los actores y actrices que la interpretan pues fui.

No esperaba gran cosa pero entones... entonces llegó AQUELLA ESCENA.
Aviso a quien lo haya visto que voy a hacer un poco de spoiler light.

Un chico lleva a una chica a cenar a varios sitios para terminar ambos en una especie de mirador desde el que se ve toda la ciudad. Allí se enrollan y terminan teniendo sexo sobre una manta que él (que de tonto no tiene un pelo) por lo visto llevaba siempre en el coche, lo cual quiere decir que estaba más que acostumbrado a ese tipo de situiaciones

En mi vida he tenido una escena muy parecida solo que ninguno de los dos teníamos dinero para irnos de cenita romántica, no íbamos tan guapos porque era tal que un jueves (no recuerdo el día exacto, ha pasado mucho tiempo pero no era fin de semana) y como no sabíamos qué hacer decidimos ir a pasear por la playa desierta (en puro invierno, ambos con abrigo, claro)

Paseábamos y charlábamos de temas banales porque apenas nos conocíamos y eso era lo que estábamos haciendo: conocernos ahorrándonos cenitas y demás chorradas, a solas sin nadie que pudiera intervenir en nuestras conversaciones ni mucho menos opinar o molestarnos.

Los dos, tímidos. Sabíamos que algo iba a pasar pero no cuándo exactamente. No hablábamos de lo que nos gustábamos, sólo nos mirábamos con caídas de ojos y sonrisas tontas a cada silencio que se producía y no sabíamos que decir ni tampoco qué hacer aparte de mirarnos de soslayo como dos tontos y reírnos cuando nuestros ojos coincidían. No éramos unos críos, sino que teníamos 22 y 24 años respectivamente.

Decidimos salir de arena tras haber dejado nuestras huellas por todas partes. ¿Y ahora qué? pensé yo. Toda la zona de la playa estaba desierta y solo había un restaurante cerrado, así que me acerqué a mirar unos carteles que tenían en la puerta y me puse a leerlos a ver si me inspiraban algún tema de conversación. Y fue entonces cuando me abrazó por la espalda. Besó mi cuello y di dos pasos hacia delante para volverme hacia él y dejar que me arrinconase contra la puerta.

El corazón me iba a mil por hora y temblaba por el frío y la emoción que no cesó cuando vi que su cara se acercaba a la mía entornando esos ojos azules que tiene (solo que ahora más envejecidos) a la vez que sus manos rodeaban mi cintura y yo sentía cómo todo su cuerpo se acercaba al mío, recuerdo perfectamente esa sensación del mullido de su chaqueta de poliéster contra el frío de mi cazadora de cuero. Su cuerpo cubrió el mío y ya no temblaba de frío sino de ansiedad por buscar otro lugar tranquilo y apartado donde pudiéramos descubrir nuestros cuerpos tan tapados por la ropa.

Una vez dentro de mi coche ni siquiera pude arrancarlo ni mucho menos pensar adónde íbamos a ir, no me atrevía a revelar mis intenciones ni él las suyas, con lo cual allí mismo, en aquel aparcamiento de una playa vacía fue donde se quitó la cazadora y yo hice lo propio con la mía bajo la excusa de que "así estábamos más cómodos" pero fue sentir sus labios y sus manos en mi cuerpo otra vez para dejar de pensar, de guardar las formas y acabar pasándonos al asiento de atrás.

Su melenilla de pelo rubio y liso acariciaba las partes de mi cuerpo que iba desnudando ya sin ningún pudor y yo me dejaba hacer a la vez que desabrochaba los botones de su camisa, besando cada parte que iba descubriendo, sintiéndome la persona más afortunada de la faz de la tierra en aquella noche tan fría pero tan perfecta. Pronto, los cristales se empañaron por nuestro aliento, por esa coreografía que tomaron nuestros cuerpos, por aquella sonrisa que se nos escapaba al mirarnos y pensar "pues nos hemos atrevido, ahora ya no hay vuelta atrás".

Su pelo suave, ese pelo que tantas veces se escurrió entre mis dedos.
Esos ojos que me miraban y parecían los de un niño abriendo sus regalos de reyes. Nada diferente a cómo le miraban los míos, así que desde ese día nuestros nombres ya nos dieron igual, pasamos a llamarnos "niño" y "niña".

