Amores platónicos

Danteojos

Hay quien sostiene que son tristes, dado que, al adolecer de falta de contacto carnal, su desarrollo se ve limitado al universo donde únicamente despuntan los sueños y la fantasía.

Yo, en cambio, no les otorgaría dicha calificación, sino que a lo sumo diría que son especiales, amores que, en lugar de ir encauzados hacia el exterior, orientan su frenesí en un ámbito más interno, amores en los que el ideal adquiere dimensiones tan extraordinarias que sobrepasan las fronteras de lo real y que, tal vez justamente por ello, resultan la mayoría de las veces mucho más profundos que los, llamémoslos así, amores declarados.

Algunas voces afirman que el amor platónico, por lo que tiene de puro, vendría a ser el amor en toda su esencia, libre de cualquier lacra de egoísmo. No sé hasta qué punto dichas voces estarán en lo cierto. Resulta sin duda algo complicado de ponderar. Desconozco, por otro lado, si la realidad armonizará con esa multitud de ejemplos que la literatura nos ofrece al respecto, como el amor tan ilimitado y mirífico que profesaba Don Quijote a Dulcinea, o el que tenía cautivados a Lancelot y Ginebra (por más que en este último caso existiera un momento puntual en que el amor dejó de ser platónico para hacerse terreno, pero hasta ese momento sí lo fue). Lo que sí es cierto es que en el amor platónico lo material pierde toda su tiranía y el consumismo queda enteramente al margen, y digo consumismo porque hoy en día se consumen cuerpos de manera análoga a como se puedan consumir, por ejemplo, tablets o smartphones, de tal forma que cuando se presenta un modelo más bonito, quien se lo puede permitir, lo cambia sin más. El amor platónico, en cambio, vendría a ser un amor generoso, en cuanto a que lo ofrece todo sin pedir nada a cambio, no sería un amor que gravitara en torno a la atracción de la piel, no se inficionaría con el virus de la pasión que resulta de la carne (que, ojo, no digo yo que sea un mal virus éste ni una mala atracción la de aquélla, más bien todo lo contrario, jeje), y eso lo convertiría en cierto modo en algo extraordinario y sublime, un amor inspirador de poetas y trovadores, de soñadores y novelistas de todas las épocas.

En cualquier caso, considero que el valor de todo amor viene dado por sí mismo y por la capacidad que tenga uno de amar y, por tanto, se halla al margen del propio objeto amoroso, esto es, al margen de si se es o no correspondido, no necesita en suma justificarse a través de una relación con otra persona. Dicho de otro modo: el amor no requiere de por sí un contrato de usufructo de los cuerpos en él implicados, siendo por ello que el amor platónico vendría a ser también, al menos en mi modesta opinión, un tipo de amor válido y merecedor por tanto de ser llamado asimismo “amor”.