Todos somos unos pagafantas. Y todas. Aquí no se libra nadie.
He conocido tanto tías preciosas, encantadoras y respetuosas que incluso me han invitado ellas, como callos monstruosos que han venido a monearme.
Hay quien paga con fantas, otros con copas, otros con halagos y cumplidos, con sonrisas, con sexo, con cariño, con caballerosidad... Hay tantas formas de pagafantismo que ahora mismo no me acuerdo.
Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra.
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