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El amor es un sentimiento ligado al presente de cada persona, al universo que en cada momento configuran sus emociones, y en ese sentido no está vinculado a normas ni, por supuesto, a calendarios, sino que es consustancial a la naturaleza de la persona que lo vive y siente. Asociarlo a la edad resulta, por tanto, un despropósito. Y es que cuando el amor se presenta, no hay edades, ni estados civiles, ni ningún otro dato de los que acostumbran a figurar en los documentos de identidad oficiales, te atrapa y punto, imposible tratar de desvincularse y mirar para otro lado, pues estás ya fuertemente agarrado, como si unas tenazas al rojo vivo aprisionasen tus entrañas y no hubiese forma alguna (ni deseo) de liberarse de ellas. Contra el amor no existe resistencia posible, socava todas las defensas y es capaz de fundir las corazas más férreas como si estuvieran hechas de maleable cera.
Cosa distinta es que la excesiva diferencia de edad componga obstáculos a medio o largo plazo, evidentes por otro lado; pero dado que el amor es, como dije, un sentimiento ligado al presente, lo que hay que hacer es disfrutarlo cuando y cuanto se pueda, ajenos a un futuro que todavía no se presentó y que, por tanto, no existe, sin permitir en consecuencia que la amargura derivada de tales obstáculos hagan mella en el disfrute del amor presente. Cuando ese futuro se convierta a su vez en presente y sobrevengan los temidos obstáculos, entonces será el momento de afrontarlos, y si el amor consigue derribarlos será señal de que puede seguir adelante, de manera que podrán los amantes seguir disfrutando del nuevo presente, mientras que si, por el contrario, los obstáculos son ya tan ciclópeos que no permiten ningún ulterior avance, entonces y sólo entonces será el momento de decir adiós y poner el punto y final a la relación de que se trate.
En definitiva, que lo más coherente que puede hacerse frente a las arremetidas del amor, sea cual sea la edad y demás circunstancias externas que envuelvan a los amantes, es disfrutarlas al máximo, no buscar explicaciones, ni intentar comprender sus presuntas rarezas, ni efectuar cálculos sobre si ese amor terminará o no marchitándose y cuándo lo hará, sino, ya digo, regocijarse en su fuego mientras continúe ardiendo, porque ninguna otra quemadura genera tanto placer, y cuando las llamas se extingan (si es que se extinguen), pues respirar profundamente y, en caso de que hubieran quedado llagas infectadas tras la combustión, aplicar sobre ellas cualquier sinapismo que apacigüe el dolor y buscar el mejor modo de que las telarañas de la nostalgia no oscurezcan demasiado la razón.
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Modo Híbrido
