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Antiguo 18-Jun-2012  
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Buenos días, usuarios de ForoAmor. Hoy he decidido compartir con vosotros una de mis más queridas creaciones, en la que son protagonistas dos de los personajes de mis novelas: Sir Francis de Gondolak y Estella D´Angelis. El relato transcurre durante su infancia, cuando un inocente juego puede convertirse en una experiencia casi fatal. ¿Hasta dónde estarías dispuesto a llegar por alguien importante para tí? ¿Es capaz un niño de sentir la semilla del amor, a pesar de no comprenderla aún? Encontraréis esas respuestas a continuación. Con todos vosotros, esperando que os guste, os presento mi nueva aportación al foro.

Accidente bajo el hielo

La nieve había caído copiosamente la noche anterior en el reino flotante de los paladines de Onour, Astaroth. Era pleno invierno y, para los jóvenes del reino, que nevara suponía un agradable cambio en su sistema de juegos. Así pues, aquello no era distinto para Francis, Estella y el resto de la pandilla.
La niña de unos ocho años de edad permanecía agazapada tras una montañita de nieve, oculta gracias a sus abrigadas prendas de color blanco y su gorrito de lana, los cuales la confundían con el entorno. Sus ojos azules brillaban de la emoción, sabiendo que en breve se vería recompensada tan larga espera cuando su objetivo estuviera a tiro. Finalmente, tras varios minutos más, de las puertas del castillo de Astaroth salió Francis, su mejor amigo y aspirante a paladín de Onour, que contaba con un par de años más que ella. El muchacho iba tan absorto en la contemplación de la nieve que cubría el reino que no vio venir el raudo proyectil.
Estella D`Angelis se había incorporado y, con un gruñidito de esfuerzo, había lanzado una bola de nieve a Francis, acertándole en pleno pecho. El muchacho, debido a la impresión del repentino ataque, perdió pie y cayó de espaldas sobre el manto níveo.
- ¿¡Pero qué!? ¡¡Estella, así que estabas esperando para atacarme a traición!!- exclamó Francis mientras se incorporaba sacudiéndose la nieve de la ropa, mirando a la pequeña niña rubia sonreír con picardía.
- Estás gravemente herido, Francis, sufre el ataque de las flechas de la Reina del Hielo- comentó ella recogiendo otro de los proyectiles que tenía preparados y lanzándoselo de nuevo al pecho.
Ésta vez, el joven fue más rápido y esquivo el lanzamiento haciéndose a un lado, aprovechando que se agachaba para recoger en su mano enfundada por un grueso guante un puñado de nieve.
- Ahora verás lo que es un buen ataque- dijo éste, sonriendo desafiante, mientras lanzaba la nieve hacia la niña.
Ésta, excitada por el juego, empezó a chillar divertida y salió corriendo, dando traspiés en la nieve, huyendo de su compañero de juegos.
- ¡Hey, éso no es justo! ¡Vuelve aquí, miedica!- exclamó indignado Francis mientras salía en pos de ella.
Las gentes del reino se apartaban de la calle al paso de los dos jóvenes, conocedores ya de sus juegos y sus carreras, las cuales de vez en cuando habían costado uno o dos accidentes al hacer caer al panadero o a alguna campesina con un cesto de huevos. Pero pese a ello, a los habitantes de Astaroth les divertía comprobar como uno de los más aptos aspirantes a paladín y la hija del maestre D´Angelis se lo pasaban tan bien juntos. Incluso varias personas tendían a aventurar que sólo sería cuestión de tiempo y en cuanto ambos crecieran un poco más, llegarían a enamorarse.
Entre risas y chillidos, los dos jóvenes llegaron al helado lago de Astaroth, el cual aparecía cubierto por una translúcida capa de hielo. Estella, ni corta ni perezosa, saltó sobre la superficie del lago y siguió corriendo mientras patinaba. A la niña desde muy pequeña le había divertido dejarse deslizar sobre el hielo, y ya había cogido cierta práctica.
- ¡A que no me coges, patoso!- animó a su perseguidor, sacándole la lengua en su habitual y gracioso gesto.
- ¡Ahora verás si te cojo o no! ¡Te vas a tragar un buen puñado de nieve!- respondió Francis saltando también al lago.
Pero, a diferencia de su amiga, nada más sus pies tocaron el hielo dio un resbalón y cayó de culo, exclamando dolido por el impacto.
- ¡Franciiiiis, eres un torpe!- se burlaba la niña dando unas cuantas vueltas en torno suya, echando luego a patinar hacia el centro del lago- ¡Así no me vas a coger nunca!
