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Hace unos días vi algo espectacular. Algo fascinante. Algo difícil de ver.
Estaba en la Universidad, muy cerca de los tantos verdes pastos que cubren muchos suelos del campus. Era un día agradable así que me senté cerca de aquellos valles casi artificiales e intenté vislumbrar el sol, que me miraba pero que yo no podía mirarlo a él ¡Trampa curiosa que el sol siempre nos ofrece! Un par de colegas se agregaron a mi campaña y comenzamos a conversar de temas que no vienen al caso aquí.
Pero más allá, no muy lejos pero a una interesante distancia, había un chico y una chica sentados en los pastos, jóvenes, y lejos de mi edad. La recuerdo en especial a ella, delgada, menudita, de cara agraciada, vestida de deporte, toda de negro. Parecía atenta a las palabras del muchacho, que hablaba y hablaba y parecía no detenerse. – ¡Caray! –Pensé yo– Ni que estuviera declarándose.
Pero en efecto… eso es lo que hacía. El muchacho estaba allí, declarando su amor. ¿Que cómo me di cuenta? Por supuesto que no podía leer los labios ni mucho menos escuchar alguna que otra palabra. Mi “deducción” tomó efecto cuando él detuvo sus palabras y miró abajo, a sus manos, al pasto, a la nada; y de repente, ella habló. Con su mano tomó la pera del muchacho y ubicó sus ojos con los de él. Comenzó a hablar, mirándolo a los ojos, las voces de mis colegas (que ni por casualidad se habían inmutado de lo ocurrido más allá) habían desaparecido para mí y mis oídos (otra vez en vano) intentaban escuchar algo.
De repente calló.
Él la miró, estupefacto (yo ya me había levantado, separándome de mis colegas) y la abrazó. Y ella a él. Luego un beso tímido. Luego unas sonrisas compartidas y luego, mis queridos amigos, y luego… a pesar de la distancia, pude detectar las lágrimas de aquel joven estudiante. Lágrimas de felicidad, lágrimas de sorpresa. Ella le secaba aquellas lágrimas mientras le sonreía y le daba algún que otro beso en las mejillas.
– ¿Y qué piensa de aquel artículo? –Me preguntó un colega, que ya se había percatado de aquella escena y que seguramente le había llamado la atención mi comportamiento. Yo lo miré y luego observé a la pareja una vez más. No pude evitar sonreír.
Sí, vi algo fascinante. Un verdadero enamorado que recibió un sincero “sí” como respuesta.
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