Recuerdo mi primer año de Universidad. Tenía un compañero que era algo más mayor que yo. Me contó la historia que había accedido a la universidad a través de Grado Superior y que las asignaturas en general le resultaban especialmente duras. No es que fuera uno de los compañeros con los que hiciera corrillo en los descansos, porque no siempre venía a clase, pero cuando venía, le debí caer en gracia y se pegaba a mí. Total, llegó época de exámenes, prácticamente hincando codos a cada rato. La tarde de antes al día de un examen, me telefonea y me pregunta si le puedo explicar un par de problemas numéricos que había. Le digo que estoy en tal biblioteca y que venga. Me tocó explicarle casi todo, y encima no pude repasar como me hubiera gustado. Tras salir del examen al día siguiente, le pregunto como le fue y me suelta: "Uff, pues muy mal, cuando llegué a casa me entró pereza y ya no me miré lo que me explicaste. Seguro que he cateado."
De esas de pedir dinero, recuerdo una gitana en el aparcamiento del supermercado. Me pidió dinero porque tenía hambre. Le dije que no le iba a dar dinero, que si tenía hambre, me esperara y le compraba una barra de pan o lo que fuera. Se fue jurando en hebreo y se le pasó el hambre.