Sucede que uno se pone a reflexionar y piensa que en la vida son a veces tantas las rutas y alternativas que se ofrecen a nuestros pasos que todo puede ser tremendamente diferente según nos encaminemos por una u otra, teniendo en cuenta además que cada una de ellas dará lugar sin duda a múltiples otras bifurcaciones, algunas elegidas de manera voluntaria, otras por puro azar, y todo ello se traducirá en una sucesión de encuentros y despedidas. Quizá en el fondo no seamos más que aquello que las circunstancias o el destino permitieron que fuésemos.
Digo esto porque hace tiempo iba yo en mi coche, escuchando tranquilamente canciones de "Simon & Garfunkel", cuando me dio por mirar al vehículo que se había detenido junto al mío en un semáforo en rojo, comprobando que lo conducía una chica cuyo aspecto físico me recordó poderosamente a una novia que tuve cuando apenas era un adolescente. No era ella, por supuesto; pero sí que se parecía muchísimo. Ese parecido me hizo pensar en dicha chica, Raquel se llamaba. Recordé el sabor de sus labios, su sonrisa dulce, la textura de su piel al acariciarla, la manera que tenía de decir las cosas. Y me planteé qué habría sido de mi vida de haber seguido con ella, qué verbos se habrían conjugado entonces para determinar mi existencia y la suya, qué sentimientos habría albergado con el paso del tiempo, cómo habría sido en fin nuestra vida juntos. Yo la amé, como he amado a muchas otras mujeres que por unas razones u otras terminaron alejadas de mi vida.
Finalmente, el semáforo se puso en verde y ambos vehículos arrancamos, hasta que en el primer cruce giró el suyo a la derecha y yo torcí a la izquierda. Como en la vida, cada uno por su camino. Porque a fin de cuentas cada uno es en el fondo sólo aquello que se le permite ser, reducido casi siempre el libre albedrío a una parcela insignificante en comparación con la del destino en sí.
Siempre recordaré que sonaba en ese momento en el equipo de mi coche "the sounds of silence". Muy significativo, sin duda.
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