Hoy me he levantado con la vena soñadora, y he recordado una historia que me fascinó cuando la conocí. Cada vez que me entra el bajón la recuerdo y me da vidilla para no caer en la tentación de tirar la toalla y mandarlo todo a la mierda.
Y la quiero compartir, para el que la desconozca, sobre todo para aquéllos que dicen estar solos y creen haber perdido la esperanza.
Dicen que mientras hay vida hay esperanza, pero yo creo que es al revés, que mientras hay esperanza, hay vida. Y la esperanza solo se puede mantener cuando hay sueños.
Y es que los sueños, hay que conservarlos. Como bien dijo José Ingenieros, sólo vivimos por esa partícula de ensueño que nos sobrepone a lo real. Cuando los perdemos sólo somos muertos en vida, y vivimos por inercia.
Voy a intentar resumirla para no extenderme mucho. Se trata de la historia de un alemán que vivió hasta finales del siglo XIX. Se llamaba Heinrich Schliemann.
Cuando era niño su padre solía leerle la epopeya griega “La Iliada” que canta lo sucedido durante 50 días del último año de asedio a la cuidad de Troya por los ejércitos griegos.
Tal fue su fascinación por aquella mítica historia que desde entonces sólo tuvo un sueño, encontrar aquella cuidad y comprobar que lo ahí contado era cierto.
Se dedico a estudiar idiomas y al comercio, y, cuando hubo amasado una fortuna considerable, abandonó sus negocios y partió hacia Turquía en busca de su sueño. Encontrar la cuidad de Troya. Tras obtener los permisos del gobierno, excavó la colina de Hisarlik, frente a las costas del mar Egeo, donde, según los pasajes de la Iliada debía encontrarse aquella maravillosa cuidad.
Cuando los estudiosos de la época conocieron su propósito, fue objeto de burlas, pues la guerra de Troya y todo lo que le rodeaba se creia que era fruto de la impresionante imaginación de los griegos de entonces, un mito. Pero lo cierto y verdad es que encontró los restos de una cuidad que había sido reconstruida siete veces, siendo los vestigios de uno de sus últimos niveles los que indican que esa cuidad fue realmente asediada y destruida por un incendio. Descubrió la cuidad de Troya, con el tiempo y sucesivos estudios por arqueólogos posteriores a su época, se sabe que la guerra de Troya que nos describe Homero tiene base histórica.
Pero ahí no queda la cosa, posteriormente partió hacia la región del Peloponeso, en la Grecia continental, y allí descubrio las ruinas de Micenas, patria del legendario rey Agamenón, hermano de Menelao, el esposo de Helena de Esparta que se convirtió en Helena de Troya tras su rapto por el príncipe troyano Paris. (Supuesto detonante de la guerra). No se saben los motivos de la guerra ni de la desaparición repentina de aquel mundo micénico, pues hoy sigue siendo un enigma.
Con todo ello, logró sentar las primeras bases y los primeros pasos para que, posteriormente y gracias a él, se descubrieran las dos primeras y más importantes civilizaciones de Europa: Creta y Micenas. Hasta entonces consideradas un mito y que han permanecido sepultadas bajo la tierra durante miles de años.
¡Increíble! ¿Verdad?
Con esto quiero decir que no hay que dejar de perseguir un sueño ni de luchar por todo aquello en lo que se cree.
Pues es gracias a estos benditos visionarios, que puede soplar el viento que impulsa las velas de este barco en el que vamos todos, la Humanidad entera.
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