Cinco de la mañana, lejos queda todavía el Sol, breve desayuno y viaje a ninguna parte donde se fabrican cosas, toneladas de algo que, después de pulverizarse por el mundo, nadie se preguntará nunca de dónde viene.
El ruido y la vibración de las máquinas marca tu pulso, corazón inerte por ocho horas, mimetizado en un entorno frío y carente de emociones.
Sales del trabajo y durante el camino de vuelta recuperas la humanidad, pronto te arrepientes de haber finalizado la jornada, estás confuso, a pesar de distanciarte del obligado cumplimiento no te sientes aliviado, parece más fácil vivir con un corazón de hierro.
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