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Llegaste a nuestras vidas, una fría noche de Enero de hace casi cinco años. No sé de donde saliste, no te había visto antes… pero ahí estabas, enfrente de casa, inmóvil… paralizada por el miedo, el frío y el dolor.
Los golpes recibidos por algún malnacido (que era más animal que tú), habían hecho mella en tu pequeño cuerpo, y apenas eras capaz de sostenerte.
Resignada, y como esperando ya la peor de las suertes, no opusiste resistencia cuando te tomamos en brazos para llevarte a casa.
Rápidamente, te abalanzaste sobre la comida, agazapada en un pequeño rincón. Llevarías varios días sin comer.
A pesar del temor que sentías, creo que alcanzaste a comprender que este podría ser el primer día de tu nueva vida. Había llegado el momento de empezar de cero, merecías una segunda oportunidad, merecías vivir la vida que hasta entonces nadie se había dignado a ofrecerte.
No necesitaste hacer ninguna demanda para hacernos saber que lo único que precisabas, era un nuevo comienzo.
Y ese 24 de Enero de 2007, se fraguó una verdadera amistad, una amistad sólida basada en el cariño y respeto mutuo, y en el entendimiento pleno, a pesar de no hablar el mismo idioma. Una amistad atada a unos lazos inquebrantables.
Debo confesarte, que durante el tiempo compartido a tu lado, yo he aprendido más de ti que tú de mí. Me has enseñado, entre otras cosas, que las palabras se tornan innecesarias, cuando una mirada basta para hacerse entender. Me has enseñado que existe el amor incondicional, la lealtad, la nobleza, la fidelidad… me has enseñado que un ladrido es mucho más que un sonido…
Me enseñaste que en un pequeño corazón caben los más grandes sentimientos y las virtudes más puras.
Aprendí de ti a disfrutar de una soleada tarde de otoño, con una temperatura agradable…
Y por ende… ¡te debo tanto princesa! Te debo el oportuno consuelo que me ofrecías con un besito en mis días malos… te debo miles de sonrisas,… te debo la alegría con la que recibías mi llegada a casa… te adeudo también, las jornadas de caras largas, en las que, cansada del trabajo no respondía a tu recibimiento de la manera que deseabas, y por ello, te debo tu comprensión,… te debo los buenos días que me dirigías al despertar con tu movimiento rápido de rabito… ¡ te debo tantas cosas!
Hace ya cinco días que te marchaste para siempre. Sabíamos que esto podía suceder algún día pero no estábamos preparadas para ello. Lo que siempre temimos, terminó cumpliéndose. Tu enfermedad, ganó esta batalla.
En más de cien sonidos, falta el timbre de tu voz.
Sólo me queda agradecerle a la vida, el haberte puesto en mi camino, y a ti, mi rubia bonita, GRACIAS por los maravillosos momentos que me has regalado, GRACIAS por estos años compartidos y por los miles de sentimientos que has provocado en mi.
Siempre serás mi princesa. Siempre estarás con nosotras
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