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Me gustaría hoy levantar mi copa para proponer un brindis por la suerte de haber sido bendecidos con ese maravilloso don que es el sentimiento, elevados por obra y gracia de nuestra particular naturaleza a ese universo sensitivo en el que es posible desplegar todo un rutilante arco iris de bellas emociones, emociones que por sí mismas dan fe de nuestra cualidad humana: alegría, ternura, amor, pasión…
Sentir es desde luego algo extraordinario, viniendo sin lugar a dudas a ser los sentimientos el motor del alma, ese soplo especial capaz de transformar la mera existencia en verdadera y pletórica vida. Por eso considero que es fundamental no aprisionarlos en contenedores, no dejar que se pudran en el hemisferio donde se guarecen los secretos, no consentir que permanezcan anestesiados, dormidos bajo la tiranía del pudor o del orgullo, no mantenerlos jamás a raya, no recluirlos en oscuras mazmorras cuyas llaves arrojemos a un abismo sin retorno, sino, más bien al contrario, permitir que sus alas se desplieguen sin límite alguno, a sus anchas, que rebosen, que ningún espurio barrote los retenga presos, que rezumen por todos y cada uno de los poros de nuestra piel como la savia lo hace a través de la corteza de los árboles.
Por ellos, por esos sentimientos y esas emociones que brotan y se expanden dentro de nosotros, levanto hoy mi copa para proponer este brindis
Obviamente, este panegírico va dirigido a aquellos sentimientos y emociones que tienen un carácter positivo, no a esas otras que, representando a la otra cara de la moneda, únicamente vienen a ser portadoras de malevolencia y sufrimiento: envidia, ira, odio, rencor...
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