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Antiguo 01-Aug-2013  
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Hola a todos/as. Soy nuevo, pero mi historia es la que muchos habéis sufrido, estáis sufriendo o espero que nunca sufráis. Os la cuento porque necesito sacarla de dentro para que no se convierta en un quiste y para recibir los consejos que estiméis oportunos. Ante todo y de antemano, gracias por escucharme.

Tengo cuarenta años y acabo de separarme de la que ha sido mi compañera durante los últimos cuatro. Por desgracia no es la primera vez que paso por este trance, es ya la tercera, pero aunque la teoría me la sé, no por eso la situación deja de ser dolorosa. En la anterior ruptura, hace ahora seis años y tras siete años de relación, la participación en un foro similar a éste me ayudó a superar lo que nunca creí que superaría. Ahora, de nuevo, lo necesito.

Hace tres meses mi pareja, doce años más joven que yo y con la que convivía desde hace dos años, me dijo que tenía dudas, que llevaba un año muy malo y que necesitaba tiempo para aclararse. Sugirió que lo mejor sería que yo regresara a mi piso (vivíamos en el suyo) y que continuáramos en contacto a ver si las cosas se arreglaban. Aseguró que le faltaba pasión, que no sabía lo que quería y que estaba empezando a verme diferente y a fijarse más en mis defectos que en mis virtudes. Eso sí, como en casi todas las historias tristes que leemos en foros de este tipo, me dijo que me quería, que me veía como el padre de sus hijos y que no quería distanciarse, pero que era mejor vivir separados, “darnos un tiempo”. La razón que me dio para justificar esta oferta de distanciamiento fue de lo más peregrina: “ya sabemos que convivimos muy bien, pero ahora necesito tiempo”. Me dijo esto y se fue a trabajar, sin más…

Cuando volvió yo ya había hecho las maletas y estaba tumbado en el cuarto de invitados. La esperaba. Ella entró y hablamos. Mi postura era clara: para mí lo importante no era que yo volviera o no a mi casa si eso significaba una apuesta clara de continuidad, pero lo que no iba a hacer era luchar en solitario por una historia que, a todas luces y con la separación, quedaba en el aire. Propuse que fuéramos a un terapeuta, que buscáramos salvar la situación y que, aunque viviendo de nuevo separados, siguiéramos apostando por esta relación. La respuesta fue el llanto, pero ningún tipo de compromiso de lucha. Yo, a la mañana, cogí las maletas y me fui… De eso hace ahora tres meses.

Echo la vista atrás y la verdad es que nuestra relación, desde el punto de vista del respeto, era idílica. Jamás discutimos, jamás hubo celos y la relación de pareja se basaba en un solo axioma: estamos juntos porque queremos estarlo. En eso me apoyé el día que salí de su casa: “El trato era este, ella ya no sabe si me quiere, por tanto lo mejor es no estar juntos”.

Pero en la relación también había problemas. Trabajamos juntos, aunque a veces en turnos distintos, lo que implica que había temporadas en las que nos veíamos poco (yo siempre voy de tarde y ella a veces de noche). Además y ante la situación de incertidumbre que se ha instalado en la empresa con la excusa de la crisis, tanto yo como ella empezamos a estudiar y prepararnos para salidas laborales alternativas. Esto lo hicimos de mutuo acuerdo y animándonos recíprocamente. Nos impusieron un ERE, la conflictividad iba en aumento y yo, como delegado sindical, estaba en el ojo del huracán. La verdad es que fueron meses muy, muy duros y entre la tensión de lo que vivíamos en la empresa y la apuesta por prepararnos para lo que pudiera suceder, nos vimos inmersos en una vida repleta de jornadas maratonianas que nos dejaban exhaustos. Eso, al final, tuvo reflejo en la relación y, sobre todo, en el plano sexual. Apenas teníamos relaciones una vez a la semana y aunque la convivencia, en todo lo demás era perfecta, siempre he pensado que el sexo, en el seno de una pareja, es ante todo comunicación, aunque sea no verbal. Eso nos falló y creo que tanto para ella como para mí era una frustración. Lo hablábamos, como siempre habíamos hablado todo, pero aunque nos decíamos que era normal y que no había que hacer un castillo de esto, la verdad es que al final se convirtió en un problema…

