El bloqueo siempre tiene que ver con una cuestión de tiempo.
Cuando vivimos en el tiempo, al presente, que es lo único tangible, real y certero que tenemos, vienen elementos del pasado (relaciones fallidas, traumas emocionales, recuerdos enquistados) que se proyectan hacia el futuro, como con una linterna.
Por eso, a las relaciones hay que procurar llegar limpios, con los deberes hechos. Porque en caso contrario inevitablemente esos restos del pasado se plasman en la relación actual, contaminándola. La persona a quien queremos ahora no es la misma que la que nos dejó, ni la circunstancia es igual, ni siquiera nosotros somos las mismas personas. Como decía Heráclito, nadie se baña nunca en el mismo río. Pero la mente, ese gusanito miserable que tenemos y que debería ayudarnos a expresar mejor nuestro Ser, es muy cómoda y le gustan los escenarios conocidos. Cuando eso sucede, hay por así decirlo un tapón que impide que aquello que somos pueda fluir libremente.
Y es fácil de identificar, porque incluso tiene manifestaciones físicas, en forma de conductas, gestos corporales, formas de hablar, temas de conversación y un largo etcétera.
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