Dicen que la libertad es el bien más preciado de que puede gozar el ser humano, habida cuenta que éste, por naturaleza, odia de ordinario todo aquello que implique llevar cadenas, provengan éstas de donde provengan, incluidos cualesquiera cánones establecidos. Ahora bien, la idea de libertad absoluta, por bella que sea, no deja de ser utópica, puesto que todos sabemos que a medida que las responsabilidades crecen y uno se sumerge de lleno en los laberintos sociales, se hace cada vez más difícil sustraerse a la normativa imperante, la cual muchas veces empuja hacia unos derroteros distintos a aquellos en los que la libertad crece. Se adquieren así compromisos y obligaciones que a menudo actúan a la manera de tela de araña, atrapándote en unas redes de las que no siempre es sencillo desprenderse, so pena de adquirir la consideración de paria, desubicado o irresponsable, como poco.
Me pregunto entonces dónde estaría el punto de inflexión, o de equilibrio, mejor dicho, entre ese anhelo de libertad y esas otras restricciones vitales que la vida social incorpora. Es esta una pregunta, no obstante, que acostumbra a dar pie casi de manera inmediata a un análisis sobre los pasos dados en la vida, un análisis que lleve a poner en un lado de la balanza aquellos de esos pasos que fueron dados por verdadero convencimiento y en el lado opuesto aquellos otros que en cierto modo vinieron impuestos, siendo que en no pocas ocasiones prevalece lo negativo, es decir, las cosas hechas por obligación más que por convicción, lo cual cuando menos da mucho coraje.
¿Habéis llegado alguna vez a la conclusión de que los pasos que habéis dado en la vida no eran ni mucho menos los que habríais en realidad querido dar? ¿Sentís que vuestra libertad se ha visto coartada por un exceso de responsabilidades, muchas de las cuales nunca fueron de vuestro agrado? ¿Habéis sentido en ocasiones una fuerte contradicción entre vuestra naturaleza y vuestra vida real?...
Y, de ser así, vendría entonces la segunda parte del análisis, que daría lugar a nuevas cuestiones no menos peliagudas: ¿es posible, llegados a ciertos puntos, dar todavía marcha atrás o, por el contrario, como decía el poeta, hay sendas por las que ya nunca más se puede volver a pisar?, ¿es posible destruir el mundo que uno ha construido a lo largo de los años, destruirlo hasta incluso los cimientos, y volver a reconstruirlo de nuevo una y otra vez, siempre en aras a la libertad?
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