La sociedad, cuando enseña su mala cara, es un entidad que tiende a aniquilar al individuo. Le confronta consigo mismo. Si no quiere aceptar sus normas, le tirará abajo. Contra la pared, bajo las ruedas. Exilio, ostracismo.
Es así. Hasta en estas cosas tan frívolas como no querer juntarse porque uno no quiere. Que no quiero, leñe; total, ¿para qué?, ¿para ser alguien... mejor?, ¿para vivir como alguien... mejorado? Paparruchas. Monsergas. Si no quieres complicaciones, te haces ermitaño, y a vivir como San Francisco de Asís.
No se puede dar ración de humildad a quien hablan de los demás, intentando imponer sus códigos morales o sus estilos de vida. Son una amplia mayoría. En una comunidad de vecinos crean tribunales de togas rojas inquisitoriales. Te pones reactivo, y la cagaste.
Es mejor que no sepan nada, no hacerles caso si se inquietan. Cuando la sociedad te enseña su mala cara, pasa de la sociedad. No te metas en su juego. Ganará. El precio a pagar por no entrar en tal casino puede ser la soledad, pero bendita libertad. Indescriptible.
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