A ella le encantaban la peras pero se fue a enamorar de un manzano. (y odiaba las manzanas) Una y otra vez intentó ver si le daba otros frutos pero no. Se repetía una y otra vez "los manzanos no dan peras" para dejar de hacerse ilusiones hasta que el manzano se cansó y se fue echándole la culpa de no saber valorar tan suculentas manzanas.
Desolada, apareció otro árbol y ella preguntó "¿qué tipo de árbol eres?" Éste, que había estado observando todo lo sucedido, contestó "soy de ese tipo de árbol que da el fruto que tu quieras reina de mi vida."
Insistió tanto que al final se lo creyó. Le dio a probar un montón de frutos preciosos en apariencia, bonitos a la vista y muy bien presentados de forma en su descripción: una pera un poco rara en su sabor... y no le gustó, le dio otra pequeñita y tampoco, probó a cambiar a fresas, ciruelas, higos, melocotones, cerezas... Pero todos estos frutos le sabían raros no le gustaban, no era lo que ella esperaba. Ella se sentía mal por ser tan exigente "¡no me conformo con nada!"
El árbol le decía, "te quiero pero es imposible hacerte feliz y tu constante insatisfacción me esta consumiendo" .
Finalmente, este segundo árbol también se fue y la dejó creyendo que el problema era ella por no saber querer. Sin embargo nunca supo que lo que le daba eran otras frutas disfrazadas de peras, fresas, ciruelas, melocotones y cerezas, porque, evidentemente, este segundo árbol, también era un manzano.
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