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Antiguo 14-Apr-2010  
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Erase una vez…mas allá de las fronteras de los reinos humanos, que existía un lejano país de rosadas cumbres, poblado por muchos y sabios habitantes….En este hermoso lugar, bajo la sombra de los milenarios robles, las buenas gentes grababan en la dura corteza, con tesón y paciencia, rimas de pasión y alegría, de tristeza y soledad, y de todas aquellas emociones que pueblan el corazón. Porque la razón de la existencia del reino era su sabiduría, y el consuelo que las almas atormentadas alcanzaban al leer tales rimas. Todo en nombre del Amor.

En este florido país vivían las más extensas especies fruto de la fantasía…Sátiros y ninfas, duendes y hadas, príncipes de todos los colores y princesas encantadas, animales parlantes y espíritus humoristas. Y todos ellos vivían en paz, arropados en la comunidad de la cual aprendían y a la cual servían con su conocimiento, su risa y su buen hacer. Tal lugar era gobernado por un sabio Rey, meritorio y poderoso, que sacrificando años de su existencia, hizo brotar el reino de la nada, en un despliegue de generosidad que pobló los rosáceos valles, las verdes montañas, y los amplios bosques donde se tallaban los consejos que habían de leer los caminantes que visitaban el reino.
Pero el Rey, aunque fuera un poderoso mago, era un simple mortal, no podía afrontar solo la ingente tarea de gobernar tan majestuoso reino, y he aquí que convoco a los más sabios de entre su pueblo para que le ayudaran en la misma. De entre las buenas gentes eligió solo a los más sabios y a aquellos que más rimas habían escrito en los arboles del bosque del consejo, y estos escogidos, pasaron a ser los jueces y consejeros que administraban el reino en nombre del rey. Para ello el Rey los invistió con poderosa y arcana magia, haciéndolos superiores a los demás duendes que poblaban el reino. El Rey, satisfecho con su elección, se retiró a descansar, y a grabar sus propias rimas en la corteza de ancianos robles, feliz con su recuperada libertad.

Los jueces, con sus recién adquiridos poderes mágicos, se dedicaron a mediar en las inevitables disputas que acaecían entre los duendes, haciendo uso de su hechicería para borrar las rimas que se alejaban de la verdad, para hacer que las historias estuvieran cada una en su arboleda correspondiente, y para dar lugar a una coexistencia pacífica en el reino. Normalmente, las buenas palabras y alguna regañina eran suficiente para llamar al orden a los traviesos duendes, pero he aquí que el Rey les había dotado con un terrible y oscuro don….el de arrojar fuera de las cómodas y cálidas fronteras del reino a cualquiera de los duendes, obligándolo a morar en las frías estepas de la sinrazón que acechaban mas allá de las puertas en forma de corazón del reino. Los jueces no abusaban de este poder, sabedores de la responsabilidad que conllevaba, y del terror y la confusión que podían infringir a los despreocupados duendes con tan terrible castigo. Y así, aun con altibajos y discusiones, la paz del reino era mantenida, y todos disfrutaban de las rimas….y del Amor.

Sucedió, no obstante, que en este reino moraba una pequeña princesita encantada….en modo alguno malvada, pero veleidosa y traviesa, caprichosa e infantil, que gustaba de mortificar a los demás habitantes del reino. Tiraba de las orejas de los asnos parlantes, les robaba su flauta de pan a los sátiros, e incluso la emprendía contra las princesas mayores, las cuales, comprensivas, se reían y lo achacaban todo a su corta edad. Sin embargo, con el tiempo la caprichosa princesita, al ver que nadie la castigaba por sus travesuras, y que incluso cuando los jueces la maldecían con el destierro, este le era prontamente levantado, fue aumentando el nivel de sus maldades, hasta un punto en que dejaron de ser meras travesuras, y pasaron a incomodar al resto de los duendes.

Muchos duendes pidieron ayuda a los jueces, pero he aquí que estos estaban mudos, y cuando eran interrogados, decían que en su árbol de la justicia nadie había grabado rimas reclamando ayuda. Como podía ser esto posible?. Así, queridos lectores se daba que una juez, errando en su propósito vital, cegada por el amor y la compasión que sentía hacia la descarriada princesita, borraba cada una de las justas rimas con las que los duendes protestaban contra la ella. Los jueces, y el Rey, por tanto, permanecían en la oscuridad de la ignorancia.

