Cuentan los viejos sumerios que en el comienzo, Dios hizo al hombre como su igual. No parecido, si no con todas las virtudes y poderes de un pequeño dios, aquí en la tierra.
Recuerdan los sumerios que el hombre en su creación, tenía distintas caras y personalidades en el anverso y el reverso; así, un ser humano podía ser macho-macho, hembra-hembra o macho-hembra, indistintamente.
Aseguran los antiguos sumerios, que al pequeño dios del mundo, como tal dios, no había nada que le perturbara o inquietara, siendo poderoso como el Dios creador.
Y nos describen los antiguos moradores de la cuenca de Tigris y el Eufrates, como los nuevos dioses conspiraron un día contra su creador.
Los humanos pensaron, que ya que eran poderosos como el Supremo, y se contaban por miles, porqué ser sus siervos en la tierra, pudiendo destronar a su hacedor, que solo era uno.
Esa misma noche urdieron el plan que al día siguiente les daría el poder de dormir en el Olimpo.
Dios que les observó y entendió sus intenciones, por primera y única vez en su existencia, tuvo miedo. Comprendió que ya que le había creado igual de poderosos que Él, y su número era muy superior, nada les impediría cumplir sus intenciones parricidas.
Esa misma noche envió una legión de Ángeles con espadas de fuego y cayendo sobre los humanos mientras dormían, los dividieron por la mitad en vertical, por eso, según narran los sumerios, nosotros, sus descendientes, somos rectos y planos por la espalda.
En la confusión que origino la sorpresa y la división de las que fueron objeto los humanos, las partes que formaban cada uno de ellos, se mezclaron y se dispersaron por todo el planeta.
Y termina la leyenda sumeria explicando como desde entonces, aquel ser humano al que nada importunaba ni preocupaba, vivía con el único fin de encontrar su media mitad que perdió esa noche. Y su desdicha consiste en que no sirve una aproximación, si no solo su MEDIA MITAD.
Ya veis la importancia de encontrar el amor verdadero, el alma gemela.
Vosotros podréis perder el tiempo con mediocridades; mi alma, reclama su mitad.
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