La primera vez que me dijo que sentía algo por mí, me pilló de sopetón, no imaginaba ni por asomo que aquello pudiera ocurrir, mi adrenalina no estaba acostumbrada a fluir por aquellas riberas secas de sentimientos.
El tiempo fue uniendo lo que el destino negaba como un error que nunca debió suceder, y mi amor crecía sin freno ni precaución, hacia un camino señalado de antemano como zona peligrosa.
La senda llena de luces y sombras, presagiaba dolor y tristeza, mezclado con momentos de felicidad, pues en el fondo de mi corazón algo insistía en que aquel amor debía ser recíproco.
Poco a poco las sombras ganaron terreno y al final el destino implacable se cobró su tributo, aquello estaba predestinado y no había amor con el que luchar por lo contrario.
Tomé la decisión mas difícil de mi vida, aun sabiendo que era fruto del sentido común, de la razón, de la obviedad, del derecho nunca ganado a existir.
Ahora no estoy con ella, pero no pasa un día en que no me levante y la tenga en mis pensamientos. Sé que con el tiempo dejará de quererme, y me rompe el alma pensar en que eso será así, pero quien soy yo para luchar contra lo imposible?
La quise como solo sé querer, y no fue bastante. Todo mi cariño no fue suficiente para ordenar el caos, ni para luchar contra la racionalidad de la discordancia.
Sirva mi desahogo para olvidar, para echar fuera de mí, parte del dolor que llevo dentro, y para plasmar en palabras la frustración que siento.
El tiempo implacable hará su trabajo, con mayor o menor dificultad; pero siempre me acordaré mientras viva de sus besos, sus caricias y sus abrazos.
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