Pronto este comportamiento de la juez fue notado por varios duendes, y trataron de protestar ante el Rey, o los demás jueces, pero ella, muy astuta y falaz, con viles artes de hechicería, borraba las rimas contra su persona, y hacia uso de su maldición del destierro contra aquellos que amenazaban su supremacía….o la de la princesita. Los duendes justos lloraban, y se debatían. Algunos incluso se abandonaban a emociones negativas, y al odio. Muchos abandonaron el reino para no volver jamás, decepcionados con la injusticia que invadía el reino, antes tan amado para ellos. Otros duendes, sin embargo, deslumbrados por la alegre luz infantil que emanaba de la princesita, e hipnotizados por su colorido, se confabularon con ella, prometiéndole lealtad a cambio de las sobras de su mesa.

La princesita tuvo muchos vasallos, de entre los más importantes un bufón serio y bajito, el cual, secretamente enamorado de la princesita, grababa rimas sin fin en innumerables arboledas, y le cantaba alabanzas. Otro era un espíritu sombrío, de los que por las noches moran bajo las camas y asustan a los niños, con un alma pura, pero enmascarado por la fealdad y el auto-desprecio, tanto es así, que no dejaba de declararse ignorante, aun cuando poseía una afilada inteligencia. Por una simple caricia o una rima agradable de su ama, saltaban como cachorros felices, y mostraban los dientes a todo duende que tratara de ponerla en tela de juicio. Los duendes y princesas más listos de entre los justos, decidieron esconderse de la caprichosa corte de la princesita, y evitaron las arboledas donde las insulsas y autocomplacientes rimas de la princesa-niña envenenaban el corazón del bosque. Así paso durante largas eras, con los jueces engañados, el Rey dormido, y la antigua juez, ahora convertida en secreta tirana, aprobando y riendo las gracias de su pupila la princesita.

He aquí que una noche de primavera, arribó a las fronteras del reino un lobo blanco. Habitante de las frías estepas heladas más allá del reino, este había sido herido en batalla contra la soledad y la desesperanza, y buscaba hallar solaz y consuelo más allá de la puerta-corazón del reino. El lobo había oído que sabios duendes poblaban los bosques, y que tal vez en sus rimas, o en el frescor de los profundos lagos del reino, podría aliviar sus terribles heridas. Así fue que el lobo, tras abandonar su antiguo nombre y jurar fidelidad al reino, entro en el mismo, y al poco su triste historia conmovió los buenos corazones de los duendes justos. Sanó de sus heridas, pues aunque su corazón sangraba por dentro, ya llevaba escritas en su piel las hondas cicatrices de mil batallas anteriores contra enemigos más peligrosos, y encontró consuelo y una vida nueva en las sabias palabras de princesas y duendes.

Agradecido por la ayuda, el noble corazón del lobo decidió morar en el reino, pues le gustaban sus prados, y los frondosos bosques llenos de poemas sin fin. Y, al poco, con generosidad, decidió escribir sus propias rimas en los arboles, para ayudar a los caminantes y a los propios duendes. Pues aunque este lobo era un forastero recién llegado al reino del amor, poseía vasta sabiduría sobre las estepas mas allá de los muros, y su corazón era el de un guerrero. Con tales dones, el lobo en su humildad pensó que podía ayudar a quienes bien le acogieron y ayudaron en su miseria sin pedir nada a cambio.

Pasaron los días, y el lobo era feliz componiendo sus rimas en los arboles, hasta que un día, se fijo en que entre sus rimas, alguien se había dedicado a emborronarlo todo, y a hacer chabacanas bromas de mal gusto. Al principio, curioso, alzo sus peludas orejas e investigo por el reino sobre estos hechos, descubriendo que la princesita y su corte eran los responsables de la discordia. En otro tiempo, el lobo hubiera enseñado los dientes con ferocidad, pero había jurado lealtad al reino, y la palabra del lobo era de negro y duro hierro…no podía romperla, aun a su pesar. Exasperado por los infantiles juegos de la princesita, y dándose cuenta de que las travesuras no eran tales, sino dolorosas puñaladas que se daban indiscriminadamente, primero preguntó a las hadas y duendes que consideraba mas sabias, y de todas recibió la misma respuesta :
- Hazte invisible, lobo!, la princesita es intocable, un gran poder la protege, y si decides enfrentarte a ella o a su corte encantada, tan solo conseguirás dolor, e incluso ser desterrado mas allá de los muros a la fría estepa……-coreaban las hadas-
Tantas eran las advertencias de las hadas que lo querían bien, que intento conformarse, pues el apacible reino le había robado el filo a sus colmillos, y decidió ser paciente con la situación. Se hizo invisible, y mudó su actitud por la de un tímido ratón.

