Año 2000.
Ella una chica sencilla recién salida de la Universidad, físicamente entre las más atractivas de su clase. Él un chico normal, delgado y con estudios superiores.
Primera relación seria de ambos.
Comienzan a salir con apenas 18 años, en una relación calentada por ambas familias. Ninguna afición les une.
La pareja se acerca a la treintena, ella con tres o cuatro kilos de más, nada preocupante. Él con una obsesión creciente por la apariencia y el culto al cuerpo.
Las discusiones brotan en cada esquina, pero eso impide que llegue el ansiado momento: se casan, por la iglesia.
Máxima felicidad en ambas familias. Fiesta por todo lo alto.
Llega la despedida de soltero. El novio, en una versión irreconocible de sí mismo, está a punto de cruzar la línea.
Un año más tarde confirman la mayor: viene un niño en camino. La felicidad de ambas familias, ahora sí, alcanza el cenit.
A mitad del embarazo llega otra despedida, donde esta vez, el futuro padre, de nuevo fuera de sí, cruza la línea.
A medida que avanza el embarazo las horas de gimnasio de él se multiplican al mismo ritmo que los croissants de ella.
Y nace el niño.
¿Por qué no haces ejercicio? ¿Por qué no te cuidas más? Los reproches de él aumentan tan rápido como los consejos de las conservadoras familias: "todos hemos pasado por esos momentos, compréndela, tienes que aguantar, míranos a nosotros".
La hora diaria de gimnasio no es suficiente para liberar tanto estrés. Él abandona sus obligaciones laborales y pasa a entrenar tres horas diarias. Pasa de ser un hombre delgado a ser un robocop. Entre pesa y pesa aparece otra. Una chica fitness, sin inquietudes intelectuales, pero con llamativo cabello, tatuajes a color y cuerpo tallado a cincel. Separada y con una hija.
Regresa la chispa a su vida. Sexo y rock&roll. Una chispa que había desaparecido en su matrimonio.
El barco se hunde. Toca dar la cara y anunciar la mayor: separación. La familia no la ha visto venir, la mujer menos, después de 18 años de reproches todo era normal.
El shock es total, pero la decisión está tomada. No hay vuelta atrás. Él pasará la correspondiente pensión, dejará el piso en propiedad y se irá a vivir con la nueva conquista.
¿Y sabes? Sé que, de nuevo, se equivoca. Y no puedo hacer nada por remediarlo, tan solo dejar aquí esta reflexión:
“No aprenderás a amar cuando encuentres a la persona perfecta, sino cuando consigas ver de manera perfecta a alguien imperfecto.”