Nos recorrimos juntos todas las playas que encontrábamos por nuestra zona, jugábamos con la arena, corríamos persiguiéndonos y más de una vez acabamos bañándonos desnudos a pesar del frío, porque lo apostábamos. Uno de esos días, ambos desnudos tras salir del agua me abrazó con la toalla que llevaba y me dijo:

- Te quiero.

Le respondí que yo también pensando que no sería tan cierto que él me quisiera cuando podría tener a tantas otras mejores que yo.
Y sin embargo, 8 años después sigo sabiendo que aquel día dijo la verdad.

No me prometió amor eterno ni yo a él tampoco aunque estaba segura de que le querría siempre. Dos años, dos en los que vivimos a lo loco, entre el amor más puro que nos llevaba a planear nuestra boda hasta la absoluta indiferencia que me llevaba a dejarle con sus movidas en paz, porque así me lo pedía, y yo obedecía, pero no pasaban ni dos horas ni mucho menos un día entero para que se arrepintiera de lo dicho y me suplicara que volviéramos a buscar playas desiertas.

Luego aquel piso que alquiló en una de nuestras rupturas para prometerme que todo cambiaría, que siempre estaríamos juntos, que nunca más me iba a mentir, que no podía vivir sin mí. Al principio, todo eran caminitos de pétalos de rosa, rosas en la cama, en la cocina y hasta en el recibidor. Pero las rosas, por mucho cuidado que se tenga, traen espinas y me acabé pinchando.

Pronto empecé a sangrar lágrimas de lo más profundo de mi ser. Había gritos, amenazas, portazos, me agarraba de los brazos y me ponía contra la pared mientras me gritaba que estaba loca, loca por hacer caso a los que me advertían de lo que hacía a mis espaldas, loca por dejar que otros quisieran destruir lo nuestro. Y yo me retorcía entre sus manos, huía de él, le tiraba cosas para que no se acercarse al borde de un ataque al corazón que luego se calmaba, él se iba y volvía más tarde para prometerme de nuevo que todo eran mentiras de gente envidiosa que quería destrozarnos la vida.

Nuestros horarios laborales no ayudaban. El poco tiempo que podíamos compartir era tras la barra de un bar o manteniéndonos despiertos lo máximo posible. Era cierto que la gente nos envidiaba, a mí por estar con él, y a él, por estar conmigo, pero empezó a echarme la culpa de todo.

- Aquí la que mola eres tu con esos vestiditos y esos zapatitos de mierda, aquí el cerdo soy yo que no te merezco nunca por nada de éste mundo.-
decía, y se marchaba dando un portazo. El recibidor de nuestra casa empezó a convertirse en un "marchador-volvedor", unas veces era él y otras, yo.

Empezó a sentir celos de todo, de mis amigas, de sus amigos, de los vecinos y de cualquiera que se nos acercara. Yo también. Nos encerramos en un mundo de acusaciones cruzadas, de pasiones incontrolables, de historiales de internet y mensajes de texto mancillados por ojos celosos y acusantes, ya no tan de niños ilusionados. Las rosas se convirtieron en un amasijo de espinas mezclado con cristales rotos.

No podía acabar bien. Dejamos de vivir juntos porque se nos acabó el dinero que ganábamos, llegó doña crisis y nos pilló desprevenidos con nuestra propia historia. Sin embargo y a pesar de todo, nos negamos a separarnos, a rendirnos, a dejarnos seducir por ese final que llegó de todos modos aquella calurosa mañana a primeros de agosto en la cual se puso celoso por un MECHERO que apareció en mi coche y que decía que no era suyo, ni tampoco mío, preguntándome a grito pelado con quién había estado.
Yo no recordaba de dónde había salido ese mechero e imaginé que sería mío, que lo habría comprado por ahí y lo habría perdido como me pasaba con muchos, al igual que a él.

Pero no me escuchó. Salió de mi coche dando un portazo y gritándome "cuidado con lo que haces".

Ese fue el fin. Por un mechero. Me fui para no volver. No quise escuchar sus súplicas, ni sus lamentos ni su recital sobre la vida tan bonita que íbamos a tener. Yo sólo quería olvidar. Olvidar contemplando las líneas de la carretera que me llevaron a otro lugar lejos de él. Lejos de nuestro entorno, de nuestros sueños rotos, y de toda esa vida maravillosa que según él, podíamos haber tenido.

Volví a enamorarme otra vez pero ya fue como construir algo con las ruinas de una casa recién demolida. Sus ojos azules me perseguían, me escudriñaban, me atormentaban. No podía soportar imaginarmele solo, tan vulnerable. Buscaba su cuerpo en aquella cama vacía, en casa de mis padres y lloraba amargamente a sabiendas de que tan sólo bastaba un mensaje y menos de cinco minutos para sentirlo a mi lado otra vez.

