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Guest
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El animal parece insaciable, indetenible, profesional en su labor. Pocas veces se distrae, su compromiso con el trabajo encomendado es absoluto. Cuando logro distraer su mirada y sus manos es solo por unos segundos. Cuando retoma su labor, lo hace con una brutal fuerza en pos de recuperar el tiempo perdido. Para él la producción no puede detenerse, la justicia interior debe ser impartida si o si, aunque conlleve todo el día, toda la noche. Trabaja todos los turnos que hagan falta para que nunca me falte dolor.
No se va, por más que le grite y ruegue de rodillas, aunque le explique de mil modos que si no acaba con esta tortura o al menos no me da un respiro, voy a desfallecer por el dolor. Noto que no le importa, ríe a carcajadas ante mi humillación, me repite una y otra vez lo patético que le resulto, las náuseas que le genero, la vergüenza ajena que le doy, y mientras tanto, arremete nuevamente con otra lluvia castigos.
Debo ceder, él manda, estoy encadenado de pies y manos, nada consigo hacer para defenderme de esta brutal paliza. Me entrego al castigo ya sin fuerzas, sabiendo que lo que está por arribar es una marejada de dolor, de imágenes mezcladas con sentimientos, emociones, músicas, anécdotas, lugares, recuerdos materiales, papeles que expresaban otro sentir, un sentir sin sufrimiento, llenos de esperanza, con un campo verde que llegaba al infinito.
Llegan las primeras olas, inmensas, con toda la furia de kilómetros de mar que empujan de atrás con sus millones de litros, mientras la bestia desde su torre de control, como un maestro de orquesta me señala con su batuta, indicándole al maldito mar dónde debe desembocar. Ahí vienen esas imágenes, esos recuerdos, todos fragmentados, mezclados. Puedo distinguir a cada uno de ellos y ponerlos mentalmente en un contexto específico, en su contexto, su lugar temporal casi exacto. Intento acomodarlos a todos, son demasiadas las piezas que quiero conservar, pero no me alcanzan las manos para manipular tamaña información. Me apresuro, las dispongo de manera general sobre la mesa para luego acomodarlas con detalle, no tengo tiempo y mi capacidad mental está diezmada. De pronto otras olas, más fragmentos, más fotos que llevan a algún lugar que conocí. ¡Basta, basta por favor, esto es demasiado! Ya tengo la mesa repleta y las manos doloridas de hacer fuerza para sostener todas estas cosas.
Me doy por vencido, abro mis brazos y dejo caer todo lo que capturé. Abatido, me arrodillo frente a esa montaña de recuerdos. Miro el cerro interminable, sé que algún día deberé juntar todo en una bolsa y llevarlo a alguna otra parte, no puede estar aquí por siempre. Si sigo acumulando pronto no podré caminar, hasta que esa montaña caiga sobre mí y termine por aplastarme, imposibilitándome salir entero de allí abajo.
Hoy lo intenté nuevamente, pero no pude. En lugar quitarlos, lloré sobre los recuerdos otra vez. La bestia volvió a ganar.
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