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Emi
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S O N E T O S S U E L T O S


Al túmulo del rey que se hizo en Sevilla

(Soneto con estrambote)


"¡Voto a Dios que me espanta esta grandeza
y que diera un doblón por describidla!;
porque, ¿a quién no suspende y maravilla
esta máquina insigne, esta braveza?

¡Por Jesucristo vivo, cada pieza
vale más que un millón, y que es mancilla
que esto no dure un siglo, ¡oh gran Sevilla,
Roma triunfante en ánimo y riqueza!

¡Apostaré que la ánima del muerto,
por gozar este sitio, hoy ha dejado
el cielo, de que goza eternamente!"

Esto oyó un valentón y dijo: "¡Es cierto
lo que dice voacé, seor soldado,
y quien dijere lo contrario miente!"

Y luego incontinente
caló el chapeo, requirió la espada,
miró al soslayo, fuese, y no hubo nada.


soneto [1]

Tú, que con nuevo y sin igual decoro
tantos remedios para un mal ordenas,
bien puedes esperar de estas arenas,
del sacro Tajo, las que son de oro,

y el lauro que se debe al que un tesoro
halla de ciencia, con tan ricas venas
de raro advertimiento y salud llenas,
contento y risa del enfermo lloro;

que por tu industria una deshecha piedra
mil mármoles, mil bronces a tu fama
dará sin envidiosas competencias;

daráte el cielo palma, el suelo hiedra,
pues que el uno y el otro ya te llama
espíritu de Apolo en ambas ciencias.


Soneto [2]

¡Oh cuán claras señales habéis dado,
alto Bartholomeo de Ruffino,
que de Parnaso y Ménalo el camino
habéis dichosamente paseado!

Del siempre verde lauro coronado
seréis, si yo no soy mal adivino,
si ya vuestra fortuna y cruel destino
os saca de tan triste y bajo estado,

pues, libre de cadenas vuestra mano,
reposando el ingenio, al alta cumbre
os podéis levantar seguramente,

oscureciendo al gran Livio romano,
dando de vuestras obras tanta lumbre
que bien merezca el lauro vuestra frente.


Soneto [3]

Ya que del ciego dios habéis cantado
el bien y el mal, la dulce fuerza y arte,
en la primera y la segunda parte,
donde está de amor el todo señalado,

ahora, con aliento descansado
y con nueva virtud que en vos reparte
el cielo, nos cantáis del duro Marte
las fieras armas y el valor sobrado.

Nuevos ricos mineros se descubren
de vuestro ingenio en la famosa mina
que al más alto deseo satisfacen;

y, con dar menos de lo más que encubren,
a este menos lo que es más se inclina
del bien que Apolo y que Minerva hacen.


Soneto [4]

Yace en la parte que es mejor de España
una apacible y siempre verde Vega
a quien Apolo su favor no niega,
pues con las aguas de Helicón la baña;

Júpiter, labrador por grande hazaña,
su ciencia toda en cultivarla entrega;
Cilenio, alegre, en ella se sosiega,
Minerva eternamente la acompaña;

las Musas su Parnaso en ella han hecho;
Venus, honesta, en ella aumenta y cría
la santa multitud de los amores.

Y así, con gusto y general provecho,
nuevos frutos ofrece cada día
de ángeles, de armas, santos y pastores.


Epitafio

Aquí el valor de la española tierra,
aquí la flor de la francesa gente,
aquí quien concordó lo diferente,
de oliva coronando aquella guerra;

aquí en pequeño espacio veis se encierra
nuestro claro lucero de occidente;
aquí yace enterrada la excelente
causa que nuestro bien todo destierra.

Mirad quién es el mundo y su pujanza,
y cómo, de la más alegre vida,
la muerte lleva siempre la victoria;

también mirad la bienaventuranza
que goza nuestra reina esclarecida
en el eterno reino de la gloria.


Soneto [5]

"Este soneto hice a la muerte de Fernando de Herrera; y, para entender el primer cuarteto, advierto que él celebraba en sus versos a una señora debajo deste nombre de Luz. Creo que es de los buenos que he hecho en mi vida"

El que subió por sendas nunca usadas
del sacro monte a la más alta cumbre;
el que a una Luz se hizo todo lumbre
y lágrimas, en dulce voz cantadas;

el que con culta vena las sagradas
de Helicón y Pirene en muchedumbre
(libre de toda humana pesadumbre)
bebió y dejó en divinas transformadas;

aquél a quien envidia tuvo Apolo
porque, a par de su Luz, tiene su fama
de donde nace a donde muere el día:

el agradable al cielo, al suelo solo,
vuelto en ceniza de su ardiente llama,
yace debajo de esta losa fría.


A la señora doña Alfonsa González, monja profesa
en el monasterio de Nuestra Señora de Constantinopla,
en la dirección deste libro de la Sacra Minerva

En vuestra sin igual, dulce armonía,
hermosísima Alfonsa, nos reserva
la nueva, la sin par sacra Minerva
cuanto de bueno y santo el cielo cría.

Llega el felice punto, llega el día
en que, si os oye la infernal caterva,
huye gimiendo al centro y, de la acerva
región, suspiros a la tierra envía.

En fin, vos convertís el suelo en cielo
con la voz celestial, con la hermosura
que os hacen parecer ángel divino;

y así, conviene que tal vez el velo
alcéis, y descubráis esa luz pura
que nos pone del cielo en el camino.





 
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