Leo lo que estoy escribiendo y llego a la conclusión de que el desenlace no podía ser otro que el que ha sido. Ella se refugió en sus amigas, en el wasap, en los cursillos que estaba haciendo y amplió la distancia entre nosotros. Yo, muy ocupado en los temas laborales y en la preparación de proyectos futuros, quizá no lo supe atajar. Sin embargo, y en esto voy a ser muy sincero, no me culpo de lo que ha pasado ya que siempre he pensado que la pareja está para ayudarse y más en los tiempos que corren. Yo siempre estaba animándola en lo que hacía, siempre intentaba estar con ella todo el tiempo que fuera posible e incluso cuando trabajaba de noche y llegaba a las seis de la mañana, me ponía el despertador para preguntarle qué tal el día, para hablar y para darle un abrazo antes de que se fuera a dormir. Ella nunca me preguntaba por los proyectos en los que ando, y si yo hablaba de ellos, cambiaba de tema…

Además, esta situación se ha dado en el último año, pero ya antes y en dos ocasiones, ella había tenido las mismas dudas: primero por la diferencia de edad (llevábamos un año de relación) y después (a los dos años y medio), porque no sabía qué quería. En las dos ocasiones, al igual que en esta, mi respuesta fue la misma: “Estamos en esto porque queremos y si tienes dudas, tendrás que aclararlas. Yo puedo ayudar cambiando lo que no funcione, pero no puedo ni quiero obligar a nadie a estar conmigo si no sabe si quiere estar”. Tomé distancia, no llamé y finalmente fue ella la que llamó asegurando que ya se había aclarado y que quería seguir adelante… Quizá fue entonces cuando yo debí decir que no… No lo se, pero estaba (y estoy) muy enamorado…

Ahora, la tercera vez, he hecho lo mismo. Me fui y no la he llamado. Ella me llamó a los 10 días. Tenía cosas en su casa que tenía que llevarme y con esa excusa quiso que nos viéramos. Lloró, yo mantuve mi postura de distanciarnos porque no era yo el hombro en el que tenía que apoyarse para aclarar esas dudas y, desde luego, no iba a jugar a ser amigos para que a los meses (o semanas) me dijera que había conocido a otro… ella se iba a ir de vacaciones primero con sus padres y después con sus amigas. Al mes, poco antes de irse, me llamó de nuevo para que nos viéramos… Más de lo mismo: “Necesito tiempo pero no quiero que nos distanciemos. No hay nadie más”... Mi postura fue la misma: “Si lo que quieres es que seamos pareja, tendremos que apostar por esto sin dudar; si lo que quieres es que seamos amigos, con el tiempo lo seremos, pero yo no puedo jugar a mantener algo a medias porque acabaré destrozado”.

Desde entonces (y va camino de dos meses) un wasap al que contesté de forma bastante cortante, y un cruce de frases frías y vacías en el trabajo (dos minutos) el único día que hemos coincidido. Es decir, silencio y distancia.

Pero tengo la sensación de que voy para atrás, de que aún no he matado la esperanza de que ella recapacite, de que aún me aferro a un clavo ardiendo y el reflejo es que se están invirtiendo los papeles: cuanto más tiempo pasa, peor estoy, quizá porque la realidad se impone y no va a haber vuelta atrás… Lo más duro, de nuevo, es asumirlo…

Ella ha estado de vacaciones, después yo, y el caso es que el lunes vuelvo a trabajar y probablemente me la encuentre, si no esa semana, la siguiente. El tema es que yo estoy bastante débil aunque me mantengo firme en el silencio y no se nada de ella desde hace más de un mes (sólo ví una vez y por descuido, la foto nueva que se ha puesto en el wasap con una sonrisa radiante que me ha hundido). No pregunto a nadie por ella, pido que nadie cuente de mí, evito los bares que sé que frecuenta, he vuelto a la bici como terapia para no pensar y trato de recuperar las amistades de siempre…

Pero temo el momento de verla, temo el momento de saber de ella, temo el día que alguien me venga y me diga que está con otro… Y temo la soledad…
 
 

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