Tenemos dos formas de ver la vida, a saber (y viene muy a colación de este tema):
Como un mar encabritado, con olas de arbolada e incluso tsunamis destructores.
Valga el símil para explicar lo que quiero decir, es decir, de manera que queremos no terminar asuntos que para otros ya son finiquitados, queremos mezclar el pasado con el presente y encima predecir el futuro de forma inequívoca...queremos que los planetas que son los demás que están en nuestra vida giren de forma concéntrica con nosotros, como si fueramos un sol que todo lo irradia...
Cuando nos damos cuenta que nada de eso citado en el anterior párrafo es posible, es cuando vienen los problemas serios y nos sentimos poco menos que una escoria insignificante.
Y hay otra forma de ver la vida:
Enumerando, apartando y seleccionando cada cosa y cada sensación que vivimos, dándole la importancia que realmente tiene. Enterrando hechos ya vividos y que en el presente nos son ya irrelevantes.
Seleccionando las cosas que queremos y luchando solamente por las cosas que creemos úitles, descartando los imposibles, lo obsoleto y lo inútil. Desinflando los castillos en el aire, porque soñar está muy bien y edificante, pero cuando esos sueños pertenecen al pasado o son teóricamente irrealizables, es mejor desinflar el castillo y devolverlo a la empresa de alquileres, como esos castillos de aire que se inflan para que jueguen los niños...
En la vida hay que ser eminentemente prácticos, pragmáticos y obejtivos, más que nada porque ya hoy día no creemos en una vida mejor; creemos que debemos forzar como sea a que esta vida, que es la única que tenemos, sea una vida mejor.
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