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Antiguo 29-Dec-2014  
Usuario Experto
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Derivan de un sentimiento personal de insatisfacción que aparece cuando se malograron determinadas expectativas que pudiéramos haber tenido en mente, o cuando nos percatamos de que algo, cualquier cosa, que en un instante dado habíamos imaginado excelso, brillante o incluso ideal, devino a la postre trivial o rebosante de insufrible simpleza.

La decepción es en ese aspecto, al menos como yo lo veo, una de las más amargas impresiones que se pueden llegar a experimentar, sobre todo por el giro radical que pueden suponer, ya que no en vano implican a menudo el tránsito desde una situación esplendorosa, donde la bandera de la ilusión flameaba en nuestras confiadas manos, a otra en la que, rota esta en mil pedazos, las tinieblas usurpan el campo de batalla para ensombrecerlo con los espectros del desengaño y la tristeza.

Existen variadas clases de decepción: tenemos por un lado las derivadas del entorno laboral o profesional, como pudiera ser una solicitud de empleo que se frustró o un ascenso que aguardábamos y que, sin embargo, no llegó a prosperar. Estarían en otro ámbito las decepciones relacionadas en cierto modo con el ocio, como unas vacaciones que resultaron menos divertidas de lo que habíamos esperado, o incluso una derrota de nuestro equipo de fútbol favorito, por poner ejemplos simples…. Pero las más amargas de todas las decepciones suelen ser las que vienen referidas a determinadas personas, personas que pudieron en un momento dado encumbrarse (o tan solo fue que nosotros las encumbramos) como representativas de un cierto ideal y que, sin embargo, cayeron de repente de ese pedestal donde se habían o las habíamos encaramado, derrumbándose como frágiles castillos de naipes frente a nuestros defraudados ojos. Suele entonces sobrevenir un atroz desengaño que nos lleva a contemplar la realidad tal y como en el fondo es, desprovista de esa aureola mágica que la embozaba, una realidad que no era, como creíamos, de refulgente oro, sino a lo sumo tan solo hecha de cartón dorado.

Pese a todo, lo más duro de este repentino derrumbe es que acostumbra a conllevar parejo un desmoronamiento asimismo del ánimo, el cual se convierte en presa asequible a las dentelladas de la congoja y la desazón.

Resulta igualmente doloroso constatar cómo, a diferencia de lo que sucede con otras lecciones de la vida, las que provienen de una decepción o desengaño no son nada fáciles de asimilar, siendo por el contrario frecuente quedar atrapados una y otra vez en las mismas o similares trampas que dieron lugar a aquéllas, presos de nuevo de su perturbador espejismo. Imagino que es ésta una contumacia inherente a nuestra particular naturaleza humana, de ordinario soñadora y propensa en gran medida a dejarse deslumbrar por quimeras.

Sea como sea, lo cierto es que, aun siendo conscientes de que a todo esplendor tiende por narices a suceder un declive y de que tarde o temprano viene a asomar el crepúsculo encargado de poner fin a la luz que comenzara con la aurora, no deja de ser triste observar como el gris de la decepción devora lo que poco antes estuviese ornamentado de fascinante colorido.

No sé, ¿qué os parece a vosotros? ¿Habéis sufrido con relativa frecuencia las ásperas arremetidas de la decepción? ¿Tendéis a recuperaros fácilmente de los desengaños? ¿Os aparecen abscesos en el alma cuando alguien o algo os decepcionan? ¿Soléis ilusionaros con facilidad, aun conscientes de que a la vuelta de la esquina podría irrumpir una nueva decepción?
 
 

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