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PUERTA J49
Serian las dos de la madrugada de cualquier día de invierno (sólo recuerdo que era martes) en un perdido pueblo del norte, hace ya algunos años.
Había intentado dormir al atardecer pues me quedaban más de 400 kilómetros por delante de coche hasta llegar a Madrid, sólo, en la oscuridad, con el frío reflejado en el panel del coche y en lo más profundo de mi interior.
Mirando la hora veía que llegaba las dos de la madrugada y mi mente no me dejaba dormir o quizás el remordimiento de las cosas mal hechas, de los problemas autocreados por empuje de modas absurdas y tradiciones anacronicas.Pero lo cierto es que estaban acostados conmigo metidas en lo mas profundo de mi mente y constantemente me repetían, “no vas a dormir, no vas a dormir”.
Me levantaba, miraba por la ventana, el paisaje era oscuro, no había nadie, era un pueblo fantasma, ni una luz, ni un ruido, solo el coche que me tenía que llevar hasta la capital del reino, que entre cigarro y cigarro llegué a verlo como mi único compañero en este mundo. Sólo estábamos el y yo y todo un cúmulo de pensamientos, recuerdos y angustias que me iban matando poco a poco y contra los que tenía que luchar, pues simplemente tenía que cumplir con mi deber, no había elección.Tenía que llegar a Madrid si o si antes de amanecer.
Ya era la una de la madrugada cuando no aguanté mas, me duché, tomé un café, me disfracé de ejecutivo triunfador, apagué todas las luces de la casa, cerré puertas y salí de la casa hasta mi único compañero, el coche.
Había hecho ese trayecto muchas veces, pero esa noche era especial, la mente no me dejaba vivir, como dije antes, la angustia me mataba por dentro, la soledad, mi disfraz, mis remordimientos y depresión se encargaban de hacerme el viaje lo menos ameno posible, al tanto que ni siquiera la radio me hacía compañía, no había nada absolutamente nada.
Tenía como unos 70 Km. hasta llegar a la autopista. 70 Km. de pueblos solitarios, ni un alma, ni una luz, absolutamente nada, era martes de invierno, quien, más que yo, iba a estar a esas horas por ahí. No quería parar, sólo quería llegar a la autopista y una vez allí no parar hasta Madrid. La ansiedad por ver algo o alguien, lo que fuera, me mataba, no quería sentirme tan solo, no quería ser un borrego disfrazado de triunfador, son su corbata y traje de marca, no quería descrubir lo equivocado que había estado, la cantidad de tiempo perdido en busca de convertirme el hombre ideal y triunfador que otros habían inventado.
El trayecto fue duro, pero a eso de las seis de la madrugada llegué al aeropuerto de Madrid, y mi avión no salía hasta las 8.30, así que me quedaban dos horas y media por delante, pero por lo menos había gente, así que busqué la cafetería mas llena y me metí en ella, buscando el calor de las personas, intentando calmar la soledad que me mataba, mirando a ver si alguien respondia la mirada. Pero no, la mayoría iban disfrazados como yo, sólo miraban su móviles, tabletas, y gesticulaban, sin hablar con nadie, mas que con el aparato que tenían delante.
Todavía quedaba bastante para el embarque, y ya el cansancio me daba toques de advertencia, así que me fui a comprar la prensa, leer un poco y dejar pasar las horas. ¡que idea la MIA¡ la prensa solo hizo meterme aún mas si cabe en mi soledad.
Pasados unos minutos, me fui al panel de información a ver si habían puesto la puerta de embarque de mi vuelo, y, por fin ya estaba puesta, era la puerta J49 de la terminal 4, ufff... que suerte pensé, me ahorro el trenecito hasta la satélite, a ver si con suerte puedo dormir algo en el vuelo.
Caminé hasta la puerta J49, allí me senté a esperar el embarque rodeado de impersonalidad, de prototipos humanos disfrazados igual que yo, que sólo miraban a sus artefactos sustituidores de personas, intentando apagar la soledad y falta de humanidad que transmiten casi todos los aeropuertos, y mas un martes de invierno a esas horas.
Y allí seguía yo sentado, esperando embarcar, dando vueltas a la cabeza, mirando mis artefactos diabólicos, sintiéndome cada vez mas destrozado tanto física como mentalmente y , de repente, veo acercarse una pareja joven que no iban disfrazados, rebozaban felicidad por los cuatro costados, creo que fui el único que se fijó, el único que levantó la vista y vio esas caras de felicidad, y sentí una envidia que no puedo describir con palabras, sentí el mayor vacío interior que jamás he sentido en mi vida, y fue cuando, allí , en la puerta J49 de la T4, empecé a darme cuenta que tenía sentimientos humanos, que no todo estaba acabado, que aún estaba a tiempo, que podía salir de aquello, que podía vivir bien sin tener que ser el hombre prototipo ideal de nadie, y me vino una visión, un sueño, un deseo.
Fue entonces cuando memoricé la puerta J49, la silla exacta donde estaba sentado, me quité la corbata, me quité la chaqueta, apague todos los aparatos infernales que tenía encima, y me vino a la mente mi viaje perfecto y me hice la promesa que un día caminaría por ese aeropuerto como aquella pareja que relaté antes, y que al pasar por la puerta J49 reiría y recordaría aquella mañana de invierno, haría cómplice de este sueño a la persona que en ese momento me acompañara y le entregaría esta carta, para darle las gracias por haber hecho este sueño realidad.
Decir que este sueño aún no se ha cumplido, pero si he dado los pasos para que se cumplan, y auque es un camino muy largo y lleno de dificultades, mi vida desde aquel día ha cambiado y mucho, ya visto como las personas, ya encontré mi sitio, ya encontré como ser feliz, así que el sueño, el deseo, de aquel día está cada ves mas cerca,.
Gracias a aquella pareja y a la puerta J49.
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