Vaya por delante que las apariencias me importan un comino en el desarrollo profesional, aunque, por ejemplo, un comercial no puede ir en bermudas llamando a los pisos, porque sería un desastre. Excepciones hay muchas.
Como son personas que están realizando labores públicas, sencillamente toca sentarse, mirar la tele (o el Twitter), y observar cómo se desarrollan en sus funciones, con una probable decepción, porque this is Spain: El territorio del cachondeo sin término. Es mi apreciación cultural.
Aún así no voy a ser hipócrita. Tampoco me ha de gustar alguien que está en el debate del estado de la nación, con un poncho, una argolla en la nariz, y luciendo cabellera multicolor, con medio cráneo rasurado. Los hay realmente extravagantes, que no suelen agradar a la mayoría. Aparte, los medios de comunicación retransmiten, hay opiniones, inversores extranjeros que viendo el percal se piensan muy mucho en invertir aquí, en abrir empresas.
En definitiva, que de cara al público, teniendo una cierta libertad, uno tampoco puede hacer lo que le dé la absoluta gana.
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