Imagino que muchos de quienes escriben en este foro entraron en él demandando consejo, o pretendiendo darlo, o simplemente buscando un mero lugar de entretenimiento, un enclave virtual donde poder pasar algún que otro rato perdido. En ese sentido, cada uno interviene en función de cuál sea la historia personal que define su vida o, más allá de eso, según sus propias preferencias o gustos, algunos de modo más superficial, incluso frívolo, otros con mayor implicación; hay de todo, como hay, por otro lado, quienes defienden sus posturas con verdadero apasionamiento, quienes lo hacen con flema británica y quienes ni una cosa ni la otra, como quien juega una partida de parchís.
Con el tiempo es posible, sin embargo, que se vayan creando afinidades y simpatías entre los distintos parroquianos, algunas capaces incluso de traspasar la virtualidad del entorno y trascender al mundo real.
Incluso en determinados casos ese contacto puede alcanzar una escala ciertamente alta en el barómetro que mide la intimidad. Digamos que hasta el deseo y el amor pueden surgir dentro de un foro. ¿Por qué no? Nada lo impide a priori.
Ahora bien, me pregunto si ese amor o ese deseo pueden llegar a brotar de manera espontánea de las propias palabras, esto es, enamorarse o desear a un forero o forera solamente por lo que escribe, por el contenido, la hermosura o la agudeza de sus frases, sin ningún tipo de contacto más allá de esas palabras vertidas. ¿Podría llegar a darse ese tipo de amor? A fin de cuentas, a través de las palabras es posible intuir también a la persona que la imaginación puede forjar a modo de ideal, concibiéndose de esa forma una especie de sueño, digamos que un sueño como otro cualquiera, como esos otros sueños o utopías que también pueden surgir mediante otras vías (el cine, la música, etc). ¿O no hay acaso quien a enamorarse llega de un actor o de un determinado cantante?; aquí mismo sin ir más lejos tenemos a Amazonita con su Cristiano Ronaldo
Pero, en serio, ¿pensáis que podría darse el caso? Una persona que cada día, cada noche, cada momento en que le resulta posible enciende el ordenador y, con la inocencia y pasión propias de un adolescente, se entrega en silencio al amor o al deseo que le transmiten las palabras de su platónico ideal, manteniendo de esa forma un hermoso sueño, por más que le conste que será un sueño que nunca llegue a traspasar la frontera que conducirlo pudiera a hacerse realidad.
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