Hola a todos! Llevo varios meses leyendo temas en el foro y parece que a veces todo lo relacionado con el amor y las relaciones va a terminar mal, pero mi experiencia me dice lo contrario. Me gustaría compartir mi historia personal y dar un poquito de luz y alegría a los que pensáis que es imposible superar traumas personales o que una relación salga bien
Todo empezó para mí dos años antes de conocer a mi pareja actual. En resumidas cuentas, para no estar aquí cinco horas escribiendo, empecé a ir a terapia cuando mi mundo se vino abajo, cuando me di cuenta de que estaba completamente anulada como persona, era más un robot andante que un ser humano. Entre otras cosas dejé la universidad por acoso grave de mis compañeros (intentaron tirarme dos veces por las escaleras de la facultad, por poner solo un ejemplo, hay muchísimas más cosas), en casa sufría maltrato psicológico severo por parte de mi madre y estaba totalmente aislada socialmente, solo contaba con una buena amiga a la que encima no me atrevía a decirle nada de lo que me pasaba por miedo y por sentirme culpable. Vivía en constante ansiedad y pánico, llegando al punto de somatizar con constantes migrañas (de las de perder la visión, vomitar constantemente y no poder ver ni un ápice de luz), pérdida seria de cabello, problemas de corazón y, desde entonces, tengo más canas que pelo de mi color natural (tengo 24 años, aunque ahora admito que me gusta mucho tener tantas canas
).
Gracias a la psicóloga me di cuenta de que tenía un principio de trastorno de personalidad por evitación (no de los más graves que hay, es cierto) y menos mal que lo empezamos a tratar a tiempo de que no fuera a más. Mis padres, que en un primer momento me obligaron a ir a terapia, me ordenaron dejar de ver a mi psicóloga cuando ella empezó a mostrarme todo lo que ocurría en mi casa y lo sumamente tóxica que era mi relación con cada miembro de mi familia. Si algo tengo de bueno, al menos en este caso, es que soy muy cabezota. Durante la adolescencia siempre supe que algo había mal conmigo, que mi forma de ver la vida era rara, pero nunca fui capaz de entender por qué. En ese momento lo comprendí y supe que para mejorar debía ir contra viento y marea, así que me "enemisté" con mi familia. Lo pongo entre comillas porque realmente fue mi madre la que me catalogó como enemiga suya y, por tanto, de toda mi familia, desde el momento en el que no me dejé manipular por ella. Poco a poco me fui dando cuenta de que mi madre tiene bipolaridad no tratada, y ser criada por una persona así... Creedme, no es fácil.
Así que el siguiente año y medio lo dediqué exclusivamente a poner mi interior en orden. No estudié, pero tenía un trabajo que me permitía ser independiente económicamente de mis padres, aunque no lo suficiente como para independizarme. Más de una vez volví a casa con mi maleta hecha por mi madre esperándome en la escalera, e insultos y comentarios de mis padres y mi hermana diciéndome que odiaban volver a casa de trabajos que odiaban por tener que verme la cara. En fin, no fue fácil. Mientras tanto, en ese año y medio, me puse las pilas con todo lo relacionado con la inteligencia emocional. Todo lo que cualquier persona normal sabía desde el colegio yo lo tuve que aprender forzosamente en ese margen de tiempo para conseguir buenas amistades, una red de apoyo o, simplemente, no entrar en pánico cada vez que alguien me saludaba o poder mirar a alguien a los ojos. Era un completo desastre, lo reconozco.
Al año y medio de empezar la terapia, mi psicóloga empezó a insistir con que buscase un novio. Salí varias veces a ligar con nuevos amigos que hice y conocí a varios chicos que... Bueno, dan para más de una anécdota divertida. A todo esto, me apunté a una página web donde personas buscaban a gente interesada en hacer actividades como senderismo, intercambio de idiomas, o cosas del estilo. Conocí también a más de un chico por ahí pero también me dio para muchas anécdotas. De las dos veces por semana que iba por terapia en los primeros meses, ya iba solamente una vez al mes. Pero aún me costaban algunos momentos a la hora de socializar o en los cada vez más escasos conflictos con mi familia.
En un viaje que hice con uno de estos nuevos amigos a un camping en otra ciudad, conocí a un chico que me encantó. Más que chico, hombre, me sacaba 10 años casi. Pero congeniamos muy bien, nos dimos cuenta de un montón de coincidencias que teníamos (como que vivíamos casi uno al lado del otro), sabíamos que el otro nos gustaba mucho, e intercambiamos números para seguir viéndonos cuando volviéramos a nuestra ciudad. Y sí, quedamos nada más volver. Nuestras quedadas eran muy simples pero a los dos nos gustaba: todas las semanas, el mismo día, en la misma mesa de nuestro bar favorito de la zona. Así estuvimos un mes. En la siguiente sesión con mi psicóloga yo estaba feliz de decírselo, pero ella me advirtió que si así habíamos estado tanto tiempo y sin una caricia, un beso, nada de coqueteo, es que algo no estaba bien (tengo que aclarar que siempre he sido muy inocente para estas cosas y, como todo lo demás relacionado con la socialización, he tenido que aprender a ligar y saber cómo funciona una relación, cuál es el "protocolo", por así decirlo). Decidí lanzarme con él pero nada, no hubo manera, hasta que finalmente él me dio la charla de "no eres tú, soy yo", solo que le creo completamente porque sí, viéndolo ahora con perspectiva, tenía algún problema por resolver.
