La mayoría de las personas pasamos por este mundo sin pena ni gloria, consumiendo años como quien consume pan, en el marco de una existencia mediocre que, con alguna que otra variante, viene a resultar similar a la de quienes se mueven en parecidas coordenadas, aquellas que le hayan tocado en suerte a cada uno, procurando dentro de lo que cabe aprovechar esos buenos momentos que de vez en cuando nos son brindados en este transitar de caminos que es la vida. Al final morimos y se nos recuerda durante un cierto tiempo, quizá un par de generaciones, tal vez algo más, para terminar finalmente fuera ya de toda evocación. Este es el destino último de la mayor parte de la gente que nace y muere a diario: el olvido. Y, ojo, tampoco hay que verlo con tristeza, simplemente es lo que hay.
Existen, en cambio, personas que trascienden a ese habitual devenir, personas cuyas peculiaridades las llevan a elevarse por encima de la masa adyacente y descollar dentro de ella. Quizá con la muerte y el paso del tiempo terminen asimismo en los abismos del olvido, pero su recuerdo suele ser menos efímero que el de la otra gran mayoría.
Luego hay una tercera categoría que integrarían quienes se elevan todavía más, tanto que terminan alcanzando las nubes de la historia, en las que ganan un hueco que les lleva a ser ya por siempre recordados (y si no por siempre, sí al menos a lo largo de muchos siglos), algunos para bien, otros para mal.
Y, finalmente, dentro de esa tercera categoría podría establecerse un rango especial para aquellos que consiguen su entrada en la Historia no ya después de la muerte, sino incluso en vida, para después de ésta convertirse en auténtica leyenda.... John Lennon es a mi juicio uno de estos últimos, alguien que ha trascendido más allá de la música, más allá de la historia, alguien que se convirtió en leyenda.
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