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Ciertamente, existen personas a las que no sólo no les importa ser infieles, sino que además lo consideran algo anecdótico o sin importancia.
Se pueden distinguir varios tipos:
El infiel ocasional
Individuo que se deja llevar por la corriente y en algún momento de la vida falla y sucumbe a los encantos de otra persona. Estadisticamente los menos frecuentes. Suelen ser personas por lo general cabales, que respetan los compromisos y empatizan con los sentimientos de otros, pero que en un momento caen.
Habitual en personas adultas y con relaciones consolidadas, pero con deudas sin resolver, cansancio vital o no concurrencia de intereses con la pareja.
Tienen principios éticos y suelen reconocer su error. En algunos casos pueden recomponer sus relaciones, y en todos asumen su parte de responsabilidad.
El infiel selectivo
En este caso la infidelidad no se produce por culpa del plano afectivo, sino del material de la existencia. Aquí no hay rencores ni hastío, sino cálculo de intereses. Sus relaciones se cimentan en el beneficio que de ellas pueden obtener, y por tanto no dudan en romper su pareja o la de otros si con ello van a mejorar de estatus socioeconómico. Muy propio de personas que quieren hacerse grandes o tener una vida regalada a costa de otro. En algunos casos son personas que pueden practicar la prostitución social, o lo que es lo mismo: sexo a cambio de dinero.
Tienen principios éticos, pero no suelen asociar su conducta a un fallo en ellos, sino a las circunstancias del entorno. Muy comunes en las altas esferas de la sociedad. Tratarán siempre, antes de consumar la infidelidad, de devaluar la imagen de la anterior pareja para justificar su decisión. Se mueven en el puro ámbito de la materia y confunden, generalmente, el amor con lo que éste trae asociado.
El infiel dependiente
Esta figura es propia de los dependientes emocionales. Aquí se aplica el famoso Teorema de Tarzán: no soltar una rama hasta que se tiene asida otra.
Muy común en personas inmaduras, infantiles o con problemas de autoestima. Tienen principios éticos, pero anteponen siempre su propio bienestar al de los demás. Personas inseguras que no saben o no quieren vivir solas, y necesitan siempre un asidero emocional en el que apoyarse. Por la propia naturaleza de su personalidad encadenan la siguiente relación con la precedente, y suelen desaparecer o hacer uso de los medios sociales para ddeshacerse de la anterior pareja, pues no tienen el coraje suficiente como para afrontar las consecuencias de sus actos.
El infiel reincidente
Individuo escasamente evolucionado por encima del nivel animal de la existencia. Se mueve por la satisfacción de intereses primarios y sólo valora a su pareja por elementos sensuales o emocionales. Individuos de escasa cultura o formación ética. No son conscientes de estar causando daño alguno. Se mueven por una mentalidad adolescente, por el "Carpe Diem" y por la influencia de estereotipos y medios de comunicación.
Hábitat natural de chonis y poligoneros.
El depredador
La categoría más peligrosa de todas. En este caso se trata de individuos inteligentes, que son plenamente conscientes de sus actos, pero en los cuales no existe ningún principio ético, ni ninguna empatía ante el dolor ajeno. Suelen presentar rasgos psicopatológicos y su motivación es únicamente dar rienda suelta a sus impulsos sexuales. Actúan como el cazador ante su presa, y por eso nunca van de frente, sino que utilizan técnicas de camuflaje para ganarse la confianza de la víctima. Suelen exhibir lenguajes floridos para seducir, y seleccionan muy bien sus presas potenciales antes de atacar: eligen, dentro de las que les satisfacen carnalmente, a aquellas que ven débiles o separadas de la manada.
La característica que sirve para identificarlos es el narcisismo que exhiben en sus conductas. Consumen a la presa en vivo y después la desechan, buscando a otra. Es, a diferencia de las demás, una categoría casi en exclusiva masculina.
Cualquiera de ellas es éticamente reprobable, pero como en todo hay grados de responsabilidad. Y son categorías, además, que se alimentan del consentimiento de los demás, a excepción de la última, que merece un reproche aparte y mucho más contundente, por lo que de dañino implica. Al final, existen infieles porque nosotros, aceptando sus conductas, perdonando sus errores y haciendo poco uso de nuestra autoestima, consentimos en que existan.
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