Sin embargo en ese momento fue un chasco para mí porque realmente estaba emocionada con él, y estaba cansada de no encontrar a alguien que mereciera la pena, así que en una de mis decisiones impulsivas que suelo tomar de madrugada (¿habéis visto el capítulo de Cómo Conocí a Vuestra Madre en el que Ted dice que nada bueno ocurre después de las dos? Eso me pasa a mí) escribí un anuncio para buscar pareja en el apartado de parejas de la página web donde la gente buscaba amigos para senderismo. Cabe decir que a la mañana siguiente, al ver los primeros mensajes, me arrepentí bastante. Pienso que se puede conocer a buena gente por internet, y que muchas veces esas personas te importan más que algunas que viven en tu misma ciudad, pero viendo los mensajes que me llegaban... Sí, pensé que por ahí no encontraría a nadie. Estuve pensando muy seriamente borrar mi mensaje cuando él, mi pareja actual, me escribió.
Me llamó la atención desde el primer momento, con unas cortas frases supe que él sí era especial. Así que le contesté. Y no hemos dejado de hablar ni un solo día desde entonces. Desde el primer día tuvimos una conexión muy especial y cuanto más hablábamos, más conexión teníamos. No solo por nuestras experiencias, que salvando las distancias eran bastante similares, sino también por nuestra forma de pensar y de ser. Llevábamos solo una semana hablando cuando me tocó la siguiente cita con mi psicóloga, quien me dijo que era muy raro que él no hubiera dicho de quedar para conocernos en persona. Habíamos intercambiado fotos y nos gustábamos mucho, y aunque me medio enfadé con ella porque "siempre tienes que sacar algo malo, ¿eh?" (a lo que mi psicóloga se rió bastante), le hice caso y le propuse quedar.
Esa primera cita comenzó siendo un desastre: él llegó tarde, yo estuve desde el día anterior con un dolor de estómago y un estreñimiento que pensé que tendría que ir a urgencias, y cuando nos vimos fue la cosa más rara del mundo. Fuimos a una cafetería donde tenían juegos de mesa (a los dos nos encanta, por eso se lo propuse) y no había mesas disponibles. Yo ya estaba pensando en que ese sería otro chasco cuando una mesa quedó libre. Empezamos a jugar al Trivial, poco a poco fueron surgiendo bromas internas que teníamos, nos fuimos relajando y, sorpresa sorpresa, estuvimos ahí sentados, charlando y bromeando hasta que nos echaron casi a las dos de la mañana. Seguimos hablando por mensaje cuando llegamos a nuestras casas casi de mañana y, tímidamente, volvimos a quedar la semana siguiente. Tardes en los bolos, más juegos de mesa, paseos de noche por cualquier parque que tuviéramos cerca, una escapada a la montaña con comida casera, unos regalos inesperados para el otro, jugueteo, caricias furtivas y una visita al planetario después, nos dimos el primer beso bajo las estrellas. Y ahí decidimos no esperar más y hacernos novios. Solo pasaron dos meses desde que nos conocimos pero era tal la conexión que teníamos (y tenemos) que en los primeros meses ya sentíamos que llevábamos años juntos.
Es el chico más maravilloso que he podido conocer y si bien es cierto que ninguno de los dos somos perfectos y somos conscientes de nuestros fallos y problemas dentro y fuera de la relación, hemos creado una dinámica y una relación realmente increíble. Algunos de nuestros amigos y conocidos (y en mi caso mi hermana) tienen envidia de ello, pero no cambiaría absolutamente nada. Tenemos una relación sana, fructífera, en la que tenemos toda la confianza para hablar de cualquier cosa y ante todo nos respetamos y apoyamos al otro con cualquier cosa. Y, además, la relación con mis padres también ha mejorado muchísimo. Siguen teniendo sus problemas y sus cosas pero conmigo ya saben que hay unos límites que no deben pasar y, dentro de lo que cabe, tenemos la mejor relación que podemos tener.
He soltado todo este rollo para decir que aunque haya momentos en la vida en los que parezca que no puede ocurrir nada bueno, hay que pelear para conseguirlo. Y muchas veces eso se consigue enfrentándote a tus peores miedos, esos que por temor preferirías morir a enfrentarlos (literalmente) y mejorando tú mismo. Porque en mi caso, si no me hubiera esforzado tanto y si no hubiera aprendido a quererme a mí misma, no habría conocido a la que es la persona más importante de mi vida ahora mismo, ni a los amigos tan estupendos que tengo ni en general sentirme tan realizada y contenta con la vida.
No sé si con esto habré ayudado a alguien, pero sentía que era necesario decirlo