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Antiguo 25-Feb-2015  
Usuario Experto
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Esa es la cuestión, que diría aquel eximio bardo inglés.

Tener los pies sobre la tierra equivaldría en cierto modo a conducirse en la vida según las pautas marcadas por la razón y el sentido común, esto es, con moderación, gravedad y prudencia, casi siempre en línea recta, eludiendo en la medida de lo posible los sobresaltos.

Volar más allá de las nubes vendría a corresponderse, en cambio, con una actitud donde le serían a la razón vendados los ojos para, de esta forma enceguecidos, lanzarnos con desatado coraje en pos de un horizonte incierto, asumiendo incluso riesgos con tal fin, disponiendo sobre el timón de nuestra particular nave a esos rebeldes pilotos que serían el instinto y los sentidos.

¿Cómo afrontar entonces el viaje? ¿Volando o a pie?

Puestos a decidir, parece claro que la segunda fórmula vendría a ser la más recomendable durante la mayor parte de la travesía, al menos a la hora de enfrentar los obstáculos y atolladeros que se presentan a lo largo de aquélla. Ahora bien, a cambio de esta mayor seguridad, este tipo de trayecto a pie acostumbra a exigir un peaje que para algunos resulta en ocasiones demasiado elevado, un peaje que generalmente tiende a ser sufragado en términos de hastío y tedio.

Tal vez por ello resulte a menudo enormemente tentador renunciar a la seguridad del camino a pie y dejarse encaramar por brazos que nos eleven por encima del terrenal asfalto para de esta forma conseguir volar más allá de las nubes y, si acaso, reposar luego satisfechos sobre sus lechos de algodón. Volar es en ese sentido mucho más apasionante y placentero que andar todo el rato con los pies soldados al suelo, dónde va a parar. ¡Volar es majestuoso! ¡Volar es sublime! Eso sí, volar también tiene su peaje, que este caso estaría representado por el riesgo de caerse y partirse la crisma, contingencia a tener en cuenta sobre todo cuando se planea a elevadas alturas.

En todo caso, más allá de estos azares y de la propia voluntad de los interesados, la opción por una u otra vía iría asimismo condicionada por otros factores, en especial los derivados del peculiar temperamento de cada persona. Así, aquellos cuya particular idiosincrasia les haga proclives a exhibir habitualmente un comportamiento respetuoso y disciplinado con relación a la normativa imperante, manteniendo siempre una conducta irreprochable dentro del seno del rebaño en el que tienen cobijo, buscarán de ordinario la seguridad a la hora de acometer cada paso, de tal forma que serán raras las veces en que alcen los pies un palmo por encima del suelo; sus congéneres les alabarán y encumbrarán a buen seguro como próceres, claro ejemplo a seguir, cofrades aventajados de ese mismo rebaño, de un rebaño en el que pasarán a ser justamente pastores; algunos de ellos vivirán de este modo felices y comerán perdices, pero otros, sin embargo, pagarán como tributo ver su vida y obra envueltas dentro de una opresiva y hastiante nube de aburrimiento.

En el perfil opuesto se podría en cierto modo ubicar a aquellas personas cuya existencia viene en gran medida consagrada al arte, entendido éste en cualquiera de sus manifestaciones, personas en las que no suele encajar bien dicha actitud ponderada y juiciosa. Ojo, no seré tan atrevido como para rotundamente afirmar que la cima del Parnaso no se puede alcanzar escalando, haciendo gala de ímprobos esfuerzos y sudando a chorros, pues supongo que en algunas ocasiones sí que se podrá, pero parece evidente que resulta mucho más fácil hacerlo volando, con las alas desplegadas; de hecho, el espíritu creativo no acostumbra a hacer excesivas buenas migas con la gravedad terrestre, e incluso me atrevería a decir que las musas tienden precisamente a otorgar más generosamente su privanza a aquellos que se sirven de las alas a la hora de presentarse ante ellas en el Parnaso, siendo por el contrario bastante escasas las ocasiones en que conceden su beneplácito a los esforzados escaladores, quizá porque estos últimos, de tanto pisar el suelo, tienen los pies demasiado sucios, llenos de mugre y ronchas, y de todos es sabido que las musas son en el fondo criaturas muy remilgadas, antojadizas y caprichosas donde las haya, poco dispuestas en suma a tolerar ese tipo de horruras afeando los pies de sus devotos; y es por ello por lo que suelen preferir a los que se sirven de alas, a esos magos voladores que embozan su asombrosa esencia bajo mantos de seda, a los taumaturgos de la palabra, de la arcilla, del pincel, a los en definitiva tocados por ese soplo divino que les concedió alas para remontar las nubes y sobre ellas no se arredran a la hora de llevar a cabo entusiastas cabriolas de volatinero.

Sí, parece claro que en los tupidos arriates donde florece el arte constituye el vuelo un medio de transporte mucho más adecuado y propicio que la travesía a pie, más feraz la locura que la sensatez, más ensalzado el talento que el esfuerzo, más pródiga en cuanto alfaguara la fantasía que la lógica, vencedora en definitiva la imaginación sobre la racionalidad. Y de ahí que, como consecuencia de ello, la inspiración acostumbre a mostrarse más afín a los voladores que a los esforzados andariegos. La propia historia ofrece abundantes ejemplos de ello. Quizá uno de los más significativos sea el que, aun bebiendo más de la ficción que de la realidad, nos ofrece la película "Amadeus", que imagino habréis visto casi todos, donde Mozart vendría a ser un claro prototipo de "volador", en tanto que le infeliz Salieri representaría a todo un afanoso "andador".
 
Antiguo 25-Feb-2015  
Usuario Experto
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Me recuerda al mito de Dédalo e Icaro:

Antes de salir,Dédalo le advirtió a su hijo Ícaro que no volara demasiado alto, porque si se acercaba al Sol, la cera de sus alas se derretiría y tampoco demasiado bajo porque las alas se les mojarían, y se harían demasiado pesadas para poder volar.
Empezaron el viaje y al principio Ícaro obedeció sus consejos, volaba al lado suyo, pero después empezó a volar cada vez más alto y olvidándose de los consejos de su padre, se acercó tanto al Sol que se derritió la cera que sujetaba las plumas de sus alas, cayó al mar y se ahogó.


Supongo que cada uno debe basarse en la experiencia de lo vívido y que al final resulta que hay un momento para cada cosa y una cosa para cada momento, ser pragmático sin renunciar a uno mismo. Pues un "pesimista" siempre es un superviviente mientras que el optimista puede ser fácilmente victima de si mismo,..la verdad y la realidad suelen estar en un termino medio, y conocer ese punto exactamente requiere o bien de mucha inteligencia o bien de experiencia,.. como en el mito de Dédalo e Ícaro.
 
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