La niña, entre risas, avanzaba cada vez más lejos cuando el muchacho, levantándose, sintió bajo sus pies un leve temblor, captando sus oídos un pequeño crujido. Francis dirigió la mirada al suelo, comprobando como en el hielo comenzaban a aparecer una serie de grietas que, abriéndose en zigzag, se dirigían al interior del lago, donde Estella daba vueltas sobre sí misma, tan enfrascada en sus risas que no podía oír el ruido en aumento del hielo resquebrajándose bajo ella.
- ¡¡Estella, vuelve aquí, corre!!- avisó el muchacho intentando llegar hasta ella.
- ¡¡Ni hablar, para que me pilles!! ¡Atrápame si puedeeees!- seguía incitando la niña, sin darse cuenta del inminente peligro que corría.
Finalmente, un tremendo crujido atrajo la atención de Estella, y el terror se reflejó en sus verdes ojos cuando comprobó que bajo ella el hielo se rompía. En apenas unos segundos, se abrió un enorme boquete bajo sus pies, cayendo la niña con un tremendo chapoteo en las heladas aguas del lago.
- ¡¡Estellaaaaaaa!!- gritó Francis aterrorizado de ver como su pequeña amiga desaparecía bajo el hielo.
Algo dentro de él, la adrenalina que todos llevamos dentro cuando vemos a un ser querido en grave peligro, explotó como un volcán haciendo que el aspirante a paladín echara a correr hacia el agujero en el hielo, sin ningún resbalón ni traspié. Al llegar, vió burbujas en el lugar donde Estella había desaparecido y, sin pensarlo un momento, se lanzó de cabeza al agua dispuesto a rescatarla.
Al tocar el agua helada, fue como si mil cuchillos se clavaran en su piel, notando como se le entumecían las puntas de los dedos. Francis, haciendo caso omiso del dolor, tomó aire y se sumergió comenzando a bucear con los ojos bien abiertos, mirando a uno y otro lado intentando distinguir a Estella. Finalmente, tras subir para coger aire y volver a bajar, distinguió el pequeño cuerpecito de su amiga en el fondo del lago, a varios metros de él, enredada con unas algas azules y blancas. Francis descendió hasta ella, liberándola de las plantas que la amarraban al fondo y aferrándola contra sí subió rápidamente hasta salir a la superficie.
- ¡¡Aguanta Estella, no te mueras por favor!!- pese a estar desmayada, Francis podía sentir su pulso, pero no su respiración- ¡Que alguien me ayude, socorro!
El muchacho chapoteaba frenético con los pies, intentando alzar a Estella hacia la superficie. En otras circunstancias, Francis habría intentado una y otra vez salir de allí por sus propios medios pues, pese a que estaba entrenándose para llegar a ser un paladín, su corazón aún no creía en alguien como Onour, el sumo dios del bien y la luz al que adoraban en su Orden. Pero la vida de su amiga estaba en grave peligro y, si con su fe podía salvarla, lo haría.
- ¡¡Onour, ayúdame por favor!! ¡¡No dejes que muera!!- exclamó gritando a los cielos.
Como si el mismo dios hubiera escuchado su ruego, de los cielos encapotados surgió una alada figura que descendió hacia ellos. Se trataba de Asgaloth, el sumo comandante de la Orden a lomos de su grifo de batalla, regresando de una misión que le había mantenido alejado del reino unos días. El paladín descendió y, extendiendo una mano, ayudó a Francis y Estella a salir del agua.
- ¡¡Por Onour bendito!! ¿Qué ha pasado, muchacho?- exclamó una vez el grifo les había alejado del lago, llevándolos al bosque.
- No… no respira, mi señor. Por favor, tenéis que ayudarla- suplicaba entre lágrimas el joven, señalando el inerte cuerpecillo de su amiga tendido sobre la nieve.
Asgaloth se agachó presuroso, comenzando a presionar el pecho de la niña con movimientos rítmicos, mientras le insuflaba aire a sus pulmones con su boca.
- Vamos pequeña, vamos- murmuraba el comandante mientras seguía practicándole la respiración artificial- Vamos.
Las lágrimas caían por las mejillas de Francis mientras miraba la escena, pensando en que tal vez fuera ya demasiado tarde para su amiga. Tal vez Estella hubiera muerto.
Al cabo de un rato, la pequeña se incorporó tosiendo mientras expulsaba bocanadas de agua.
- Muy bien, pequeña, así. Echa todo el agua de tus pulmones- animó Asgaloth haciendo que se inclinara para delante.
La niña acabó de toser y, finalmente, cayó sin conocimiento de nuevo, aunque ésta vez su respiración era regular.
- Vamos, muchacho, tenemos que ir a casa de maese D´Angelis y quitaros ésa ropa helada o moriréis de frío- dijo el comandante, subiendo a lomos del grifo con Estella en brazos.
La grave voz del superior de la Orden de Onour no admitía réplica alguna, así que Francis hizo lo que le ordenaba subiendo tras él a lomos de la alada criatura.

