No suele el mundo ser en exceso de mi agrado cuando cada mañana despierto a él, en especial porque lo diviso borroso, inestable, delicuescente, colonizado por acezantes sombras. Esta nebulosa perspectiva comienza, no obstante, a cambiar luego de lavarme la cara, cuando tras la refrescante ablución empiezan a evaporarse tanto los últimos vestigios oníricos de mi alma como de mis ojos las siempre molestas legañas. Y la cosa mejora todavía más cuando, finalizado el aseo, acoplo aquellos a las gafas o a las lentillas, según mi molicie resulte mayor o menor, y las formas comienzan entonces a perfilarse dentro de mi retina plenas de nitidez y color.
Pese a todo, insisto en que no suele gustarme demasiado el mundo a las horas del alba. Lo prefiero de noche, al socaire del espeso muro que conforman las tinieblas, sobre todo si complací al espíritu previamente con un par de tragos de ron canario, que está dulce y deja siempre un agradable resabio en el paladar, con lo que la realidad empieza a surgir entonces tal cual es, libre del ilusorio espejismo que ofrece cuando no riega el alcohol la sangre.
Y todavía me place muchísimo más cuando, al abrigo de esas mismas tinieblas, me solazo en lúbrica coyunda con alguna amante solícita que tenga a bien franquearme sus secretos más íntimos y hacer que las yemas de mis dedos acaricien el cielo (interprétese en este caso cielo como metáfora que alude a tetas y secretos como sutil referencia a entrepierna).
... Pero no, mis queridos contertulios, no os vengáis a engaño, que todo esto no es sino pura entelequia, una broma sin mayor pretensión que la de entretenerme mientras cae la lluvia y repiquetea sobre los cristales de mi ventana, porque yo ni bebo, ni follo con otras hembras que no sean mi santa esposa, ni tengo legañas, ni uso gafas ni lentillas; es más, ni siquiera suelo madrugar... Pero mi naturaleza guasona me incita de vez en cuando a ser un poco cuervo
¡Qué queréis!... O tal vez, y, ojo, que sólo digo tal vez, no sea mentira, pero resulte que ahora, tras leer lo escrito, me provoquen cierto rubor mis propias palabras y busque atemperarlas mediante equívocos
... O, quién sabe, quizá ande en deseos de extirparme los ojos y ofrendarlos en sacrificio a mi venerado Dionisos.
En fin, que la lluvia, esa lluvia que tanto detesto, me fastidió la salida que tenía planeada para esta tarde y eso me lleva a su vez desvariar un tanto. ¿Acaso no os complacen mis desvaríos, estimados cachorros míos? Ruego aceptéis mis disculpas en caso contrario.... Pero, me pregunto, ¿pueden en realidad las atormentadas y siempre a la deriva almas de los poetas encontrar solaz más allá de sus desvaríos?
Beso vuestros dulces labios (a ellas) y con afecto palmeo vuestras hercúleas espaldas (a ellos)