¿No os sentís a veces embestidos, ya sea a modo de súbito fogonazo, ya como imagen nebulosa, ya como realidad meridiana, por la impresión de que la vida se os va escurriendo entre los dedos como si fuese arena, que los días van pasando y la existencia, aun con sus vaivenes y altibajos, no deja en definitiva de deslizarse a través de una senda plana y monótona, casi siempre bajo un cielo plomizo donde el hoy se presenta como un calco del ayer y viene a pronosticar un análogo mañana?
No sé, es una sensación amarga, perturbadora, angustiosa incluso, pero que en ocasiones no puede dejar de percibirse. A mí al menos me sucede de cuando en cuando, y en tales casos noto una sensación parecida a la de salir de mi propio cuerpo y contemplar la realidad circundante a la manera de espectador ajeno, ajeno incluso a mí mismo, como si mi espíritu flotase por encima de dicha realidad.
Lo paradójico, y también en cierto modo inquietante, es que desde esa vaporosa distancia observas entonces a la gente, ves sus rostros, sus expresiones, sus movimientos..., y te parece que se desenvuelven como meros autómatas, como si fuese el hálito de alguien ajeno a su voluntad quien les insuflase movimiento. Y continúas observándolos y te apercibes de que, al menos en apariencia, parecen estar insatisfechos con sus vidas, con sus grises vidas, con sus tediosas y homogéneas vidas, y entonces, sin dejar de examinar sus inexpresivos rostros, uno se pregunta cómo diablos no se dan cuenta de su mediocridad o, si se dan cuenta, por qué tienen esa pinta de imbéciles y no hacen nada para remediarlo.
Pero lo más jodido de todo es que vuelves entonces la mirada hacia ti mismo y te apercibes de que a ti, aunque procuras a veces romper el círculo y liberarte, la satisfacción por lo nuevo apenas si te dura un instante, terminado el cual no eres sino un reflejo más de aquello que aborreces, igual de gris y con la misma patética estampa que los otros. Y organizas viajes, o te embarcas en aventuras de diferente índole, y buscas en definitiva mil y una maneras de burlar al tiempo, pero nada, no te sacias, el inconformismo te devora y siempre anhelas más y quieres más y pides más...
No sé, a veces quisiera que la vida me devorase en un soberbio holocausto y, sin embargo, me temo a menudo que ésta sólo tenga dientes de leche
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