Pasó el tiempo, y el lobo, cada vez más impaciente y exasperado por las canalladas de la princesa, decidió un día que no soportaba más esa situación. En uno de los habituales juegos crueles de la princesita, cuando ella bailaba a su alrededor tirándole de las orejas mientras gritaba: “Miradme, miradme!, soy la reina!!, arrodíllate ante mí, lobo tonto!!”, decidió pasar al ataque. Desnudo sus afilados colmillos, salto sobre la princesita, y mordió con saña la blanda carne que había bajo el colorido vestido, mas sin hacerla sangrar, pues se había prometido a sí mismo y al Rey respetar las leyes del reino. Entonces fue que la princesita corrió llorando asustada, y en su defensa surgió el bufón triste, el cual enfrentó al lobo, tratando de hacerle quedar como culpable de la situación, e incluso, bajo la fría apariencia de la razón, atacándolo fieramente. El lobo no se arredró, y arremetió contra el bufón, y contra toda hada, confusa o convencida, que protegiera a la princesita, y así acometió terrible batalla contra la traviesa corte, batalla que fue escrita en sangrantes rimas sobre la corteza de un roble negro.

El fragor de la batalla atrajo a un amable dragón que sobrevolaba el reino. Esta sabia criatura era uno de los jueces del Rey, e investido de su autoridad imperial, recriminó al lobo por su agresiva actitud :

- Lobo, has de saber, que este es un reino de paz y amor, aquí no tienen cabida las dentelladas y los crueles zarpazos que acostumbras, por más justa que sea tu causa. En virtud de las leyes del reino, debo amonestarte por tu mal comportamiento…-clamó el dragón, cuya voz era como miel derramada sobre un trueno-

Cabizbajo, el lobo aceptó la merecida regañina, y bajando las orejas, después de disculparse con el dragón, volvió a su tarea de grabar rimas, que para él era tan gratificante. Así pasó las horas, hasta que al pie del roble donde escribía quedo dormido, despreocupado, pues había recibido su castigo por su mala acción, y estaba en paz con los jueces del reino, todas sus deudas saldadas……..o eso pensaba él.

Pero Oh, triste sorpresa!, Oh, amarga decepción!, Oh, cruel traición!. El lobo despertó sintiendo un amargo frio en todo su cuerpo, y es que ya no reposaba en el cálido suelo del bosque encantado, sino que durante la noche, con vil insidia propia de un vulgar ladrón, la juez tirana había hecho uso de sus poderes haciendo caso a las injustas reclamaciones de su pupila la princesita. Y así, de forma cruel y arbitraria, había maldecido con el destierro al lobo durante varias lunas, para castigar su intento de protesta contra la corte traviesa.

El lobo, primero estuvo confundido…aturdido y helado…después, la negra rabia, antigua compañera, inflamó su pecho. Y en la profunda estepa nevada más allá del reino, emitió un Aullido preternatural y feroz de desafío y perdida. Luego, cavando un refugio en la nieve, intento reposar, mientras rumiaba dolido planes de venganza contra la princesita, la tirana y sus esclavos. Meditaba así la triste bestia, cuando oyó desde lejos voces que le llamaban. Las de las justas hadas y princesas que habían sido mudas testigos de su injusto destierro. Estas hadas, conversaron con él desde lejos, y le dijeron que esperara ante la puerta del reino con paciencia, pues pronto se abrirían las puertas de nuevo, y podría volver a rimar y reír con ellas tras los muros. El lobo gruñó, se desahogó, y halló consuelo entre sus sabios consejos…..

Aun a día de hoy puede verse la figura del lobo ante la puerta del reino, sentado sobre sus cuartos traseros pacientemente mientras observa el dintel en forma de corazón….y añora…y espera. (continuará)
 
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