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Año 1923
Carlos paseaba intranquilo por la orilla de la playa. A sus espaldas el pueblo en el que vivía aún dormía; sin embargo, él no podía conciliar el sueño. Andrea, su esposa, estaba dando a luz a su primer hijo. Llevaba esperando más de siete horas y a cada segundo su nerviosismo iba en aumento. Daba cuatro pasos, y se daba media vuelta. Caminaba casi en círculos, al pie de las olas, donde rompían, sin interrumpirlas ni tocarlas. Todo estaba sumido en el más absoluto silencio, el único ruido audible era el rugido de las olas y el palpitar de su corazón. Estaba desesperado y ansioso; no sabía que hacer para que el tiempo pasara más rápido.
Andrea estaba en el lecho, pálida y sudorosa. El parto se estaba prolongando y estaba complicándose; pero en su interior, estaba feliz. Iba a traer al mundo al fruto de su amor con Carlos. A su alrededor, se encontraba la matrona de la comarca, Gladis; una mujer cincuentona, corpulenta y de rasgos afables. Llevaba el pelo negro recogido en un moño y, unas hebras plateadas podían apreciarse en la negrura del bello. También estaba Carla, su hermana mayor. La miraba con el ceño fruncido y su expresión denotaba una alarmante preocupación. Ésta estaba casada desde hacía seis años y tenía dos hijos: el mayor de ellos, Daniel, tenía cuatro años; el pequeño de la famila, Alberto, dos.
Las contracciones habían comenzado la mañana anterior; estaba agotada. Hubiera deseado que Carlos estuviera ahí, a su lado, tomándole la mano y dándole palabras de aliento, pero Gladis, anclada en viejas costumbres, se había negado en redondo a ello. Por la ventana de la habitación notaron los primeros rayos de sol; estaba ameneciendo y, el pequeño, se negaba a venir al mundo.
En la orilla de la playa, Carlos había decidido sentarse en la arena pero, a los pocos segundos cambió de idea y volvió a ponerse en pie. No escuchó los pasos de su hermano Isaac, el cual venía caminándo hacía el con un par de tazas de café humeante. Le ofreció una de ellas, la aceptó, y bebió automáticamente. Isaac le informó que lo único que sabía era que el bebé estaba dando problemas pero, poco más pudo decirle. Se quedaron ahí, los dos, viendo como nacía un nuevo día; en silencio. No hacían falta palabras.
A media mañana el bebé vino al mundo; una pequeña niña, rosada y muy bella, con unos ojos azul grisáceos enormes que miraban todo con incesante curiosidad. Sin embargo, Andrea había caído en la inconsciencia; había perdido mucha sangre y estaba exausta.Carla, a pesar de llevar más de venticuatro horas sin dormir, salió de la casa y se fue a la playa, en busca de Carlos. En cuanto éste la vio, se apresuró donde ella, impaciente por conocer las nuevas.
-Enhorabuena Carlos, ¡tienes una preciosa niñita! - dijo Carla.
-!¿una niña?!,¿tengo una niña? - contestó Carlos. Acto seguido, abrazó fuertemente a Carla, dando saltos de alegría y riéndo a más no poder. -¡Isacc! ¿Has escuchado? ¡¡¡Soy padre de una preciosa niña!!!
-Lo he escuchado hermano. Mi más sincera enhorabuena -contestó Isaac, al tiempo que se acercaba para abrazarlo.
Sin embargo, Carla no se marchaba y se había sumido en el silencio. El rostro de Carlos se transformó, en un segundo, de felicidad a preocupación ya que no tardó en darse cuenta de la expresión de Carla.
-¿y Andrea? ¿Cómo está Andrea? ¿Ha ocurrido algo? -dijo Carlos.-
-Andrea...Andrea está...-balbuceaba Carla- Está....
No pudo terminar la frase. Carlos había salido corriendo en dirección a su casa y entró. Se encontró de cara con la matrona.
-¿Qué haces aquí, Carlos? Aún no puedes entrar
-Ya lo creo que sí; es mi casa, es mi esposa y es mi hija. Asi que, me quedo. -contestó Carlos.
Se acercó a la cama y vio a su dulce esposa muy pálida.La cogió la mano y comenzó a acariciar el pelo y a darle dulces besos en la frente.
-Digame, ¿cómo está Andrea?
La matrona, viéndo el estado de Carlos, decidió dejarlo estar. -Está inconsciente por el enorme esfuerzo que ha hecho a lo largo de todo el parto; además, ha perdido mucha sangre. Es una mujer muy fuerte, por ello tenemos esperanzas de que se recupere, pero...
No acabó la frase; sus palabras lo decían todo. Carlos sintió un sudor frío por la espalda que le paralizó por completo. Por un instante pensó que Andrea se iría, para siempre; y sintió miedo, mucho miedo.
Se giró al notar la cercana presencia de Gladis. Giró la cara y vio que llevaba a una persona diminuta. Abrió mucho los ojos y estos se le llenaron de lágrimas. Soltó la mano de Andrea para tomar en brazos a su pequeña.
Ésta estaba despierta y miraba su cara con mucha intensidad. La recostó en su regazo. La pequeña le asió un dedo y, sintiéndose tranquila, se quedó dormida. Carlos estaba ensimismado. No podía creerlo. Era su hija; su pequeña; su princesita...su vista bailaba entre Andrea y su hijita. Su mirada estaba cargada de un inteso amor.
Pero la alegría de ser padre se mezclaba con la preocupación por el estado de Andrea...
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