Otras veces, cuando estaba en esas fiestas tan divertidas y sonaba una canción que me le recordaba tirado en su cama con la mirada perdida en el techo, tenía que encerrarme en el baño, a llorar. Mis nuevos amigos me ayudaron todo lo que pudieron.
Pasado un tiempo acepté a quedar con él sin decírselo a nadie. Su mirada era triste y me dijo:

- Me voy a enrolar en un barco. Sé que en algún lugar estará esa playa donde por fin podamos ser felices. ¿Me esperarás? Porque si tú no me esperas, ya nada tendrá sentido.-

Aquellos ojos de niño ya no lo eran tanto y desprendían tal tristeza que no pude evitar llorar, contemplando, cómo no, las olas del mar por el que decía que quería huir. Le dije que no podía esperarle, que sólo se vive una vez, y que se hiciera el favor de tomar sus decisiones sin pensar en mí nunca más.
Lágrimas saladas contemplé caer de sus ojos por primera vez en mi vida.

- Si no me vas a querer, al menos, nunca me olvides.- musitó.

Yo no pude decir nada.

- Prométeme que aunque hayas dejado de quererme, aunque estés lejos de mi y yo de ti, nunca me olvidarás y todo éste sufrimiento al menos no habrá sido a lo tonto. - volvió a decir.

Nos fundimos en un abrazo del que me deshice cuando le miré unos segundos en los que intentó besarme. Cerré la puerta del que ya era su propio coche, caminé hasta el mío y conduje hasta mi casa dando vueltas a lo loco intentando despistarle, ya que iba tras de mí. Al final, ya no pudo seguirme.

Años después, con mil cosas vividas sin pararme demasiado a pensar en aquella historia, recibí una postal desde Ibiza en un sobre sin remite ni ninguna inscripción detrás.
Sólo mi nombre y por detrás de la postal, dos frases con su inconfundible letra:

- Ya encontré nuestra playa. Está aquí, en nuestra isla soñada.

Sin más. Decidí ponerla en mi habitación sin darle más importancia de la que se merecía. Pero luego llegó aquella solicitud de amistad en Facebook que no pude rechazar, primero por mera curiosidad, después porque me sentía orgullosa de él. Había llegado hasta allí acompañado. Me alegré por él y así se lo dije. Empezamos a hablar. Me dijo que su novia no le importaba, ni tampoco el mío. Mal. Que no le importaba nada que no fuera un billete de avión que pensaba regalarme si era necesario para que yo surcase los cielos y los mares por él, persiguiendo ese sueño que se nos había desvanecido con el pasar de los años.

Que no le importaba el silencio, los años pasados, ni aquella guerra que tuvimos, ni mis fiestas ni los tíos con los que después había estado, ni mucho menos mi pareja actual. Mal, muy mal.

- ¿Recuerdas cuando soñábamos con venir aquí? Ahora podríamos vivir aquí, los dos, sin nadie que nos recuerde todo lo que pasó, ni recordarlo nosotros. -

No, no, y no. No pude soportar ni tanta belleza ni tanto despropósito junto.
Y le hice daño. Me hice daño yo también pero era lo más sano que podía hacer. Borré su nombre de mis registros y le bloqueé de todo lo bloqueable (otra vez) tras aquella puñalada trapera que le di, aun sabiendo en lo que me convertiría aquello pero, mejor. Una locura por otra.

Sin embargo y sin querer, aunque no le prometí nada en aquella tarde de lágrimas antes de partir, sí que lo hice aunque no lo supiera. Nunca le he olvidado porque nunca me ha dejado que lo haga.

Vivo mi vida procurando no pensar que dentro de más años o de cuatro días encontrará la manera de volver a mí, de llegar hasta a mí en su obsesión por las playas desiertas, el amor y el sufrimiento eterno, y mientras tanto ... de la ilusión que un día convirtió nuestros ojos en los de un niño abriendo los regalos en navidad, ya no queda nada. NADA.

Y es en esos momentos en los que me pregunto sin hallar la respuesta:

- ¿Tengo ganas de ti? -
 
 

Temas Similares
Tengo ganas de mas Tengo ganas de Ya no tengo ganas de verlo... no tengo ni ganas de vivir Tengo ganas


La franja horaria es GMT +1. Ahora son las 18:40.
Patrocinado por amorik.com