A mi juicio, existen pocas cosas más corrosivas que el hecho de verse uno compelido a ceder continuamente, sea cual sea el ámbito donde se lleve a cabo dicha cesión. Quizá, no obstante, sea en el de la vida en pareja donde ese constante ceder produzca un desgaste más acusado.
Imagino que ceder de continuo frente a las apetencias, caprichos y/o deseos de otro es algo que termina invariablemente por anular la propia personalidad, convirtiendo al cedente en un ser vacío y triste, una especie de sombra invisible que queda oculta bajo otra sombra mucho mayor, cual sería en este caso la sobre él proyectada por la parte dominante.
No pretendo tampoco con esto negar la necesidad de sacrificar de vez en cuando parte de los deseos propios en aras a que una concreta relación sentimental funcione. Sucede de hecho así. Al fin y al cabo, cuando dos personas toman la decisión de compartir y tirar juntas a lo largo de un determinado camino, si en algún momento dado dicho camino se bifurca y tales personas no se muestran de acuerdo en elegir uno u otro lado de la bifurcación, o bien una de ellas cede en su apetencia, o bien no tendrán más remedio que separarse y seguir cada una por el lado elegido. Eso es obvio. Ahora bien, entiendo que en tal caso lo que se está produciendo no es una cesión propiamente dicha, sino una elección, una elección tal vez en contra de nuestro propio deseo, pero elección al fin y al cabo. Y eso no sería del todo negativo. Los tiras y afloja son de hecho comunes en las relaciones de pareja.
En cambio, lo que sí se me antoja enteramente negativo es la persuasión para que sea siempre uno de los miembros quien ceda, bajo la amenaza (explícita o tácita) de la estabilidad en el seno de la pareja. Quizá hoy, al margen de los popularmente conocidos como "calzonazos", pueda parecer esto una barbaridad, pero hasta no hace mucho tiempo en la mente de la mujer se inculcaba precisamente, y desde la más tierna infancia, esta idea de continua cesión en el seno de la pareja. Y esto ya sí que no sería elegir, sería olvidarse de uno mismo, doblegar la propia personalidad en aras a complacer las apetencias del otro, lo que de ninguna de las formas puede conducir a la felicidad, al menos no a largo plazo.
En fin, que la frontera entre ceder y elegir es a veces difusa, incluso en ocasiones para los propios afectados, que en aras a mantener a flote una determinada relación pueden pensar que eligen cuando en realidad ceden, y también viceversa, que diría Benedetti. Me pregunto en cualquier caso cuántos en este foro serán cedentes y cuantos, por decirlo de algún modo, exigentes, es decir, de los que exigen a su pareja de turno que cedan constantemente ante sus deseos.
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