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Hay veces en que nada más levantarme, luego de hacer resonar contra la loza del inodoro el correspondiente chorro de líquido amarillo, me asalta el impulso de ir a la terraza para contemplar las primeras luces del mundo, justo en ese momento en que, recién amanecido, el cielo todavía es apacible y sobre las festoneadas cumbres de la sierra se desperezan los primeros rayos del sol columpiándose sobre las nubes. Reconozco que es una visión que me llena de paz e introduce en mi organismo una buena dosis de armonía con la que empezar con buen pie la jornada.
Lo cierto es que me gusta saberme parte de ese entramado de luces en el que despunta la vida, quizá porque soy consciente de que llegará el momento, cuando repose en la “cajita”, en que ya no podré ver nada.
Es una pena que no se me dé bien el arte de la fotografía, porque en ese caso intentaría plasmar toda esa belleza en un arsenal de instantáneas tomadas en diferentes días. Aunque sospecho que ni siquiera las fotografías, en su indiscreta labor, son capaces de plasmar dichos instantes tal y como son en el momento de observarlos. Al menos a mí suele pasarme así. Las pocas veces en que he fotografiado un paisaje que previamente me subyugara, ha sido para descubrir acto seguido que la belleza de la imagen robada no se correspondía con esa otra que justo momentos antes me había hechizado. No sé si eso se deberá a que soy un pésimo fotógrafo (algo que ya doy por descontado) o, más posiblemente, a que, por mucho que así lo pretendamos, resulta muy difícil, por no decir imposible, aprehender la realidad mediante una sola instantánea, más allá de aquellas que a fuego quedan marcadas en el caleidoscopio de la memoria.
Quizá pasa también algo parecido con la idealización. Imaginamos algo, lo recreamos en nuestra cabeza como algo idílico, nos dejamos seducir por todo el abanico de posibilidades que ofrece…, para luego los hechos dar lugar a una realidad que echa por tierra lo previamente idealizado. Y es que a menudo las fotografías de la realidad acostumbran asimismo a divergir de la imagen que creíamos haber captado antes de ser por sus voraces fauces engullidos.
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