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Guest
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Siempre le veo por el supermercado pasado el medio día. Lunes y Miércoles, a la misma hora, en una precisa rutina que solo aquellos que viven en soledad pueden permitirse aplicar. Como cualquier hombre discreto y ya entrado en los cuarenta, no llama especialmente la atención. Barba de varios días, pelo muy corto y canoso, con una generosa calva en la zona de la coronilla que se hace evidente al observar su cabeza desde un determinado ángulo, y aunque la ropa de invierno oculta sus proporciones, de aparente complexión delgada.
Mientras le observo desde la lejanía de otro pasillo, no puedo evitar empatizar con su elección de franja horaria para acudir al supermercado. Se trata del momento del día en el que aquellos que no hacemos buenas migas con las multitudes, podemos hacer la compra con mayor tranquilidad. Como una especie de hora reservada de forma tácita para que cuarentones y cincuentones solitarios podamos hacer nuestros recados sin demasiadas molestias. Yo la llamo la hora de los invisibles solitarios.
Casualmente nos encontramos en la nevera de los quesos. Al percibir mis intenciones se hace ligeramente a un lado, invitándome sin palabras, mediante un gesto cortes y una sonrisa tímida, a coger mis artículos en primer lugar. Es la única vez, a pesar de haber coincidido ya tantos días entre las estanterías del super, que puedo observar su rostro tan de cerca. Las lineas de expresión de su cara se vuelven más marcadas cuando sonríe, y su mirada, aunque tranquila y afable, transmite melancolía. Devuelvo educadamente la sonrisa, aceptando su ofrecimiento y depositando una tarrina de queso blanco en mi cesta, el hace lo mismo después, con un par de botes de queso cottage. En el breve lapso de tiempo en el que alza los brazos para alcanzar su objetivo, me fijo en el dorso de sus manos. Son blancas y parecen delicadas, con dedos largos y finos, pero sin resultar huesudos. ¿A qué se dedicará? Tampoco veo anillo de casado. Tal y como pensaba, otra alma solitaria haciendo la compra en la hora de los invisibles solitarios. Sin intercambiar ninguna palabra, sin darnos el lujo de mostrar nuestra voz, seguimos nuestro camino como los desconocidos que somos.
El invierno da paso a la primavera temprana, y fiel a sus costumbres, mi solitario cuarentón de ojos tristes sigue dejándose ver por el supermercado, los mismos días, y a la misma hora que de costumbre. A pesar de habernos cruzados infinidad de veces por los pasillos, nos ignoramos cuando nos percatamos de la presencia del otro. A lo mejor ni sabe que existo, o si por el contrario, él también me observa y especula sobre mi desde la distancia, prefiere actuar con indiferencia. Vivimos tiempos extraños en los que yo nunca tomaré la iniciativa porque se supone que es él quien debería hacerlo, y él tampoco lo hará por miedo a que me sienta importunada e intimidada por un desconocido.
Hoy he escuchado su voz. Ha sido en el pasillo de los cereales, mientras hablaba por teléfono. Sus ojos decían la verdad, su voz es tranquila y calmada, y por su forma de expresarse parece una persona culta. Pude espiarle algunos segundos, simulando leer los ingredientes de unas barritas energéticas. Parece una conversación de trabajo que le inquieta. ¿Por qué molestan a mi solitario cuarentón de ojos tristes durante el sagrado momento de la compra de los invisibles?
Hoy le he ganado la carrera al despertador por media hora, y he decidido aprovechar ese tiempo de la forma más improductiva posible. Me he quedado en la cama imaginando escenarios improbables en los que mi solitario cuarentón de ojos tristes se acerca a mi en el supermercado y comenzamos a hablar de forma casual. En unos me pide mi opinión acerca del café que acabo de poner en mi cesta, en otros le presto una de mis bolsas cuando pasa por caja, porque ha olvidado las suyas. Al final terminamos hablando un rato a la salida del super y quedamos en hacer la compra juntos el próximo día, y desde ese momento todos los demás hasta que en uno de esos días, de forma inesperada, intentamos coger a la vez el mismo queso del estante y nuestros dedos se entrelazán de forma tímida, y nos besamos y … ¡Maldito despertador!
