era una fría tarde de invierno. Me quedé solo. Cuando salió dio un portazo como si me estuviese diciendo algo desagradablemente malo, aunque no habíamos discutido ni nada. La tarde había transcurrido con normalidad. Estaba cansado después de haber estado estudiando y de hacer mis deberes.
No recuerdo qué estaban echando por la tele, quizás porque no suelo verla, salvo alguna que otra serie como actualmente Vikings, que me está gustando. recuerdo que hacía frío y estaba oscureciendo rápidamente. Me quedé solo.
La casa estaba vacía y en silencio. Encendí la luz del pasillo y fui al aseo. Me lavé a conciencia las manos, aunque no hacía falta. Esa tarde no me había dado mi dosis de autoerotismo que es lo que nos queda a los solitarios como premio de consolación para aprovechar de manera placentera esos largos ratos en que nos encontramos solos.
Acabé de lavarme las manos y salí de nuevo al pasillo y vi que la casa estaba vacía y silenciosa. Serían las 6:30 de la tarde.
Me dirigí a la cocina y saqué de la nevera un paquete que contenía jamón serrano y puse una rebanada de pan a tostar. Saqué un tomate y lo corté por la mitad. Separé un par de lonchas de jamón y guardé el resto en la nevera. La casa estaba vacía y en silencio. Era invierno y hacía frío y ya había oscurecido.
Cuando el pan estuvo bien tostadito lo puse en un plato y restregué el tomate en la rebanada, luego coloqué el jamón y recogí lo que pudiera haber ensuciado o descolocado en la preparación de mi merienda.
Aún recuerdo el sabor y la textura del pan tostado con el tomate y el jamón, que bueno estaba, que me acuerdo yo.