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Siguiendo con la mitología griega y en un foro cuya temática principal no es otra que el amor, qué más apropiado que hacer una ligera reseña de su máximo exponente: Afrodita, la diosa griega del amor, a la que luego los romanos, tan dados a cambiar el nombre de la gente, rebautizaron como Venus.

¡Quién no ha oído hablar de ella! Representa el amor, la belleza suprema, la perfección femenina. Lo que quizá se sepa menos es que Afrodita era también una ninfómana de cuidado, una lujuriosa empedernida cuyas ganas de sexo jamás resultaban saciadas, por mucho que lo practicara. Tal es así que hoy en día a aquellos que carecen de apetito sexual se dice que padecen de anafrodisia, justamente por contraposición a ese deseo incoercible de la buena de Afrodita.

Lo cierto es que Afrodita era una diosa un tanto peculiar. Era, como digo, bellísima, la más bella de todas las diosas, ante la que todas las demás palidecían. Sus orígenes son ciertamente extraños. Los dioses, al igual que los humanos, suelen nacer del apareamiento entre macho y hembra: ya sabéis, papá planta una semillita en mamá y, voilá, una boca más para alimentar. Pero Afrodita fue una excepción, ya que no tiene padre ni madre, sino que se engendró por la curiosa mezcla de la espuma del océano y la sangre y restos de semen de los genitales amputados de Urano, que habían sido arrojados al mar por orden de su propio hijo, Cronos.

En este punto hay que hacer una pequeña digresión para explicar que Urano había sido durante mucho tiempo el amo y señor del Universo, justo hasta que su hijo Cronos lo derrocó y, para que ya no pudiera reproducirse, emasculó con una hoz dentada. Sus genitales fueron arrojados al mar, como queda dicho, pero todavía hubo tiempo a que los espermatozoides que aun albergaban formaran con su sangre una extraña pócima que al contacto con la espuma oceánica engendrase a la sin par Afrodita, que ya nació adulta, sin que por tanto tuviese niñez ni pubertad.

Afrodita se casó con Hefesto, uno de los dioses olímpicos. No fue un matrimonio por amor, sino por conveniencia, como casi todos los matrimonios que tienen lugar en el Olimpo. De hecho, Afrodita aborrecía a Hefesto, ya que este era cojo y, al parecer, feo de cojones. Esta circunstancia, unida a la naturaleza de por sí promiscua de Afrodita, hacía que difícilmente pudiese el infeliz de Hefesto evitar que de su testa brotase una generosa cornamenta. En efecto, Afrodita tuvo multitud de amantes entre los otros dioses, entre ellos Ares, el dios de la guerra, quien se enamoró perdidamente de ella. El cojo Hefesto urdió entonces una red de plata prácticamente invisible que acopló cuidadosamente en el lecho donde se acostaban Ares y Afrodita, y en esta red quedaron ambos atrapados en plena coyunda, siendo los dos amantes objeto de escarnio y burla por parte de los otros dioses, que a la llamada de Hefesto acudieron para contemplar en primera fila el pornográfico espectáculo. Al final Hefesto accedió a liberar a los adúlteros y, mal que le pesara, siguió casado con Afrodita, quien desde entonces procuró ser más discreta en sus devaneos, aunque ni mucho menos renunció a su lubricidad, pues esta le venía congénita, ¿y quién puede huir de aquello que está presente en su propia sangre?

Otro insigne amante de Afrodita fue el dios Hermes, del que tuvo un hijo que, en honor de ambos progenitores, fue llamado, como no podía ser de otro modo, Hermafrodito, quien nació con genitales tanto de hombre como de mujer. Obviamente, la palabra “hermafrodita” deriva precisamente de ese ser.

Afrodita también fue, cómo no, amante de Dionisos, otro que tal baila en lo que a desenfreno sexual concierne. De esta unión nació precisamente Príapo, quien tenía por lo visto un pollón de cuidado y siempre lo mantenía erecto. Desde luego, como actor porno no habría tenido precio.

La lascivia de Afrodita no tenía límites, de modo que entre sus amantes no solo se contaban dioses, sino también simples mortales. Uno de los más célebres fue Anquises, del que dio a luz al legendario Eneas.

Sin embargo, el gran amor de Afrodita fue el bello Adonis, con quien vivió el más apasionado de sus romances. Hacían sin duda una bellísima pareja: los dos seres más hermosos del universo follando sin parar en los orbes celestiales. Digamos que eran los Brand Pitt y Angelina Jolie de la época. Sin duda, este romance habría podido continuar incólume hasta el fin de los tiempos de no haber sido porque Ares, en un arranque de celos, se transformó en jabalí y mató al pobre Adonis de una cornada. Afrodita le lloró durante largo tiempo. Por cierto, se dice que de la sangre de Adonis brotaron las flores rojas llamadas anémonas.

Pero la muerte de Adonis, aun muy lamentada, no frenó las ansias salaces de Afrodita, cuya sangre no ha dejado de hervir un momento y continúa hasta hoy su inagotable colección de amantes; vamos, que los colecciona como si fuesen sellos de correos. Todo un ejemplo de mujer echá p'alante.
 
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