Al cabo de unas horas, Estella abrió lentamente sus ojillos verdes, comprobando que se hallaba en su mullida cama, bajo las mantas, cubierta por el agradable calor de otro cuerpo humano. Fue en ése momento cuando la chiquilla cayó en la cuenta de que estaba totalmente desnuda y de que a su lado, Francis, también sin ropa, permanecía dormido abrazándola contra su pecho. La niña recordó el accidente en el lago y cómo un día su padre le había dicho que, cuando alguien sufría un percance en el hielo o la nieve, el mejor remedio para curarse era yacer bajo las mantas junto al calor de otro cuerpo. Al parecer, Francis se había encargado de permanecer junto a ella, dándole el necesario calor con su propio cuerpo. Estella sintió que se le encendían las mejillas, mientras escuchaba como alguien entraba en la habitación. La niña decidió cerrar los ojos, haciéndose la dormida.
- Parece que ambos están ya fuera de peligro- comentó la grave voz de Asgaloth, junto al lecho.
- Menos mal que todo ha pasado y que vos llegasteis a tiempo, mi señor- contestó la voz del padre de Estella, maese D´Angelis, el arquitecto y famoso constructor- No quiero ni pensar en que ambos podrían haber muerto hoy.
- Fue gracias al joven Francis que vuestra hija sigue con vida. Jamás he conocido a un muchacho tan curioso en todos mis años como paladín de Onour. Se lanzó de cabeza al agua sin importarle que él también podía haber muerto bajo el hielo… su único pensamiento fue el salvar a vuestra hija.
- ¿No es precisamente eso lo que enseñáis a los paladines, mi señor Asgaloth? ¿A ayudar a los demás?
- En efecto, ése es el principal credo. Un paladín de Onour vive para ayudar a los demás, aún con su propia vida. No obstante no pensaba que a tan temprana edad éste muchacho pudiera tener ésas ideas tan claras. Y después de todo lo vivido, insistió en quedarse junto a Estella dándole calor mientras yo iba en busca de ayuda- se pasó la mano por la barbilla, pensativo- En verdad éste joven es muy especial, así como el vínculo que los une a ambos. Si sigue así, el muchacho será uno de los mejores paladines que hayan existido jamás.
- Bueno, será mejor que salgamos y les dejemos descansar. Después de lo que han pasado, les vendrá bien. Venid, Asgaloth, os invitaré a un vaso de vino caliente.
Ambos hombres salieron de la estancia cerrando con cuidado la puerta. Estella abrió de nuevo los ojos, contemplando admirada a Francis y pensando en que si ahora seguía con vida había sido gracias a él. La niña se movió un poquito depositando un tierno beso en la mejilla del muchacho, antes de arrebujarse de nuevo y, con las mejillas sonrosadas sin saber muy bien el porqué debido a su tierna inocencia, volvió a quedarse dormida entre los brazos de su héroe.




Y colorín colorado, este relato se ha acabado. Aún me emociono al leer ese amor tan inocente y puro que la pequeña Estella siente por Francis, encumbrándolo como al héroe que ha salvado su vida. ¿En qué desembocará todo esto? Tiempo al tiempo, queridos lectores, puesto que algún día no muy lejano espero poder compartir con vosotros esa respuesta. Un saludo y espero que os haya gustado
 
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