Como es inevitable según avanza la primavera, hoy hace un día especialmente caluroso. Fiel a la hora de los invisibles, realizo mi compra de siempre mientras observo al resto de habituales en busca de mi solitario cuarentón de ojos tristes que, leal a su rutina, no tarda en dejarse ver. Me sorprendo mucho al verle en manga corta. La imagen de hombre muy delgado, tímido y serio que tengo de él contrasta con lo que veo. Su cuerpo es mucho más atlético de lo que había imaginado al verle siempre cubierto por abrigos, jerséis y sudaderas anchas. La camiseta gris ligeramente ceñida que lleva puesta hoy, muestra un pecho fuerte y sugiere un abdomen bien definido para su edad. Me queda claro al momento que debe hacer algún tipo de deporte. Los tatuajes que cubren todo su brazo derecho tampoco pasan desapercibidos para mi, chocando frontalmente con la imagen mental que mis fantasías se habían hecho de su torso desnudo.
Nuestras miradas se cruzan por un instante, espero que no se haya dado cuenta de que estaba mirándole. Sin embargo se limita a apartar la vista y continuar con su compra, no sé si por indiferencia o por timidez. Esa noche no puedo resistirme a fantasear con la visión actualizada de su cuerpo, tras haberlo visto sin las gruesas capas de la ropa invernal.
A pesar de haber terminado mi compra hace un rato, llevo varios minutos caminando por los pasillos cercanos a la linea de cajas. He visto a mi solitario cuarentón de ojos tristes eligiendo una bandeja de pollo en la sección de carnicería, y no debería tardar en pasar por caja para pagar la compra. Como es normal a la hora de los invisibles en el super, solo hay una caja abierta, de modo que cuando me sitúo tras él en la cola para pagar, todo parece casual. Puedo oler su colonia a esa distancia. Es un aroma intenso pero muy agradable, madera con notas de pimienta, violetas y cuero que no consigo asociar a ningún perfume de los que conozco. El olor me resulta adictivo, me deleito en su fragancia de forma discreta hasta que llega su turno, termina de colocar la compra y pasa a la zona de embolsado. Ya no puedo olerle a esa distancia, solo puedo retener el recuerdo de su perfume mientras le observo abandonar el supermercado cargado con sus dos bolsas de siempre.
Ha pasado casi un mes desde que vi por última vez a mi solitario cuarentón de ojos tristes. Ya no lo veo arrastrar su cesta en silencio, sumergido en sus pensamientos mientras recorre los pasillos casi desiertos del super durante la hora de los invisibles. Desde que he dejado de cruzarme con él por los pasillos, la tarea de hacer la compra ha comenzado a volverse tediosa de nuevo. ¿Se habrá mudado? ¿Estará enfermo? Espero que se encuentre bien y pueda volver a verlo.
Hace semanas que el otoño hizo su entrada, cubriéndolo todo con su melancólico velo anaranjado. Para colmo, además del bajón anímico que esta estación me provoca, he tenido una intensa semana de trabajo que me ha impedido hacer la compra a mi hora habitual. Mi nevera está vacía, así que no me queda otra que aventurarme entre la multitud que satura mi supermercado habitual un viernes por la tarde.
Me abro paso entre decenas y decenas de caras anónimas, centrada en terminar mi compra cuanto antes para poder escapar del gentío, hasta que un rostro que ya no puedo olvidar, se hace presente entre la multitud. Es él, pero ¿qué hace comprando a esta hora? ¿quién es la mujer que está a su lado? ¡¿Cómo se atreve a caminar por mi supermercado, agarrada de la mano de mi solitario cuarentón de ojos tristes?! No puedo evitar sentir rabia, celos, enfado. Él no pertenece a esta hora, el pertenece a la hora de los invisibles solitarios. Dejo mi cesta en mitad de un pasillo y abandono el supermercado indignada. Tiraré de “Just Eat” el fin de semana y compraré a mi hora habitual el Lunes. Te destierro oficialmente de la hora de los invisibles del super, solitario cuarentón de ojos tristes.
El invierno no se ha hecho esperar, y ha vuelto de nuevo antes de que ni siquiera pueda darme cuenta. A pesar de todo, sigo buscando con la mirada a aquél desconocido y solitario cuarentón de ojos tristes entre los anodinos y familiares rostros de quienes frecuentamos el super a esta hora, pero él ya no está, ya no le corresponde estar aquí, ha dejado de pertenecer a la hora de los invisibles solitarios del super. Hasta siempre, mi solitario cuarentón de ojos tristes.
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pero no veo a nadie, andan en la tasca de enfrente 
Plasma perfectamente la maravillosa capacidad del ser humano de crear una fantasía romántica en torno al lienzo en blanco que supone un desconocido en un sitio cualquiera. Bravo.
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