Reaccionar y responder

Syfo-Dias

Reaccionar y responder

Parecen palabras sinónimas, o al menos nos han enseñado a creer que es así.

Nadie dijo nunca que la vida fuese fácil. En muchas ocasiones y circunstancias, ante un suceso dado, tenemos que tomar una decisión. Se nos interpela para que emitamos una opinión o hagamos o dejemos de hacer algo, sin importar el cómo, además del por qué. Y es ahí donde tenemos mucho que aprender en nuestro camino de evolución personal. Importa casi más lo primero que lo segundo. Por motivos que no parecen tan obvios, pero que acaban siéndolo, al menos en lo que toca a nuestro crecimiento como Seres Conscientes.

Si no son sinónimas, habrá que ver cuáles son las diferencias, que radican en la velocidad y el propósito de cada una de ellas.

La reacción es un estímulo de respuesta rápida ante una supuesta agresión del entorno. En la época en la que no éramos más que monos con mucha soberbia, esta clase de comportamientos nos permitieron alcanzar las ramas más altas de cualquier árbol antes de que el leopardo de turno merendase homínido al atardecer. Es una especie de surmenage atávico que nos permitía pasar de la calma a la alerta en cuestión de segundos. Salvo en casos especiales, innecesario hoy en día.

La respuesta, por el contrario, es una contestación serena y lenta ante cualquier hecho, sea o no negativo. No viene del instinto, sino de la reflexión. Por tanto, no constituye una cualidad animal, sino humana y espiritual, derivada de la Conciencia, que es lo que precisamente nos eleva por encima del resto de la realidad aparente.

Hasta aquí, parece muy fácil. La realidad es que no solemos elegir prácticamente nunca el segundo método, y hacemos demasiado uso del primero. Las relaciones humanas no son una excepción. Nos han enseñado a vivir con Miedo, y al hacerlo así nos vemos casi impelidos a vivir defendiéndonos. Defendiéndonos de la opinión ajena. De un supuesto daño causado por otro. De la vida en general.

Cuando alguien hiere nuestros sentimientos, la reacción más común es montar en cólera y escupir el primer exabrupto que se pasa por nuestra cabeza, tratando a nuestra vez de dañar a aquel que nos dañó, real o figuradamente, antes. Cuando nos abandonan es frecuente que hablemos mal de la otra persona, que tratemos de hacer daño, sólo porque esa persona eligió no acompañarnos, o cometió una equivocación que bien podríamos haber tenido nosotros también. Es tirar la piedra en el estanque y espantar los cisnes de la realidad objetiva, sólo con el fin de destruir. Cuando alguien nos insulta, nos provoca, nos agrede o nos cuestiona, solemos reaccionar también, como si tuviésemos interiorizado un mecanismo que nos obliga a justificar nuestro ego delante de los demás…

Cuando avanzamos un paso más allá, espiritualmente hablando, nos damos cuenta, tarde o temprano, que siempre es mucho más inteligente responder. Porque se hace después, cuando el período de reflexión ha madurado sus frutos; porque se hace de forma serena, evitando los ímpetus que nos llevan al error; y porque se hace con un propósito madurado, que si es tal es siempre constructivo. Y es una elección que manifiesta sus efectos en las tres esferas que nos componen: la física, la mental y la espiritual. Tendremos más salud, mejores pensamientos y un alma más elevada si nos dejamos conquistar por el camino contemplativo de vivir nuestras relaciones.